En el panorama económico actual, caracterizado por un enfoque hacia la producción industrial y los servicios en las economías desarrolladas, la agricultura a menudo ha sido relegada a un segundo plano. Este sector, considerado a priori de bajo valor añadido, ha sido eclipsado por la prominencia de otras industrias.
Sin embargo, en medio de este escenario, emerge un país europeo que desafía esta premisa arraigada, demostrando que la agricultura puede ser una fuente significativa de prosperidad económica y desarrollo sostenible. Ese país no es otro que los Países Bajos, que hoy en día figura entre las principales naciones exportadoras de alimentos a nivel mundial en términos de valor bruto.
La transformación de los Países Bajos en un gigante agrícola no es fruto del azar, sino del ingenio y la tenacidad que caracterizan a esta nación. A pesar de su tamaño reducido y su apariencia geográfica compacta, los Países Bajos han logrado establecerse como una potencia agrícola a nivel global, desafiando las expectativas tradicionales. A través de una combinación magistral de tecnología avanzada, enfoque sostenible y creatividad innovadora, han logrado transformar la agricultura en un pilar económico fundamental.
Para comprender el éxito del modelo agrícola holandés, podemos centrar nuestra atención en un sector particularmente revelador: el cultivo de tomates. En este contexto, emergen dos países que se destacan como referentes: Holanda y España. Curiosamente, estos países presentan modelos de producción dispares entre sí, lo que nos permite apreciar la diversidad de enfoques y estrategias en el mundo agrícola actual.
Los Países Bajos, partiendo de un entorno geográfico hostil con pocas menos horas de sol que sus competidores, ha impulsado un enfoque pionero en la agricultura y ha logrado transformar su territorio en un mar de invernaderos tecnológicamente avanzados.
Estas estructuras, que combinan hábilmente la tecnología de punta con la gestión eficiente de recursos, permiten la producción constante y controlada de una amplia variedad de cultivos, incluyendo el tomate. Este enfoque, conocido como agricultura en interiores, ha revolucionado la forma en que se cultivan y cosechan los alimentos. Los resultados son impresionantes: la reducción del consumo de agua y tierra, la minimización del uso de pesticidas y la optimización de los rendimientos.
La agricultura en interiores implica el cultivo de cultivos en un entorno controlado, como invernaderos o granjas verticales. Esto se puede lograr mediante técnicas como la hidroponía, que es un método de cultivo sin suelo, o la aeroponía, un método que permite el cultivo en una neblina de agua. La agricultura en interiores reduce notablemente la cantidad de tierra y agua requerida para el cultivo, y a su vez disminuye el uso de pesticidas y otros químicos.
Se estima que los Países Bajos cuentan con aproximadamente 24.000 hectáreas de cultivos en invernaderos, lo que equivale a casi el doble del tamaño de Manhattan. Estos invernaderos utilizan cantidades reducidas de fertilizantes y agua, logrando cosechar en una hectárea lo que requeriría 10 hectáreas de cultivo convencional.
La ventaja de este modelo es que predomina la automatización, lo que permite que los trabajadores del sector están orientados a puestos técnicos que supervisan los sistemas de control climático, riego y fertilización o bien ingenieros encargados de diseñar y mantener la infraestructura de los invernaderos y sistemas tecnológicos adecuados. La automatización permite así el desarrollo de una estructura laboral de alto valor añadido.
Como resultado, ofrecen un tomate excepcionalmente competitivo. Si observamos su precio, en junio de este año se encontraba en los 120 euros por 100kg, frente a los 126 euros de España, 147 euros de la UE, 149 euros de Italia o los 270 euros de Francia.
Uno de los principales factores que ha permitido a los Países Bajos liderar la agricultura sostenible es su empleo de tecnología avanzada. La agricultura de precisión es una técnica agrícola que hace uso de la tecnología para optimizar la producción agrícola.
Esto implica la recolección de datos relativos a diversos factores que influyen en el crecimiento de los cultivos, tales como la humedad del suelo, los niveles de nutrientes y las poblaciones de plagas. Estos datos se utilizan para tomar decisiones informadas acerca de la gestión de los cultivos, lo que reduce el desperdicio y mejora la eficiencia mientras se minimiza el impacto ambiental.
Los Países Bajos son líderes en la implementación de estrategias de manejo integrado de plagas (MIP). Esta técnica busca reducir el empleo de pesticidas al utilizar métodos naturales de control de plagas, como controles biológicos y manipulación del hábitat. Los controles biológicos consisten en emplear depredadores naturales, como mariquitas o avispas parasitarias, para controlar las poblaciones de plagas.
El modelo del tomate español
Cada país juega con sus cartas. Y, como contrapunto, España, cuenta con su clima cálido y soleado, adoptando una estrategia diferente en el cultivo de tomates. Aprovechando sus condiciones naturales, gran parte de la producción se realiza al aire libre.
Aquí encontramos la primera diferencia. La agricultura en invernaderos es un pilar clave del sector del tomate en los Países Bajos. La inversión en tecnologías de control climático, riego automatizado y monitoreo de cultivos es alta. Pero, en España, la tecnología también desempeña un papel importante, pero la diversidad climática permite un equilibrio entre el cultivo en invernaderos y al aire libre.
Se busca competir en costes laborales y no en la mayor eficiencia de la producción por hectárea cultivada, y es en ese punto en el que Marruecos se presenta como su principal competidor, ya que gozan de modelos similares, pero la actual ventaja de costes de Marruecos lo lleva a ganar terreno.
Marruecos aumenta, desde 2011, sus exportaciones de tomate a la UE a un ritmo del 3% anual, aunque su cuota de mercado en la UE y Reino Unido (6%) está muy lejos de la española que se sitúa en el 23%. La clave en este punto es que paralelamente las ventas del tomate español promedian caídas anuales del 3%.