Es innegable el protagonismo del crédito en la gran mayoría de las crisis económicas más recientes. Es por ello por lo que deberíamos plantearnos dos puntos: ¿Es el crédito algo realmente necesario? ¿Evitaría su abolición las crisis económicas?
Y yendo un poco más allá, en caso de que concluyamos que el crédito es un mal reconocido pero necesario, ¿Cómo podemos limitar su cuantía para no incurrir en excesos perniciosos? o ¿Cómo podemos al menos utilizarlo a modo de indicador adelantado de la posterior crisis?
Crédito: un producto financiero con mucha historia
Empecemos por el principio: el crédito es posiblemente uno de los productos financieros más antiguos, sino el que más, y mi opinión personal, a primera vista, es que el crédito, o al menos algunas modalidades del mismo, es verdaderamente necesario en muchos ámbitos de nuestras economías, al menos en ciertos aspectos del mismo. Pero esta percepción inicialmente subjetiva no nos va a apartar de nuestro habitual análisis salmón y de unos razonamientos lo más objetivos posible.
En primer lugar hay que reconocer que ciertas modalidades de crédito, como pueden ser las líneas de crédito de las empresas, son mecanismos que engrasan las cajas contables y que son necesarias para evitar problemas puntuales de liquidez derivados de una desincronización entre los pagos y los cobros debidos a la actividad de las empresas. No obstante, también está la financiación por ejemplo de una gran obra pública, de la creación de una nueva empresa, o de la compra de un piso… son todo operaciones crediticias en las que el prestatario no suele disponer del capital suficiente para su ejecución y, gracias a un crédito, se puede financiar, por supuesto contrayendo la obligación contractual de proceder posteriormente a la devolución de las cantidades adeudadas y obteniendo adicionalmente un beneficio, tangible o intangible, sobre ellas.
Hasta aquí todo de color de rosa. El crédito, los prestatarios, los prestamistas… son elementos y agentes económicos necesarios en nuestros sistemas socioeconómicos para que el españolito de a pie pueda comprarse una vivienda, para que un ayuntamiento pueda acometer una gran obra cuando sea necesaria sin tener que esperar a disponer de todo el efectivo, o para que gente sin recursos suficientes pueda emprender, entre otros ejemplos.
Pasando al aspecto predictivo del crédito
Pero, pasando de puntillas sobre la perversión del sistema que inducen algunos agentes económicos desde la posición de fuerza que a veces ejercen, la otra cara, que es la que nos interesa hoy, es que el crédito es un indicador casi infalible de sobrecalentamiento económico. La práctica totalidad de las burbujas más recientes, infladas antes de los posteriores crashes económicos, aunque pueden ser diferentes en su naturaleza y sus causas, es cierto que tienen todas ellas un nexo de unión casi omnipresente, y que es que la inmensa mayoría de las burbujas vienen de la mano de una burbuja de crédito paralela. Intentemos ver el lado positivo del asunto, y bajo este prisma debemos plantearnos cómo utilizar el crédito como herramienta para prever las crisis económicas y evitar, aunque sea parcialmente, sus desastrosos efectos.
El problema es discernir qué umbral de crédito implica un nivel de endeudamiento que empiece a ser perjudicial para un sector económico, y que induzca un sobrecalentamiento en detrimento de sus efectos beneficiosos iniciales. Para establecer este umbral, dejando por ahora a un lado la formación de una burbuja, hay un punto de ruptura claro a nivel conceptual y de justicia socioeconómica: es injusto que las generaciones actuales consuman los recursos económicos de las generaciones venideras.
Tipos de crédito a grandes rasgos y sus casuísticas
Podemos centrarnos en los ejemplos de concesión de crédito, puesto que son, principalmente y a grandes rasgos, las causas más relevantes que llevan a endeudarse a la mayoría de individuos, instituciones y/o empresas:
1) Financiación privada minorista. Es cierto que los mecanismos hipotecarios que se acuñaron en la burbuja japonesa de finales de los años 80, por los cuales la ingeniería financiera llevó a crear hipotecas multi-generacionales que se heredaban de padres a hijos, son injustos. Los padres, por muy padres que sean, no tienen el derecho de hipotecar el futuro de sus hijos. En aquel Japón burbujeante, aquello les pareció una solución de lo más normal y lógica, pero ya saben lo que les comento que debemos hacer cuando la masa va hacia el precipicio, porque recuerden el taurino (por bullish más que por español) “Los precios de los pisos nunca bajan”.
2) Financiación pública. Pero también es cierto que la financiación de obras e infraestructuras públicas es otro tema, puesto que éstas se quedan para beneficio actual y futuro. Con ello, es más justo endeudar los ingresos futuros para una obra presente, puesto que las generaciones venideras también disfrutarán de esa infraestructura.
No hace falta decir, o más bien, ahora que lo pienso, en España tristemente hace falta decir que la infraestructura ha de tener sentido y ser objeto de una necesidad real por parte de la comunidad (léase, no entra en este apartado construir aeropuertos para los que luego no hay vuelos, autopistas sin tráfico, parques solares sin más ROI que el debido a las primas estatales, etc.). La pregunta del millón es pues: ¿Hasta qué punto es lícito consumir en el presente los recursos públicos de nuestros descendientes? ¿Cuál debe ser el límite? Ésta es la cuestión realmente interesante.
A grandes problemas, soluciones sencillas. Mi propuesta no puede ser más salomónica: déficit cero. Un estado, una comunidad, o un ayuntamiento, ha de ser viable año a año. El déficit es un cáncer que horada la viabilidad del sistema en su conjunto. Una institución puede endeudarse y adelantar el consumo de futuros recursos siempre y cuando tenga equilibrio en sus cuentas anuales presentes, y la mejor manera de reflejar en cifras su sostenibilidad es exigir un déficit cero. El nivel de endeudamiento de una entidad, es decir, su deuda bruta, lo que debe, es importante, pero más relevante es su nivel de déficit.
Recordemos que déficit es la cantidad que gasta año a año excediendo a sus ingresos, es decir, una brújula que nos indica cuando una institución pasa a comerse el pan futuro de sus hijos. Poner el umbral en cero puede parecer una cuestión subjetiva, pero qué mejor opción que la de ser ortodoxos y no deteriorar el balance año a año empezando por el año en curso (contemplando tal vez la excepción a la regla para situaciones de emergencia, imprevisibles y de difícil repetición en ejercicios posteriores: léase, una gran catástrofe natural, etc.).
3) Financiación a empresas. Por otro lado, la financiación de empresas es un asunto más peliagudo. Pero si lo analizamos con más detenimiento podemos observar que en él se combinan los factores de los dos tipos de crédito anteriores. Por un lado, las empresas son entidades generalmente privadas, y por otro, con su endeudamiento los dirigentes actuales de las empresas consumen recursos futuros de los accionistas cuya gestión correspondería a otros responsables y accionistas venideros. Pero a la vez la expansión de las líneas de producción de las corporaciones, su expansión en nuevos mercados, etc. es algo que, al igual que las obras sufragadas con la financiación pública, queda para la posteridad de la corporación en cuestión.
Una primera solución pasaría pues por aplicar las mismas soluciones de los casos anteriores: legislar contra el endeudamiento empresarial multi-generacional, y exigir a las empresas déficit cero al igual que a las instituciones públicas. Pero las empresas pueden tener pérdidas en épocas de crisis debido a su actividad, y cerrar una empresa sólo por una mala racha, cuando con un crédito podría haber sobrevivido, es destruir tejido empresarial sin mucho sentido. No soy capaz de darles una respuesta clara en un artículo de tres o cuatro folios, pero éste debería ser un objeto de análisis concienzudo y especializado para esos asesores tan bien pagados que tienen algunos ministerios.
El sub-caso de crédito más complicado: nuevas tecnologías
Y por si esta última disquisición no es poca, además hay que detenerse en un sub-caso más difícil todavía: las empresas de emprendedores en nuevas tecnologías. Las conclusiones que saquemos para este sub-caso que diferenciamos son extensibles en mayor o menor medida a la generalidad de la financiación empresarial, dado que, aunque en otro orden de magnitudes, la casuística podemos considerarla similar. Aquí han tenido pues esos asesores de alto standing mi humilde contribución a la difícil tarea que les hemos sugerido.
Es por todos sabido que normalmente los nuevos modelos de negocio suponen una inversión inicial mucho más importante que en el caso de un negocio ya establecido, y que además el consiguiente endeudamiento perdura más en el tiempo hasta que se empiezan a obtener beneficios derivados de su actividad, que se ven compensados por la posibilidad de adquirir una posición dominante en un nuevo e importante mercado en proceso de creación, pero ¿Dónde poner el límite?
Es fácil decir ahora que la crisis “.com” era previsible, aunque unos meses después de que Terra saliese al mercado, e incluso antes de la épica portada de “The Economist” que pueden ver aquí y leer su correspondiente e histórico artículo aquí (un servidor casi lloró de emoción al ver que por fin alguien de peso se atrevía a decirlo públicamente), el que subscribe fue uno de los que ya la anticipó (so pena de que entonces no existiese Twitter aún), pero ¿Cuál es el umbral entre endeudamiento beneficioso y pernicioso?, ¿Hasta dónde se puede invertir en una empresa que va a desarrollar su actividad en un mercado de nueva creación?
Lo difícil de ponderar un nivel de crédito límite es lo incierto del futuro
Cuestión aún más difícil ésta, sobre todo cuando ese mercado de nueva creación es a todas luces desconocido en el presente: no se sabe ni su volumen, ni su relevancia en cifras concretas, ni su retorno de la inversión… no se sabe nada a ciencia cierta, tan sólo que es el futuro seguro, igual que nos pasó con el advenimiento de internet. Era obvio que en el caso de las “.com” no tenía ningún sentido que hubiese empresas que recababan del mercado ingentes sumas de dinero sin ni siquiera tener un modelo de negocio mínimamente definido, ni presente ni futuro. Había empresas cuya única actividad conocida era celebrar opulentas fiestas en las que se paseaba la jet-set del mundo empresarial y social, pero que luego de internet apenas tenían algo en su nombre y en la descripción de su futura intención de actividad.
En su momento pocos decíamos que era un sinsentido que Terra Networks en sólo tres meses, y con unas cifras ridículas y un modelo de negocio con monetización muy relativa, pasase a colocarse en el top ten de las empresas españolas por capitalización bursátil. ¿Por qué ocurre todo esto? Por ambición humana. La proyección de un nuevo modelo de negocio transforma en símbolo de dólar las pupilas de algunas entidades o individuos con capital a invertir: tienen recursos, pero quieren rentabilizarlos y multiplicarlos, y mercados que son el futuro, y que aún no tienen presente, son el caldo de cultivo ideal para dar rienda suelta a la ambición más desmedida en ciertos individuos. Y a veces ya no ambición de ir a más, sino simplemente miedo de quedarse fuera del futuro y perder la porción actual del pastel que se tiene.
Y de aquellos polvos, estos lodos. Pero no nos apartemos de la cuestión principal de este post, ¿Cómo evitar este tipo de burbujas de crédito? ¿Cómo utilizarlas de termómetro? Aquí hemos pinchado. No se puede adivinar el futuro para saber las cifras que un nuevo mercado arrojará, con lo que no es ponderable el nivel de endeudamiento máximo que sobre estas cifras se debería permitir a las entidades e individuos que tratan de hacerse con una parte del pastel. Tampoco se puede poner un límite al número máximo de empresas que aspiran a repartirse ese nuevo nicho.
Sentido común: el menos común de los sentidos
Lo único que parece propicio es el sentido común, pero dado que es el menos común de los sentidos, está claro que estamos abocados a repetir y repetir burbujas de crédito con cada nuevo avance tecnológico o productivo que se produzca en nuestra civilización. Ya no porque las generaciones venideras no hayan tenido ocasión de aprender en sus propias carnes de este tipo de situaciones, pero incluso una misma generación parece ser capaz de repetir una y otra vez los mismos errores.
Lo único que podemos hacer es intentar tener sentido común tratando de poner en práctica un pensamiento económico constructivamente crítico y, si me lo permiten, leerse un poco los libros y la prensa especializada (también la que ha pasado a ser ya historia): aunque uno siempre encuentra opiniones que se adaptan a cada actitud individual o empresarial posible, como perlas en el mar, también se encuentran reseñas que llevan a actitudes visionariamente responsables y sostenibles para el conjunto de la economía y la sociedad. Están ahí, simplemente búsquenlas, reconózcanlas y téngalas en cuenta en sus decisiones personales o corporativas. Y les doy la razón a los que piensan que, también en el ámbito del razonamiento económico, es difícil llegar a la verdad, pero estarán de acuerdo al menos en que es mucho más fácil reconocerla cuando otros la dicen o escriben, especialmente si se es abierto de mente e ideas.
Y eso sí, ante un futuro incierto y un presente difícilmente ponderable, vayamos pues a un plan de contingencia de mínimos con indicadores medianamente objetivos: cuando vean un PER estratosférico (Price-Earnings-Ratio ó parámetro que mide la capitalización bursátil de una empresa en base a sus beneficios reales), hagan como Warren Buffet, dejen que esos últimos duros, o esos últimos millones, se los gane otro, porque lo que sí les puedo asegurar es que habrá otro que venga a intentar llevárselos, aunque luego su decisión pueda llevarle a la ruina.
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