La hemorragia financiera que está secando a las bolsas mundiales pese a las contundentes inyecciones de liquidez tiene ya una víctima crucial: el “Consenso de Washington”. Las disputas de los últimos días entre Dani Rodrik y John Williamson (recopilador del sistema y a quien llama su “hijo ilegítimo”) dan cuenta del resquebrajamiento de este decálogo que si bien comenzó como un “adoctrinamiento” para las políticas latinoamericanas, terminó invadiendo ideológicamente a todo el planeta.
Creado inicialmente como un documento de trabajo en noviembre de 1989 por Williamson y titulado What Washington Means by Policy Reform (Lo que Washington quiere decir por una política de reformas), consistía en una lista de diez medidas de política económica que, según su autor, erán "más o menos aceptadas por todo el mundo en Washington" desde 1980, de ahí su título de Consenso de Washington.
Para comprender brevemente la esencia de este recetario que terminó siendo el eje de los alineamientos económicos de los años 80 y 90 potenciando el laissez-faire del libre mercado y las desregulaciones, hay que reseñar algunos de sus puntos centrales. En primer lugar la disciplina fiscal: no más déficit fiscales, en un llamado a los países a tener presupuestos balanceados dado que los trastornos macroeconómicos son la consecuencia de los procesos inflacionarios.
La segunda medida de alerta era el control de la inflación como un parámetro central de la economía. De aquí viene el manejo de la política monetaria via tasa de interés encareciendo y limitando la oferta monetaria en los momentos de auge para evitar el "sobrecalentamiento" de la economía.
Un tercer punto fue el tipo de cambio. Los países tenían que tener un tipo de cambio competitivo para promover el crecimiento de las exportaciones (en dólares, por cierto). Esta promoción al comercio internacional debía eliminar las protecciones arancelarias de tal forma de no hallar trabas al libre acceso a los productos. Esta misma libertad de entrada y salida era preciso aplicar también a los flujos financieros.
El modelo de John Williamson insiste en dos puntos más: las privatizaciones y la desregulación. La lógica de las privatizaciones obedece a la creencia de que la empresa privada es más eficiente que la estatal, junto a permitir una fuente de ingresos de corto plazo a los Estados. La lógica de la desregulación, es la fe en que laissez-faire es el mejor regulador.
Dada la magnitud de la crisis que estamos viviendo en todo el mundo y que según datos de la FAO significa un retroceso de 15 años en la lucha contra el hambre, podemos ver las consecuencias del llamado “Consenso de Washington” y no es por nada que Williamson se retracte y lo llame un “hijo ilegítimo”.
El “consenso de Washington” halló su tierra fértil tras la caída del bloque soviético que dejó al mundo a merced del “pensamiento único” dominado por la hegemonía del imperio estadounidense. Curiosamente, el primer mandamiento de este “consenso” (los déficit fiscales) jamás fue cumplido por los gobiernos republicanos de EEUU (desde Nixon a Bush) y hoy el déficit fiscal está descontrolado y la deuda pública llega al 80% del PIB (de ahí la profundidad de la crisis), es decir, predicaron, pero no practicaron sus propios dichos. Gran parte del colapso mundial que estamos viviendo deviene de esa práctica maquiavélica en la cual la palabra y la acción van por caminos que nunca se encuentran.
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