En los últimos meses se ha puesto muy de moda en las empresas la preferencia por una ‘actitud innovadora’, fomentando las nuevas ideas, las nuevas formas, y todos aquellas recomendaciones y propuestas que redunden en una mejora de la eficacia en la gestión de equipos, la eficiencia y la consecución de objetivos corporativos.
He de decir que la aparición de este interés no es gratuito, y surge por la ingente necesidad de dar un nuevo aire a las empresas en su particular objetivo por retomar la senda del crecimiento. Pero al menos en España, la innovación, o más bien, mantener una ‘actitud innovadora’ no recibe todos los halagos que le corresponderían.
Me explico, piensen por un momento que tienen una idea innovadora y se la comentan a sus familiares, amigos y colegas más allegados. Seguramente reciban su desaprobación, pero ¿por qué? Pues la razón es muy sencilla, el miedo al cambio y a una deficiencia cultural muy importante, la aversión al riesgo, que se manifiesta en muchos más casos que en otras economías como la norteamericana o en los países más fuertes de la Unión Europea.
Claro está que lo más cómodo es quedarnos como estamos, máxime si nos encontramos en una coyuntura como la actual, en la que cualquier cambio se presenta sustancialmente más arriesgado a priori que en cualquier otra. Por tanto, desgraciadamente este factor cultural nos limita las ganas de cambiar las cosas, de identificar y proyectar lo que podemos mejorar, en definitiva, de innovar.
En conclusión, a pesar de esta desventaja competitiva que presenta la sociedad española, me alegra muchísimo que haya aparecido esta necesidad en el mundo empresarial, necesidad que poco a poco debe calar en la propia sociedad para hacerla mejor y hacernos creer de una vez por todas que tal vez no está todo inventado. ¿Servirá la crisis para hacerlo?
En El Blog Salmón | La tarea de la innovación no solo corresponde al trabajador
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