La economía de los Estados Unidos aunque muestra algunos síntomas de mejora como el aumento de la contratación laboral y la mejora de la confianza, aún se encuentra ante múltiples desafíos, entre los que destacan el elevado endeudamiento público y un exiguo crecimiento económico, que no termina de confirmar incrementos sostenidos de la producción nacional.
Teniendo presente que estos desafíos son temas muy candentes para la sociedad estadounidense, su presidente, Barack Obama, ante la relativa proximidad de las elecciones generales de 2012, se ha apresurado a animar a las empresas para que decidan aumentar la contratación y la inversión.
En mi opinión, muy a pesar de que dentro de un año la grave situación socioeconómica empeore o al menos no mejore, estos ‘ánimos no son suficientes’, máxime cuando se trata de un presidente, al que se elige democráticamente y se paga con cargo a los ‘dineros públicos’, para hacer algo más que animar.
El principal problema de la economía norteamericana es el elevado endeudamiento público y los altos costes de gestión de su burocracia (problemas razonablemente parecidos a los de la economía española), y que aún se debe trabajar muy duro para digerir la aguda crisis financiera y de valor económico en la que nos encontramos inmersos tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, que como si se tratase de un ‘tsunami’ ha arrastrado a todos los sectores y agentes de la economía.
Quiero creer que este nerviosismo es propio del benévolo deseo por parte de un presidente que espera que la situación económica mejore por el bien de los ciudadanos a los que representa, y que no esté asociado a las prisas por el acercamiento de las elecciones. Porque de ser así podemos pensar que no se ha hecho lo suficiente, o tal vez, que un período de cuatro años es un horizonte inadecuado para la gestión de los asuntos públicos.
Vía | Reuters
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