La parte más compleja del análisis económico es la proyección a futuro de las variables socioeconómicas, un punto ciertamente muy arriesgado para los analistas económicos, pero que desde estas líneas consideramos ineludible abordar en cierta medida: aporta valor añadido, y es clave para permitir a nuestros lectores anticiparse antes los diferentes escenarios socioeconómicos que vienen.
Esta capacidad anticipatoria (que no clarividencia) debe venir acompañada de cierto rigor, y por ello no se puede vaticinar rotundamente el advenimiento de uno u otro escenario (algunos lo hacen como quien apuesta a la ruleta: a ver si toca). La clave está en sopesar el impacto de cada escenario en cada agente socioeconómico, la probabilidad que se asigna a cada posible suceso, y la elaboración de un plan de contingencia para los escenarios más probables. Así, debemos sacar a la palestra qué ocurriría con España S.A. si los tipos empezasen a subir… Y no duden de que algún día lo harán.
Con el penetrante olor del “bálsamo del tigre” que aplicó el BCE se nos ha olvidado que los tipos de interés también suben
Hace ya una eternidad monetaria (casi siete años) desde aquel celebérrimo “El BCE hará lo que sea necesario para sostener el euro. Y creedme: será suficiente”. Fue la famosa frase con la que Draghi nos salvó de la catástrofe de deuda que atenazaba al sur de Europa, y con ella además salvaguardó la estabilidad del conjunto de toda la Unión Monetaria Europea, evitando que nuestras socioeconomías literalmente saltasen por los aires.
De esta manera, el BCE decidió soltar un salvavidas gigantesco en los mercados, que vino acompañado por medidas monetarias extraordinarias (y desconocidas hasta el momento en Europa). Con ello, el BCE pretendía insuflar algo de vida en los secos mercados de deuda periféricos, en los que la tensión (y las primas de riesgo) habían pasado holgadamente del castaño oscuro, y ya se adentraban peligrosamente en el rango no-cromático del negro negrísimo. Recuerden con nitidez aquellos apocalípticos titulares y lo crudo de la crisis que sufrimos en nuestras propias carnes, porque todo tiempo es susceptible de volver si no se hace una política socioeconómica sostenible en todos los sentidos. Y la política puramente económica mucho me temo que sigue siendo una de las más esenciales.
Echar la culpa de todo a los tiburones del mercado puede ser muy socorrido para expiar las culpas propias, y dirigir el exacerbado odio popular contra un enemigo único fácilmente identificable (por muy difuso que éste sea en realidad). Pero lo cierto es que un tiburón de los mercados acude a atacar con saña a su víctima sólo cuando ha olido su sangre en el agua. Y tengan en cuenta que dicen que los tiburones son capaces de oler una gota de sangre a kilómetros de distancia.
No se equivoquen, no estoy tratando de justificar en absoluto la asesina naturaleza de estos tiburones, pues son depredadores y hacen (dudoso) honor a su nombre (también en los mercados). Lo único que les estoy diciendo es que tiburones siempre va a haber, lo que hay que hacer es tomar medidas para evitar que nos ataquen.
Pero igual que no se puede culpar de todo exclusivamente a los tiburones, tampoco se puede exculpar sistemáticamente a aquellos irresponsables dirigentes que, en vez de aprovechar visionariamente el tiempo que nos regaló el BCE espantando a los tiburones y aprovecharlo para curarnos las heridas y que no sangren, lo que han hecho es abrirse las carnes y tratar de lavarse las heridas en el abundante mar monetario con el que el BCE regó los mercados.
Como sigan tentando a los tiburones, no duden de que acabará apareciendo su temible aleta otra vez en el horizonte, y tal vez en esta ocasión el BCE ya no pueda (o no quiera) repetir la heroica gesta del “whatever it takes”: nuestros políticos ya le han demostrado que sólo se han aprovechado de ella de manera oportunista, dando rienda suelta a nuevas rondas de su “deudofilia” más temeraria. Lo de hacer los deberes casi siempre lo dejan para otro día. El BCE (y también otros Bancos Centrales) realmente están cansados de dar treguas y de haberse convertido en el recurrente salvador de último recurso, puesto que se está haciendo política con su capacidad monetaria, cuando lo que se debería haber hecho era utilizar la capacidad monetaria que ha insuflado en las economías con problemas para hacer política económica (pero de la buena).
El sector privado no parece estar en una situación alarmantemente vulnerable (por ahora)
Como los lectores salmón saben, todo sector, y todo subsector, tiene diversos indicadores para medirle el pulso económico-financiero. Así, España S.A. tiene varios puntos de revisión en cuanto a tipos se refiere. No todos presentan un aspecto alarmante; de hecho, en los últimos años, la reducción del endeudamiento privado (empresas y hogares) ha sido realmente impactante. Y lo cierto es que, aunque haya ya bancos tentados de volver a la época "dorada" (de oro chapado) de dar hipotecas por el 100% (o por más) del valor de tasación, realmente en los últimos años estamos aún lejos de los niveles de borrachera hipotecaria de 2007. Pero como socioeconomía no debemos bajar la guardia: ya saben, donde hay negocio hoy, (a algunos) no les pregunten por el mañana. Aun así, lo cierto es que, tanto a particulares como a entidades financieras, no sé si les dará tiempo a acabar todos sus deberes antes del próximo exámen, pero en general hacerlos los van haciendo sin los contínuos y chapuceros tachones del pasado.
Así vemos cómo, además, ante un hipotético entorno de tipos al alza, los particulares se van decantando por hipotecas a tipo fijo, que también ha ido siendo transformadas en un producto competitivo y atractivo por parte de los bancos. Afortunadamente, aún hay muchos ciudadanos que recuerdan con horror aquellos años en los que parecía (y no sólo parecía) que nos iban a embargar el piso en unos meses por impago de la hipoteca, y todavía hay también bastantes entidades a las que todavía les duele aquel maremágnum de hipotecas incobrables guardadas en un cajón para que no se viesen en los balances. Desmanes hubo demasiados y por parte de muchos, pero aún pesan en la conciencia (y en la cartera) de algunos. Que dure la cautela.
Desde luego, en un país como España con una altísima proporción de ciudadanos medios que optan por la compra de su propio piso, que muchas hipotecas hoy en día se estén contratando a tipo fijo es sin duda un importante flotador salvavidas. Y lo es tanto para los sufridos hipotecados, como para unos bancos cuya morosidad tiene visos de no desbocarse por ello, al menos no en la misma proporción en la que hizo en el pasado. Pero claro, algún lector avezado se preguntará que… Y cuando suban los tipos, por mucho que las hipotecas sean a tipo fijo, ¿Quién pierde con el impacto de la subida?
Porque el dinero no sale de debajo de las piedras, y si suben los tipos, y a su banco le cuesta más caro financiarse en un negocio cuyo riesgo precisamente es prestar a largo plazo para financiarse a corto, pero usted sigue pagando la misma letra, alguien tendrá que poner el dinero que falta. Pues principalmente una de las respuestas más habituales está en los derivados sobre tipos de interés (que, como todo derivado, no están exentos de polémica y sorpresas desagradables): usted contrata a tipo fijo, y su Banco se cubre el riesgo monetario con un contrato de derivados sobre tipos de interés en los mercados derivados mayoristas. Así de simple (en teoría), aunque como ven, perder alguien perderá, y el boomerang económico siempre puede volver a golpearnos por otro insospechado lado.
Así pues, aunque a veces son satanizados por no pocos motivos, gracias a esos derivados usted puede tener la (aparente) tranquilidad de disfrutar de una hipoteca a tipo fijo: los derivados también pueden llegar a tener su gran utilidad y versatilidad en los mercados (en condiciones normales). Otro tema son ya las dudas sobre la manejabilidad de su ingente volumen en comparación con la economía real, y si efectivamente los mercados derivados pueden asumir todo tipo de evento de “cisne negro”.
Que tenga usted un contrato de derivados sobre tipos de interés (o más bien, que lo tenga su banco) tampoco da ninguna garantía de que cualquier escenario extremo será fielmente compensado en base a dicho contrato, según las condiciones firmadas por el que haya suscrito el derivado en cuestión. En realidad, todo depende de la garantía contractual que se exija a los contratantes, de la dureza del golpe, y de cómo de secos se queden los mercados de derivados para encontrar nuevas contrapartidas y que usted pueda mantener su posición, conforme a los más desafortunados les vayan cerrando posiciones por saltarles sus garantías. Y por cierto, para este último mecanismo de seguridad también hace falta un mercado que no se haya quedado totalmente seco, apocalipsis que en 2012 llegó a ocurrir en ciertos momentos de algunos subyacentes.
Pero ¡Ay de los tipos de interés del Euro!... Poco les podrían importar los lamentos nacionales de los “deudofílicos”, y mucho la inflación
Pero la deuda pública presenta un panorama (mucho) más preocupante. Es ahora cuando hay que sacar a relucir que los tipos de interés, como los ciclos económicos, son en cierta medida inevitables en nuestras socioeconomías (con permiso de la eternamente boyante Australia). Además, según su mandato fundacional, recuerden de que la principal variable para dirigir la política monetaria del Banco Central Europeo es la inflación (sin añadir el nivel de empleo como en el caso de la FED). Si ésta repunta, no duden de que, si la economía está ya en una crisis importante, asistiríamos a una lucha de poderes en el seno del BCE sobre su esencia más conceptual, y si se imponen los halcones (principalmente alemanes), subirán los tipos pese a quien pese. Así que lo más apropiado parece ser tratar de analizar al escenario de que los tipos puedan empezar a subir, porque muchas veces los tramoyistas van moviendo mecanismos entre bastidores sin que se vea desde el patio de butacas, y luego el repentino cambio de escenario nos coge por sorpresa.
Dicho lo anterior, hay que admitir que los tipos bajos también tienen una probabilidad nada despreciable (de hecho es el escenario más probable por ahora) de llegar a cronificarse en nuestras socioeconomías, puesto que posiblemente se nos está echando encima ya la próxima gran crisis, incluso con algunos indicadores que la están anticipando. Y lo peor es que, como ya les analizamos antes de que otros medios siquiera les hablasen de ello, a los Bancos Centrales no les ha dado tiempo a recargar su artillería para combatirla. Eso sí, crisis o no crisis, con artillería o sin ella, sigan teniendo en mente que, si la inflación aprieta, los tipos harán lo propio, y entonces los pecados cometidos durante todos estos años de masajes monetarios nos atormentarán la conciencia (al que la tenga).
¿Y qué pecados son esos que tenemos en la cartera de deuda? Pues, como no podía ser de otra forma, en cuestión del festival de deuda, seguimos cometiendo el pecado capital de la gula. Nuestro Estado es de ésos que ha seguido emitiendo deuda como si no hubiese un mañana, en vez de haber aprovechado el viento a favor del BCE para reducirla a marchas forzadas. Quedan muy aparentes los titulares que estamos viendo estos días que afirman eufóricos que España paga ahora decenas de miles de millones menos en intereses. Lo que no cuentan es cuántos intereses pagaríamos, o siquiera si seguiríamos en pie, si los tipos de interés (o las primas de riesgo) repuntasen y se acercasen de nuevo mínimamente a los niveles que ya vimos hace no mucho.
Lo cierto es que la deuda nacional, no sólo no ha mejorado desde que el BCE empezó a dar manguerazos monetarios para apagar el incendio de deuda periférica, sino que ha empeorado. Sí, aparentes titulares aparte, lo cierto es que hoy por hoy, en términos de deuda, estamos sensiblemente peor que en aquel fatídico 2012. La deuda nacional asciende actualmente a la astronómica cantidad de alrededor de 1,2 billones de Euros, en torno a un 98% del PIB, o unos 25.000 Euros por habitante (aquí tienen un fatídico contador en tiempo real para cuando no quieran conciliar el sueño). En lo más crudo de la pasada crisis de deuda (que algunos hacen probable que no sea la última), en 2012, la deuda pública española era de unos 890.000 millones, o alrededor de un 85% del PIB.
A este desolador panorama hay que añadir además que, entre 2007 (cuando se desencadenó la crisis subprime) y 2012 (los momentos mas crudos para la deuda periférica), España tuvo un enorme margen (mayormente muy mal utilizado) de capacidad de endeudarse para haber combatido y paliado la crisis que se nos venía encima. Entonces partíamos de una aparentemente idílica situación inicial con una deuda del 22% del PIB: para nuestra mayor desgracia, hoy no disponemos de este vital salvavidas. Aunque en la década pasada tampoco nuestros políticos hicieron que este margen de endeudamiento nos sirviese de mucho (Plan E mediante), todo hay que decirlo.
Y tenemos prisa porque el endeudamiento es algo que no se reduce de manera importante en cuatro días, ni en cuatro meses, y ni tan siquiera en cuatro años. Así que debemos ineludiblemente empezar a trabajar desde ya para que el próximo exámen nos coja con los deberes hechos.
Pero mucho me temo que algunos dirigentes optan por transformar aquel “Que Dios nos coja confesados” por un resultón y lúdico-festivo “Que Dios nos coja con pecados”. Como demostración, a la vista está que pecados tenemos tantos (y más que parece que quieren cometer) en la cartera de deuda que, o nuestros dirigentes empiezan a darse mucha prisa, o ya no nos dará tiempo ni a confesarlos, ni a purgarlos, ni a nada de nada. Y por respeto también a los agnósticos diremos que aquí, en cuestión de política económica, nosotros ya tampoco creemos apenas en nada ni en nadie, salvo en una imposible conjunción astral con alineamiento universal de galaxias: a este paso va a ser lo único que podría evitar lo que algunos van a acabar haciendo que sea inevitable.
Denles tiempo y deuda, y el resto del festival lo pagaremos nosotros (de nuestros bolsillos, como no podía ser de otra forma para variar). Y además también pondremos el kit de primeros (o tal vez últimos) auxilios. Contra todo pronóstico, si todavía alguien es digno de nuestra confianza socioeconómica, que se la gane con hechos (y con buenas políticas), que de las palabras benevolentes y biensonantes ya sólo se fían los más incautos (cada cuatro años). A todos los demás, ya no nos la cuelan ni camuflada de ningún color de entre todos los del espectro cromático: "obras son amores, que no buenas razones".
Imágenes | Pixabay hmauck | Pixabay stevepb | Pixabay Tumisu | Pexels Pixabay | Pexels Pixabay