¿Sabemos definir el Estado? ¿sabemos admitir las consecuencias que tiene la distribución en Estados para los individuos? En plan spoiler, esto es muy sencillo dado que actualmente, el paraguas del Estado es el que genera una encarnizada lucha entre los individuos para ejercer el control de la violencia legítima que tiene el Estado. Vamos a partir de dos definiciones de Estado nada sospechosas, bastante parecidas y ampliamente aceptadas para llegar a estas conclusiones, sobre todo en el campo económico:
El Estado es la coacción legítima y específica. Es la fuerza bruta legitimada como "última ratio", que mantiene el monopolio de la violencia
El Estado no es el reino de la razón, sino de la fuerza; no es el reino del bien común, sino del interés parcial; no tiene como fin el bienestar de todos, sino de los que detentan el poder; no es la salida del estado de naturaleza, sino su continuación bajo otra forma. Antes al contrario, la salida del estado de naturaleza coincidirá con el fin del Estado. De aquí la tendencia a considerar todo Estado una dictadura y a calificar como relevante sólo el problema de quién gobierna (burguesía o proletariado) y no el cómo.
Actualmente, el Estado moderno como tal, está concebido única y exclusivamente como una herramienta coercitiva que se dedica a extraer todos los recursos posibles de sus miembros para dejarlos agónicos, pero sin llegar a matarlos completamente. Esto es lo que se denomina desde algunos frentes de pensamiento como el socialismo vegetariano, que no respeta la propiedad privada (o sólo la respeta un poco), como aquel que enarbola la bandera del bien común como el paraguas maravilloso que sirve para esquilmar y laminar los extremos superiores de una sociedad homogénea en la búsqueda de la igualdad y uniformidad de pensamiento mediante las teorías de la redistribución de la riqueza.
La violencia estatal destaca por romper sistemáticamente la seguridad jurídica en función de los propios intereses de ese Estado coercitivo, aprisonador y que derrama el aliento venenoso de la beneficiencia del reparto por decreto a cambio de una alícuota de poder. Para qué queremos pensar si ya tenemos un control superior que lo haga por nosotros o para qué queremos ejercer la libertad si es preferible vivir bajo la huella de una violencia legitimada.
Hoy en día, el debate político y económico no busca cambiar el Estado, su capacidad abrasiva, coercitiva o violenta, sino todo lo contrario. Sólo encontramos élites que buscan desplazar a las actuales para ejercer el control y el monopolio de la violencia legítima estatal, dado que en la sociedad actual, lo último que se valora es la libertad individual y el respeto a la propiedad propiedad privada.
Ahora, pasen en comentarios los defensores de la hipotética socialdemocracia en la que vivimos, ese socialismo vegetariano que disfraza al violento con piel de lobo y que le da igual el tamaño del monstruo que ejerce el control sobre las masas ciudadanas, siempre y cuando sea él quién lo ejercite. (Póngase en este ejemplo Rajoy, Rubalcaba, Llamazares o resto de políticos).
Esa es la sociedad que hemos fabricado, la involución de la violencia permitida del poder legislativo a fases más refinadas pero no menos cruentas y todo sea, por esa cobertura y seguridad que nos aporta el Estado. Pues será para algunos, pero no para todos, ya que muchos no nos sentimos nada cómodos bajo banderas, líneas imaginarias de control territorial y fuerzas coercitivas permitidas por los oligarcas del control legislativo.
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