El banquero anarquista

El banquero anarquista
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Fernando Pessoa publicó El banquero anarquista en mayo de 1922. Se dice que es un cuento, más bien por su brevedad, ya que realmente poco elemento narrativo tiene. Adopta la forma de un dialogo filosófico, cuando realmente es más bien un monólogo. Acaso se puede llegar a que este juego de espejos, de aparentes contradicciones, viene a ser una prolongación del mismo núcleo de fondo de la obra, de llegar al anarquismo a través de la banca.

El planteamiento es sencillo, y si no se ha llevado al teatro ya, creo que daría pie para ello. Recoge una charla de sobremesa tras una cena. De un lado un hombre de quien nada se dice. Del otro un acaudalado banquero, comerciante y estraperlista que se autoproclama como un auténtico anarquista frente a los que se identifican como tales (a los que cataloga como los del sindicato y la bomba).

No hay otra diferencia: ellos sólo son anarquista teóricos, yo soy téorico y práctico; ellos son anarquistas místicos, y yo científico: ellos son anarquistas acobardados, y yo lucho y libero…en una palabra: ellos son pseudoanarquistas, y yo soy anarquista.

Pessoa presenta a su personaje como un luchador contra las desigualdades no naturales, las producidas por las ficciones sociales, entre las que destaca el dinero. Servidor no comparte dicha conceptualización del dinero como ficción. Incluso el dinero fíat tiene poco de ficción, desde el momento en que se apuntala con el curso legal y el monopolio de la fuerza estatal. El termino ficción le queda chico (me pregunto hasta dónde hubiese llegado la ironía de Pessoa si hubiese conocido estas nuevas realidades financieras).

Pero el caso es que el personaje de Pessoa encuentra la solución idónea para luchar contra el dinero, para liberarse de su influencia. En una suerte de reverso de la filosofía zen llega a la conclusión de que la mejor manera de escapar de su influjo es acumular inmensas cantidades de dinero, y para ello nada mejor que dedicarse a la banca y al comercio. Si el anillo esclavizó a los portadores del mismo en la obra de Tolkien, liberó a nuestro banquero. Anarquista a fuer de rico, parafraseando a Prieto:

¿Cómo subyugar el dinero y a la tiranía del dinero? Consiguiendo liberarme de su influencia, de su fuerza. ¿Cómo sustraerse a su influencia y tiranía no evitando su encuentro? El proceso, pues, sólo dejaba una salida: adquirirlo, adquirirlo en cantidades bastantes como para no sentir ya su influencia, y en cuanto más ganase, más libre quedaría de su preponderancia.

Llama poderosamente la atención la claridad con la que Pessoa percibe la naturaleza de la otra gran alternativa, las dictaduras revolucionarias del proletariado y similares, desnudándolas de oropeles. Son dictaduras puras y duras. Estamos hablando de 1922, cuando la Rusia Soviética emergía como una referencia inmaculada, como un faro ante el que caían deslumbrados los que que se oponían al status quo occidental. Ahora es más fácil percibirlo, pero Pessoa lo capto ya en sus orígenes. Nada nuevo bajo el sol.

También me ha llamado la atención el fracaso de la intentona colectiva de nuestro protagonista, de la reproducción en el seno del grupo de revolucionarios de las relaciones de tiranía que el decía combatir. Es, años después, de esas mismas tensiones y acusaciones en la Sociedad Mont Pelerin o en el propio Colectivo, el grupo que rodeaba/adoraba a Rand. Quizás por nuestra propia naturaleza, como dice Pessoa, quizás por reproducir como un espejo aquello contra lo que luchamos, en una suerte de rapport de PNL.

A propósito de estas relaciones de tiranía, de explotación, Pessoa es un provocador de tomo y lomo. Atención a la siguiente afirmación, que tiene su enjundia:

Auxiliar a alguien, amigo mío, es considerarlo incapaz; y si no lo es, es suponerlo o convertirlo en tal. En el primer caso se trata de desprecio, y en el segundo de tiranía. De todas maneras, o bien se cercena la libertad ajena, o bien se parte del principio, cuando menos inconscientemente, de que ese sujeto es despreciable e indigno o incapaz de libertad.

Sibilino y duro. Hay quien sostiene que la obra se trata de una tremenda humorada, de una colección de sofismas y falacias, eso si, excelentemente urdidas, que para nada tiene que ver con el pensamiento de Pessoa. Teniendo en cuenta la apuesta del autor por usar alter egos, heterónimos para sus publicaciones no sería de extrañar, si bien creo que Pessoa habla, en buena medida, por la boca del banquero ácrata.

El libro está de total actualidad con la crisis financiera por medio. Mientras algunos, con un estilo muy del propio Pessoa, no se sabe si lo critican o no, poniéndose un tanto de perfil, otras establecen un paralelismo entre ese banquero anarquista y sus herederos de los tiempos actuales, insistiendo en la paradoja de que si el banquero anarquista de Pessoa apuntala el sistema, los banqueros capitalistas lo destruyen.

Me temo que el sistema se destruye el solito, que los banqueros capitalistas sólo son meros sirvientes de la lógica del mismo, y que su actuación sólo se entiende de la mano de nuestros políticos, como financieros de una burbuja estatista descomunal, burbuja de la que forman parte muchos de los que se horrorizan con el banquero de Pessoa. Y que, en el estallido, algunos han encontrado su Reichstag en llamas para incrementar el poder de un Estado, sin ser conscientes de que, es tal su peso, que se hunde por los cimientos.

A menos… A menos que en el caso de esos tipos, la perversión hereditaria de las cualidades naturales haya ido tan lejos que llegue al fondo mismo del temperamento…, que haga que un fulano nazca para esclavo, que nazca naturalmente esclavo, y por tanto incapaz de cualquier esfuerzo en el sentido de su liberación. Pero en tal caso…, en tal caso…, ¿qué tienen que ver los que son así con la sociedad libre o con la libertad? Cuando un hombre nace para esclavo, la libertad, por contraria a su naturaleza, para él resulta tiranía.

Leyendo las palabras de Pessoa no puedo más que convenir en que hay un gran numero de esclavos de ese Estado que se derrumba, nacidos para ser sojuzgados por él, y a los que la libertad les resulta un yugo insoportable. Ante ese miedo se entiende mas fácilmente la ira con la que acogen a quienes cuestionamos sus dogmas.

Algunos de ellos, con la autoetiqueta de liberadores, y eso si que es una ironía involuntaria por su parte, te acaban llamando fascista o amenazando con darte dos yoyas.

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