Las elecciones norteamericanas están causando un considerable dolor de cabeza a los dos partidos mayoritarios, con la aparición de pujantes candidatos alternativos a los oficiales en cada uno de ellos. Con su reto a la política de siempre, también están atacando al consenso económico que estaba instalado en el seno de ambos.
A este respecto, las medidas propuestas por Donald Trump suelen carecer de gran detalle y reciben el desdeño de los analistas como absurdas, lo cual seguramente es a) cierto; y b) irrelevante, puesto que su campaña no se basa en la solidez de sus propuestas sino en su carisma y la genialidad de su puesta en escena.
El programa económico del independiente Bernard Sanders, quien trata de arrebatar a Hillary Clinton una candidatura que se esperaba indisputable, ha causado sin embargo un tremendo revuelo y una interesante disputa en el seno de la comunidad economista estadounidense.
Un informe que desata la polémica
Empezamos en la universidad de Massachusetts Amherst. Allí un desconocido professor llamado Gerald Friedman escribe un informe estimando los resultados económicos de las medidas propuestas por Sanders: incrementos del gasto público en infraestructuras y políticas públicas, aumento de impuestos progresivos y empresariales así como del salario mínimo, entre otras. Sus conclusiones son que estas medidas aumentarían el crecimiento económico hasta 5,6%, el del ingreso de la familia mediana en 3,8%, y que daría lugar a descensos en el desempleo, la pobreza y la desigualdad así como estabilización del déficit público.
El equipo de campaña de Sanders, por supuesto, citaba tan positivo informe profusamente, y esto llama la atención de algunas personalidades económicas. De hecho nada menos que 4 antiguos miembros del Consejo de Asesores Económicos (CEA) de Obama firman una carta abierta a Sanders y el profesor Friedman el 17 de febrero en la que escuetamente denuncian que el análisis de Friedman no se sostiene técnicamente y que su informe socava la reputación de seriedad del partido demócrata.
Esta carta da pie a que nada menos que la superestrella econo-mediática Paul Krugman entre a opinar sobre el tema en el New York Times. Lo hace en dos ocasiones, en sus columnas del 17 y 19 de febrero. La traducción de esta última en El País será la única mención a todo el asunto que veremos en España
Krugman, en su línea habitual, no escatimará en desdén y epítetos calificando el análisis de Friedman de “horripilante”, cuentas “enmarañadas” y “embarazosas”, “cuento de hadas”, “afirmaciones económicas descabelladas” y equiparándolo al “vudú económico" que, dice, ejercitan los republicanos.
El campo Sanders contraataca
El aludido Firedman respondió con una también durísima carta en la que echa en cara a Krugman que en su columna le atribuya "ambiciones políticas" sin conocerle, que le achaque intereses cercanos a Sanders cuando ha declarado públicamente que es donante a la campaña de Hillary Clinton (aunque no tiene su voto decidido) y que le debe una disculpa.
Con Krugman poniendo la escaramuza en el ojo del huracán mediático, la tormenta se desata y entra en tromba James K. Galbraith, profesor en la Universidad de Texas en Austin e hijo de otra celebridad económica, John K. Galbraith. Firmando una carta como “ex-Director Ejecutivo del Comité Económico Mixto” del Congreso (es decir, usando sus más altas credenciales políticas) y atacando a los economistas del del CEA por lanzar su crítica sin hacer análisis alguno de los datos y abusar del argumento de autoridad y del poder mediático de Krugman. También desautoriza algunas de las afirmaciones de los críticos al informe de Friedman.
Con Galbraith se alinean economistas heterodoxos, como los creadores de la Teoría Monetaria Moderna, el Chicago Political Economy Group, e incluso blogueros del Financial Times, que en conjunto echan en cara al CEA haber atacado de forma personal a un economista y que las cifras no son tan descablladas.
Análisis de los datos
Mientras tanto en el lado opuesto, el Instituto Bruegel (abiertamente próximo al establishment del Partido Demócrata al que se enfrenta Sanders) hace recapitulación de todas las voces críticas con los cálculos de Friedman. Entre ellas se incluye un informe crítico con los datos de Friedman emitido por el matrimonio Romer, que encuentra un fallo clave en el razonamiento del economista: Friedman ha supuesto que los aumentos de gasto público tienen efectos permanentes sobre el PIB, mientras que la evidencia empírica apunta a que solo afectan de forma temporal.
Esta desautorización a Friedman vuelve a encontrar de nuevo altavoz en el New York Times, esta vez de mano de un economista de la Universidad de Michigan cuya notoriedad viene dada principalmente por su intensa actividad en Twitter, Justin Wolfers.
No hay acuerdo en la ciencia económica
Parece que la discusión quedaría así zanjada, pero Wolfers admite algún problema: una de las autoras del informe es la misma Christina Romer que firmó la carta abierta sin haber hecho números, lo cual muestra que parte con considerables prejuicios respecto al trabajo. Por otro lado, Wolfers admite ser un antiguo colaborador del marido de Romer, el otro autor del artículo, y es de sobra conocido que Wolfers es un arduo partidario de Hillary Clinton.
Además, Galbraith mantiene su defensa de Friedman afirmando que la suposición de impacto temporal del gasto sobre la economía es discutible, ya que la Ley de Verdoon que utiliza el informe original está avalada empíricamente en la época de la Segunda Guerra Mundial, aunque no se haya dado recientemente. Para él en cualquier caso, lo importante aquí ya no es la discusión sobre los datos sino la falta de consideración de economistas en lo alto de la pirámide hacia sus compañeros menos conocidos. El propio Friedman acaba de publicar una nueva carta defendiendo la postura teórica adoptada por él, y argumentando contra las acusaciones de "mala matemática" de Wolfers.
Visto desde la distancia, la gran perjudicada en esta escaramuza es la reputación de la Economía. Que una disciplina que se quiere ver como ciencia evidencie al mínimo reto que está dividida en claras líneas políticas no ayuda para nada a su reputación. Suficientemente dañada ha quedado ésta tras su pésimo desempeño en la Gran Recesión como para que episodios como este corroboren que no sirve más que para revestir los argumentos de un lado y otro del debate político.
Imágenes | Berniesanders, commonwealthclub, UNCTAD