Tremendamente reforzado por el apoyo popular a su propuesta de reformar las instituciones del país, el líder ecuatoriano Rafael Correa ha dado un paso más hacia la independencia económica del país al anunciar la próxima liquidación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional. De esta forma, Ecuador dejará de tener que realizar una política económica amparada por este organismo internacional y el presidente podrá poner en marcha sus propias iniciativas económicas.
Y es que las posiciones políticas de Correa (en la línea del venezolano Chávez, el boliviano Morales o el argentino Kichner) tienen un difícil encaje con las directrices neoliberales que impone el FMI a todos aquellos países que reciben fondos de él. Estas directrices suelen suponer importantes restricciones que impactan en el grueso de la población a corto plazo, en beneficio de unas mejoras macroeconómicas que permitan asegurar la estabilidad del país a medio y largo plazo.
Lógicamente, desde un punto de vista populista, es sencillo atacar estos planteamientos y achacar los problemas del país a la tutela de los organismos internacionales. De hecho, no hace mucho conocíamos la iniciativa liderada por Venezuela y Argentina para crear una alternativa al FMI, más ajustada a lo que entienden ellos que necesitan esos países y con una visión más cercana al terreno que la que se tiene desde los Estados Unidos.
La cuestión es saber si, una vez recuperada esa independencia para plantear alternativas, los países son capaces de equilibrar las necesidades del corto plazo con las del largo plazo, la satisfacción y el consecuente respaldo popular con la estabilidad y el apoyo de los mercados internacionales. No es una tarea fácil, sin duda, y tampoco estoy seguro de que las tésis del FMI sean necesariamente correctas (tengo la impresión de que están demasiado sesgadas hacia la estabilidad macroeconómica y no son demasiado sensibles con las necesidades económicas de los pueblos). Quizás sea el momento de ver nuevas ideas.