Una vez analizadas las causas de la crisis económica, muchos han sido los que se han aventurado a decir que tenemos que cambiar, que hemos agotado nuestro modelo económico, y que en definitiva, hay que innovar en ‘nuevas maneras’ de hacer economía para salir del agujero y alcanzar de nuevo niveles de empleo y de riqueza aceptables.
Dentro de esta gran tarea, la ‘innovación’, se ha tendido a pensar en que es una labor que recae exclusivamente en el trabajador, que ha de cambiar su actitud e incluso sus ‘formas’ en pro de la consecución de tan ambicioso objetivo, sin pensar en que las organizaciones empresariales también son partícipes de la batalla.
Dicho esto, hoy quiero poner de manifiesto, que esta tarea debe ser compartida tanto por los trabajadores, así como por las empresas, que deben de innovar en nuevas prácticas en lo que respecta a la relación con sus trabajadores, en la organización interna, y en la compensación, entre otras cuestiones, aprovechando las dificultades para deshacerse de los lastres y rigideces organizativas que conocíamos, y que las prisas de derivadas una larga época de bonanza nunca nos lo permitieron.
Esta tarea no es nada fácil, pudiendo resultar demasiado ambiciosa para estructuras con objetivos demasiado cortoplacistas, que no contarán con los suficientes incentivos para hacerlo. Puesto que este proceso de innovación al que las empresas y trabajadores deben someterse no corresponde a un solo ejercicio económico, sino que ha de convertirse en una actitud que nos lleve a mejorar aprendiendo de los errores del pasado, y que nos catapulte a alcanzar unas estructuras organizativas más eficientes y eficaces. Al menos, tenemos la obligación de intentarlo.
En El Blog Salmón | El dilema de la innovación
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