Cualquiera sea el perfil con que se mire la recuperación y la tendencia oscilante de las bolsas mundiales, los indicios del caracter profundo de la crisis en curso han borrado el optimismo de quienes pensaban que éste era un invento o un fenómeno transitorio. A medida que el desempleo para Estados Unidos (ver gráfica) llega a ser el mayor en seis décadas, se comprueba la gravedad de una situación que hace justo un año algunos no tomaron en cuenta cuando fue advertida en La caída de un avión en llamas.
Estamos en las puertas de una crisis continua y aunque aún las bolsas pujan por estrujar al máximo una ganancia que se hace cada día más esquiva, el dato relevante es la caída general del empleo, de los salarios, del valor de las propiedades, de la pérdida general de riqueza patrimonial. Esta reducción en los ingresos unida a la fuerte caída en los ahorros afecta directamente al consumo. Es decir, no existe alternativa para un recuperación del comercio mundial. La caída de la principal economía del planeta genera una contracción global que afecta a todos los sectores productivos, erosionando aún más al alicaído sector financiero.
La presente no es una crisis cualquiera. El escenario restrictivo que aqueja a Estados Unidos impone un cuadro sombrío por su implicancia en el freno global a la demanda. La economía va por el despeñadero, pese a los estertores cotidianos de las bolsas que solo crean confusión.
Un dato relevante y que no debemos olvidar es Japón, el auténtico espejo de la crisis, con su prolongada recesión desde 1990. En estas últimas dos décadas, Japón ha crecido a un ritmo del 0,6 por ciento anual, pese a que en las décadas de los 60, 70 y 80 lo hacía a un ritmo del 10% anual.
El alto nivel de desempleo que está alcanzando el planeta amenaza con prolongar la crisis, y generar una crisis permanente. Lo que estamos viviendo no acepta soluciones de parche.