En los últimos días hemos asistido en los mercados a un abrupto giro bajista no visto prácticamente desde que Trump pisó por primera vez la Casa Blanca. En diversos medios y ocasiones les veníamos advirtiendo sobre la peligrosa situación en la que se habían instalado los mercados, los cuales se habían inflado a base de expectativas que no se estaban traduciendo en resultados empresariales tangibles (al menos no acordes a la magnitud récord de la subida). Parece que el mercado ya ha pasado a considerar que la situación podría ser insostenible (de momento).
Pero hay una lectura todavía más preocupante que se desprende de la situación actual de los mercados, y en ella le va en buena parte la sostenibilidad de las cuentas públicas a Estados Unidos, así como del sistema socioeconómico en su conjunto. El asunto es que el presidente Trump, y el conjunto de la Administración de EEUU no podrán sobrevivir financieramente sin traumáticas medidas (o en caso extremo incluso sin un default) en un entorno de tipos alcistas como el que viene imponiendo la FED desde hace unos trimestres.
El alto endeudamiento estadounidense, un festín de deuda para todos (de verdad)
Pues mucho se ha hablado de la burbuja de deuda china y de las potenciales y extremadamente dañinas consecuencias que su pinchazo traería para la economía mundial. Pero nosotros también les hemos alertado hace tiempo de otra burbuja igualmente castastrófica: la eterna burbuja de la deuda soberana occidental, y especialmente de la estadounidense (pasaremos de puntillas hoy por el tema de la deuda nacional española).
Realmente, como es tónica habitual del carácter de alerta temprana que caracteriza a estas líneas, les venimos advirtiendo sobre ello desde los albores mismos de su formación. El principio de todo estuvo en una conjunción de un gasto público al alza, a la vez que se vió cómo los ingresos acusaron de forma relevante el impacto sobre las cuentas públicas de la terrible crisis subprime.
Y por si este cóctell no fuera ya lo suficientemente explosivo, a la fiesta de funestos balances de color rojo, se sumó la política ultraexpansiva de la FED y otros bancos centrales, que optaron por regalar el dinero, o incluso cobrar por tenerlo en determinados casos. Ante este dinero extremadamente barato, la consecuencia no podía ser otra más que una barra libre de deuda, que lejos de solventar la situación, podría haberla empeorado en el medio y largo plazo. Aunque bien es cierto que nunca sabremos la magnitud de ese otro desastre al que podría habernos llevado no aplicar ese "gas de la risa", consistente en inundar el mercado de dinero barato y que tan satíricamente denomina el autor Daniel Lacalle.
Recuerden cómo, en los sistemas capitalistas, se considera la deuda soberana como la deuda más segura de un país, y las malas lenguas dicen que no es porque necesariamente lo sea, sino porque si es el Estado el que cae, acaba utilizando todas las herramientas en su mano para evitar la caída, y así terminará arrastrando consigo al conjunto del país. Por eso, este festival de deuda ha sido totalmente solidario, y el festín no es sólo para los políticos de turno, sino que inevitablemente ha sido un forzado festín para todos, puesto que al final todos estamos obligados a responder de una u otra manera por las obligaciones financieras de nuestros respectivos estados.
Los mercados ya le han visto las orejas al lobo de la deuda estadounidense
Es cierto que esta burbuja de deuda soberana occidental ha sido especialmente persistente, y está tardando en explotar bastante más de lo que esperábamos. Pero los temas estatales suelen ser así: si toda burbuja por definición puede alargar su fiesta mucho más allá de lo racionalmente sostenible, las estatales lo son por partida doble, y es por la gran capacidad regulatoria y de influencia sobre el mercado al alcance de los gobiernos.
Pero el brusco (brusquísimo) giro de las Bolsas en los últimos días no anticipa nada bueno por su especial virulencia. Y en especial porque ahora los agentes del mercado sí que han puesto sus ojos inyectados en sangre sobre la sostenibilidad de la deuda estadounidense, especialmente en un claro entorno de tipos al alza. No puedo decirles si esta vez viene el pinchazo de verdad, o si sólo va a tratarse de un nuevo caso de parada y fonda, pero lo cierto es que las cosas parecen apuntar más bien al escenario más doloroso para el presente: parece que muy probablemente estemos asistiendo ya al pinchazo de la burbuja de deuda estadounidense (sic, porque caerán otras fiestas soberanas detrás).
Como no podía ser de otra forma, a la vista de la catadura de la mayoría de los dirigentes políticos, la mayor parte de los gobiernos no aprovecharon este entorno excepcional de tipos ultrabajos (e incluso negativos) para hacer los deberes, reducir deuda, y sacar el lápiz rojo para cercenar todo gasto ineficiente y socioeconómicamente inútil (incluso con llamadas de compasiva disculpa a cuñados y "amiguetes" con sueldos fáciles).
Por el contrario, lo que han hecho muchos gobiernos es dormirse en los laureles, y narcotizarse a base del bálsamo del tigre con el que los Bancos Centrales untaron los mercados para que la digestión de la crisis subprime no nos provocase una peritonitis. Así, lejos de aprovechar el viento a favor para reconducir las cuentas públicas, lo que han hecho es mantener la insostenible situación, o incluso empeorarla. Como siempre acaba ocurriendo en economía, ahora llega el inevitable momento de rendir cuentas, y con la marea bajando a marchas forzadas, se va a ver claramente quién ha utilizado el dinero barato para comprarse un previsor bañador, y quién va a acabar haciendo una exhibición pública de sus vergüenzas nacionales.
Y claro, luego todo será culpa de los tiburones internacionales que rondan por los océanos de los mercados. Obviamente, haberlos haylos, pueden oler la sangre desde kilómetros de distancia, y no dudan en acudir al festín de despedazar una presa malherida. Pero recuerden que si esos tiburones aparecen, es porque alguien ha decidido irresponsablemente no curarse rápidamente una herida, ha permitido que la herida se torne en hemorragia, y no ha querido parar la sangría en sus cuentas. Y es entonces cuando aparecen estos depredadores económicos (y haberlos siempre los habrá) a hacer sangre con una presa que se ha catalogado como tal a sí misma.
Y ahora se suman a la fiesta los tipos alcistas de la FED
Por si todo esto no fuera poco, como buena parte de nuestros lectores saben, la economía, y con ella los tipos de interés que tratan de regularla, tienen sus inevitables ciclos. Así viene siendo desde que el capitalismo es capitalismo, y muy probablemente desde hace más siglos, incluso aún cuando la econometría no existía como tal y no se podían cuantificar rigurosamente estos cíclicos altibajos.
Por otro lado, por todos es sabido que uno de los cometidos fundacionales de todo Banco Central es la contención de la inflación. En algunos casos como el de la FED estadounidense, a este mandato constitutivo se une el de promover el empleo. Pero el ciclo económico estadounidense va tocando a su fin, el mercado laboral está literalmente que arde, los salarios (por fin) parece que empiezan a mostrar un crecimiento importante, y las perspectivas de inflación han pasado a cotizar al alza de cara a los próximos meses.
Ante esta conjunción de variables de entrada para la Reserva Federal, la decisión no podía ser otra más que el vuelo más halcón de la institución, y así tomaron hace ya trimestres la senda alcista en los tipos de interés. Pero hay alguien a quien esta tendencia le viene fatalmente mal, y de hecho lleva meses cargando las tintas (y los tuits) contra la FED y sus subidas de tipos. ¿De quién podemos estar hablando?
Trump no podría sobrevivir políticamente a la cuesta creciente de tipos de interés
Obviamente, es el propio presidente Trump el que se está dedicando a despotricar contra la FED y su política monetaria, rompiendo con una tradición de décadas por la que el poder político estadounidense respetaba (mayormente) la independencia de las instituciones económicas del país. Ya analizamos hace unos meses el tema de lo peligroso de dar barra libre al poder político en este sentido, y permitir abiertamente sus injerencias en las decisiones de unas instituciones económicas que deberían ser lo más independientes posible.
También les enlazamos entonces un interesante estudio que muestra cómo el desempeño económico y el bienestar de los ciudadanos es sensiblemente mejor en países con instituciones económicas independientes y no sujetas al político de turno. Así que dejamos ese debate ya abordado de lado en esta ocasión, y nos centraremos en el porqué de que Trump haya optado por adoptar una política de acoso y derribo contra la FED.
Trump tiene una bomba de relojería que le está explotando entre las manos y que quiere desactivar, y esa bomba es la que citábamos antes de la burbuja de deuda soberana estadounidense. Imagínense cómo será la situación, que incluso el tema se está abordando ya desde el punto de vista de que la situación insostenible de la deuda del país es incluso un problema de seguridad nacional por voces muy reputadas en ese campo.
El futuro político de Trump parece indivisiblemente encadenado a la evolución de la situación de la deuda de EEUU. Esto es así porque, si su recorte de impuestos no hace que la economía empiece a crecer a raudales, lo que sí habrá conseguido es que, en un entorno de tipos al alza y de recorte de ingresos, la deuda estadounidense se vuelva definitivamente insostenible. Y hay que decir que se trata de un problema que viene de largo, pero que es a Trump al que le puede finalmente explotar entre las manos. Y no será sólo porque sea Trump el que haya echado la gota que colma el vaso, sino porque él ha mantenido el grifo abierto con un chorreo continuo de dólares transmutados en deuda.
Independientemente de que haya sido mayormente heredado, el problema de deuda que tiene Trump es colosal. Pero hay una solución muy indicada para aminorar la carga de una pesada losa de deuda, y es ni más ni menos la inflación. Aquí no sólo se trata ya de que unos tipos bajos obviamente hacen que las nuevas emisiones y refinanciaciones de deuda sean más baratas para el gobierno, y que pague menos en intereses (con todo el efecto multiplicador que se quita en los niveles de deuda actuales)
La segunda derivada, y todavía más importante, es que una inflación relevante es una de las formas exógenas más eficientes para que esa deuda, año a año, vaya suponiendo una menor carga financiera, ya que es erosionada por un dinero que cada día vale menos (con lo que las deudas del pasado también valen menos en el presente). Efectivamente no es que Trump denoste las subidas de tipos de la FED simplemente porque quiera puro y duro crecimiento económico (que también), es que en realidad Trump necesita como el beber un rebrote inflacionario, pues es la salida más fácil del callejón sin salida de la deuda soberana estadounidense.
Ante tamaño problema, poco parece importarle a Trump el riesgo cierto de que unos tipos de interés muy bajos, con una economía que muestra evidentes señales de vitalidad, pueda acabar trayendo un peligroso sobrecalentamiento económico, además de que la inflación se coma literalmente los ahorros de los ciudadanos. Y algunos dirán que la economía debería coger más inercia antes de apaciguarla con subidas de tipos, pero lo cierto es que estas subidas hay que acometerlas trimestres antes de que se prevea el sobrecalentamiento económico: los efectos reales de los tipos de interés en Main Street llegan bastantes meses más tarde de que la subida de tipos haya tenido lugar.
La receta más eficaz actualmente para incentivar el crecimiento económico en EEUU
En todo caso, si lo que Trump pretende verdaderamente con su recorte de impuestos es precisamente reactivar la economía como promulga a los cuatro vientos, sería mucho más inteligente por su parte haber beneficiado con el recorte de impuestos principalmente a las clases medias y bajas, en vez de a las clases altas y a las empresas como ha hecho con su reforma fiscal, y por cierto, de la cual paradójicamente se han quejado oficialmente cientos de ricos potentados por sus efectos sobre la histórica desigualdad. Es un básico de economía el hecho de que la propensión marginal al consumo que revierte a la economía es mucho más alta entre estas clases medias y bajas (bajo condiciones normales): son las clases menos favorecitas las que gastan en nuevos productos casi todo el nuevo dinero que cae en sus manos, mientras que un contribuyente de clase alta (que ya tiene literalmente de todo lo que necesita) raramente va a dedicar su nuevo dinero fresco a comprarse un segundo helicóptero que no necesita. Y que conste que hace ya años que les hablamos de este efecto socioeconómico, e incluso lo propusimos como receta para poder dar portazo a la crisis.
Esto es especialmente cierto en un país como EEUU, donde la tasa impositiva efectiva sobre las empresas (la que en efecto pagan compañías en relación a sus ingresos económicos) está en línea con la del resto de economías desarrolladas, al contrario de lo que afirma vehementemente Trump de que el país sufre la carga impositiva corporativa más alta del planeta. Además de toda esta trifulca tributaria, lo cierto es que en EEUU el mayor margen para el recorte fiscal que se traduzca en un crecimiento económico efectivo está precisamente en el otro lado de la pirámide de clases sociales de las que ha beneficiado Trump.
Y cuidado, porque evidentemente la distribución de la presion fiscal varía en cada país, con lo que las recetas económicas más adecuadas para cada caso también lo hacen: España sin embargo se sitúa en el pelotón de cabeza de Europa en presión fiscal empresarial, y también destaca por ello a nivel mundial. Pero claro, sea para España o sea para Trump, todo esto añade nuevas variables a una ecuación económica que interesa exponer como artificialmente simplista. La realidad es que algunos huyen interesadamente de modelos socioeconómicos con un poco más de complejidad, no quieren contemplar las escalas de grises, y se aferran a visiones dicotómicas de la realidad. Con un mundo económico extremadamente complejo por naturaleza, luego pasa lo que pasa... porque si algo tiene la economía es que siempre siempre acaba pasando factura.
Lo que Trump parece no computar en su ecuación es que, tal vez, echar gasolina al fuego de una economia que se acabe recalentando puede tener consecuencias absolutamente devastadoras. Estaría por ver en todo caso si ese perjuicio sería todavía peor que no conseguir meter las cuentas estadounidenses en la senda de la sostenibilidad, acometiendo necesarios (y eficaces) recortes de gasto.
Pero los recortes deben hacerse con sentido, eliminando el gasto superfluo y la "promiscuidad cuñadil" (en caso de que allí también la hubiere), y, sobre todo, maximizando la eficiencia socioeconómica en el uso del dinero público, no como se ha hecho en otros lados... (y no miro a nadie)... Porque el problema no es tanto el gasto público hipertrofiado, como cuando encima ese gasto es improductivo socioeconómicamente: una cosa es hacer buen uso del dinero, y otra tirarlo a paladas a la hoguera (de las vanidades políticas).
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