Todas las señales apuntan a que Alemania, entrará en recesión al finalizar el tercer trimestre de este año. Así lo ha advertido el Bundesbank, que ya da por segura esa posibilidad tras la caída del PIB del 0,1% el segundo trimestre del año.
En medio de la desaceleración de la Eurozona, Alemania ha pasado de ser la locomotora de Europa a ser un vagón de cola fruto de un crecimiento económico que se ha visto perjudicado por una combinación de turbulencias en la industria automovilística alemana, la escalada de la guerra comercial entre Estados Unidos y China y la perspectiva de una caótica salida del Reino Unido de la UE.
Durante el verano la producción industrial habría caído en medio de una escasez de pedidos, lo que sugiere que la mayor economía de la Eurozona se encuentra ahora en recesión. También se ha visto una gran caída de los indicadores de confianza de las empresas manufactureras.
Si bien el consumo interno sigue fuerte en la economía, el mercado laboral ya está mostrando signos de debilidad y la confianza en el sector de los servicios también está cayendo.
50.000 millones de estímulos preparados
Ante esta realidad, el Gobierno alemán está examinando la posibilidad de un fuerte plan de estímulos que estaría previsiblemente valorado en 50.000 millones de euros, y estarían a cargo del superávit presupuestario conseguido gracias al equilibrio de sus cuentas públicas.
En concreto, el ministro de Finanzas Olaf Scholz dijo que Berlín tiene la fuerza fiscal para contrarrestar cualquier futura crisis económica "con toda su fuerza". Argumentó que la crisis financiera mundial en 2008/2009 le había costado a Alemania unos 50.000 millones de euros y que el gobierno podría volver a reunir esa suma, si fuera necesario.
Lo cierto es que Alemania no tiene un histórico favorable al incremento del gasto público como elemento catalizador de su crecimiento. Si nos situamos en antecedentes históricos, tras la reunificación alemana, el gobierno alemán propició estímulos fiscales para enfocar el nuevo período venidero.
Y, como comentó el ministro de finanzas alemán, la última vez que Alemania se atrevió con este tipo de medidas fue con la recesión de 2008 y 2009 en el que fue una medida contracíclica para compensar el choque externo que experimentaba su economía tras la caída del crecimiento mundial.
El contexto es claramente diferente. A pesar de las dificultades económicas, hoy que el que vimos en la reunificación o en la fuerte crisis, y es que las condiciones de financiación del Gobierno alemán no tienen precedentes históricos. En el mercado de deuda, el bono alemán a 10 años está cotizando con una TIR del -0,67%.
Los incentivos fiscales planteados estarían dirigidos principalmente a la mejora de la eficiencia energética de los hogares alemanes, promover la contratación a corto plazo y también, incrementar las prestaciones que el gobierno conceder e, incluso, propiciar algún tipo de ayudas para la compra de un automóvil, un sector clave para la economía alemana.
El Bundesbank se opone a este plan
Tradicionalmente la autoridad monetaria alemana, el Bundesbank, ha mantenido una posición hawkish sobre la política monetaria que debe desarrollar el Banco Central Europeo y poco partidario de medidas keynesianas para reflotar el crecimiento económico del país.
El presidente del Bundesbank y responsable de la política monetaria del BCE, Jens Weidmann, apuesta a que un estímulo económico sería una medida precipitada tanto desde el punto de vista del Gobierno federal como por parte del BCE.
Al mismo tiempo, se opone fuertemente a que el BCE impulse nuevos estímulos en forma reanudar el programa de compras de bonos en el mercado secundario para expandir el balance.
Recordemos que hoy el BCE está estudiando un nuevo paquete de medidas de estímulo que se espera que incluya un recorte de tipos, la reanudación de su programa de compra de bonos y el compromiso de mantener abiertos los grifos del dinero durante mucho tiempo.
Para Weidmann los "estabilizadores automáticos", como los subsidios de desempleo, deberían ser las primeras medidas en caso de una mayor debilidad económica y, aunque el Gobierno alemán tiene espacio fiscal, no veía la necesidad de un programa a gran escala.
El fuerte compromiso por la estabilidad presupuestaria
El año pasado Alemania había recaudado más impuestos e impulsó menos gasto público de lo esperado, lo que supuso cerrar 2018 con su superávit presupuestario de 58.000 millones, el 1,7% del PIB.
Al iniciar este año, Scholz prometió mantener la política de "cero negro" su antecesor Schäuble, en la que no se añade ninguna deuda nueva y se paga la deuda total en un esfuerzo por reducirla por debajo del 60% del PIB, el límite de la UE.
Y lo cierto es que gracias al compromiso por la estabilidad presupuestaria en estos años, Alemania ha conseguido reducir rápidamente su ratio deuda pública/PIB. Alemania registró una deuda pública equivalente al 60,90% del PIB 2018, algo más de veinte puntos porcentuales desde que en 2010 registró un máximo histórico del 81,80%.
Esa política ha sido criticada como un fetiche en el pasado, y muchos instan al gobierno -internamente los Verdes y externamente los países periféricos- que Alemania debe abandonar esta política fiscal para impulsar la economía, no solo de Alemania, sino del conjunto de Europa que está pasando en el momento más difícil tras la crisis europea.