El eje franco-aleman pretende cortar por lo sano y terminar de una vez por todas con las presiones que tienen empantanado al sistema y que le impiden sincerar su funcionamiento. La propuesta que encabezan Francia y Alemania y que será presentada mañana en la G-20 de Seúl, no busca otra cosa que cerrar la ventanilla a los cobradores y colgar un cartel que diga: “No se paga hasta nuevo aviso”. Con esto se pretende silenciar la ola de rumores, especulaciones y conflictos sobre qué país cae primero en el default, para declarar que todos entran voluntariamente en el impago, hasta que haya consenso en la forma en que se repartirán las pérdidas.
Hasta el momento, la forma en que se ha enfrentado la crisis ha tenido un impacto devastador en diversos sectores aumentando la inestabilidad social. Los gobiernos, han enfrentado la carga de la deuda a costa de sacrificar los derechos fundamentales de las personas. Uno de los temas que no toman en cuenta ni los analistas ni los gobiernos es que en las crisis de deuda el ciudadano común y corriente paga dos veces: paga cuando se utiliza su dinero para rescatar a las instituciones financieras afectadas, y también paga cuando esos rescates implican una reducción en sus servicios esenciales por los planes de austeridad. Como siempre, las leyes favorecen a los más fuertes (los bancos) y perjudican a la inmensa mayoría (la gente). ¿Es eso justo? Por cierto que no. Pero en la economía el término justicia se olvido hace mucho tiempo.
El plan pretende ejercer presión para validar los impagos de los países, de tal manera de que se pueda promover una reestructuración ordenada de las deudas en la cual los acreedores, principalmente los bancos, asuman que no recibirán todo lo que se les adeuda. Este es el punto central de la ofensiva franco-alemana, un punto que se apoya en el hecho de que los bancos han sido los principales responsables de la crisis por los excesivos niveles de apalancamiento en que incurrieron, y la creación de dinero sin respaldo que generó las grandes burbujas. Por eso que los bancos deben asumir una parte de los costos. Esto permitiría desalentar la conseción imprudente de créditos en el futuro y crear una banca más responsable.
El plan que defienden Francia y Alemania es un paso en la dirección correcta; y debe difundirse para que la gente sepa qué es lo que se juega en esta nueva cumbre del G-20. Hasta el momento, estas cumbres solo han permitido beneficiar a los grandes bancos y no hacer nada por la economía real, empantanando totalmente al sistema dejándolo a expensas de los especuladores que ganan con la guerra de divisas, el carry trade o el precio del oro. Incluso en Wall Street, un puñado de banqueros, está a punto de repartirse un bono por 144.000 millones de dólares, mientras el desempleo global supera los 240 millones de personas, casi el 10% de la fuerza laboral del planeta.
La propuesta de permitir la quiebra voluntaria de los países más afectados para hacer una reestructuración ordenada de sus deudas es una importante iniciativa que debe hacerse real. Este paso, puede poner fin al círculo vicioso de una deuda que ha puesto el mundo al revés: haciendo que los más pobres financien a los más ricos.
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