El BCE pensaba que tenía más margen de maniobra para jugar con los tipos. Que si, como hizo hace unas semanas, dejaba en suspenso la política de subida de tipos, la inflación no sería un problema. Pero los datos ya están aquí, y son preocupantes: en Europa la inflación ya se ha puesto por encima del 2% marcada como límite del pacto de estabilidad, y en la locomotora alemana se acerca a niveles del 3%.
Así pues, el Banco Central se enfrenta a una complicada encrucijada que no parece tener una salida fácil. Si insiste en dejar tranquilos a los tipos de interés, la inflación puede seguir su senda alcista. Y, aunque sea con dibujos animados, ya vimos los potenciales peligros de la inflación, peligros que se supone que el BCE debe conjurar. Si, como es su deber, retoma la senda alcista, la estrechez de crédito en los mercados financieros se puede agravar, amenazando con trasladar las dificultades a la economía real.
En realidad, esta misma encrucijada ya la comentaba Onésimo el mes pasado. El BCE optó por uno de los caminos, solucionó un problema pero generó otro. La cuestión es saber si es posible desandar el camino y optar por la otra vía, y saber si ésta es adecuada o si por el contrario no hay solución posible a este dilema y la única decisión posible es elegir a qué problema queremos enfrentarnos, cuál de ellos podemos tolerar mejor.
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