El tráfico de drogas es, con diferencia, la actividad ilícita más rentable que existe. Según un informe de la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Crimen (UNODC), el mercado de estupefacientes alcanzaba en 2005 un valor de unos 320.000 millones de dólares, o un 0,9% del PIB a nivel mundial.
El volumen del mercado no ha hecho sino crecer, y para 2009 el Director Ejecutivo de la UNODC estimaba que su valor ya alcanzaba los 352.000 millones de dólares. Dinero que escapa al control y la imposición pública, a pesar de que luego es blanqueado y reintroducido en el circuito comercial, convirtiéndose incluso en la única fuente de liquidez en momentos de crisis aguda.
Comoquiera estos datos son muy especulativos. Mientras las cantidades de cocaína y opiáceos son de fácil contabilización, las estimaciones del valor del mercado mundial de ciertas sustancias como el Cannabis o las drogas sintéticas son de muy difícil cuantificación.
Difícil comparación
No es posible comparar los márgenes de beneficio de industrias legales con accionistas y reguladas respecto a negocios ilegales como la droga, en el que las ganancias no se distribuyen entre tenedores de acciones sino que se apropian a lo largo de toda la cadena de distribución, como mostró en su estudio el profesor Sudhir Venkatesh de la Universidad de Columbia, que tuvo acceso a los registros contables de una modesta operación (“franquicia” lo llamó él) de venta de droga al por menor en Chicago.
Aún así los márgenes que manejan estas operaciones son de enormes órdenes de magnitud. Un kilogramo de pasta de cocaína producida en Colombia, por ejemplo, puede multiplicar su valor casi 500 veces de 780 a 330.000 dólares hasta llegar a las calles de su mercado final en EEUU.
La única industria que puede compararse en volumen a la de la venta de estupefacientes es la comercialización de otro tipo de drogas: los medicamentos legales. La industria farmacéutica atravesó en 2014 la barrera del billón de dólares de ventas globales, y ha continuado creciendo desde entonces.
Los beneficios de ambas no pueden compararse
La revista Forbes publicó en 2015 un artículo sobre los sectores de negocio más rentables en EEUU. En lo alto de la lista destacaban las tecnologías de la salud, incluyendo las farmacéuticas a las que hacíamos referencia anteriormente, con 21%. Éstas se encontraba incluso por delante de la industria financiera (con 17,3%), que a pesar de sus grandes márgenes no termina de recuperarse de la crisis global que ella mismo inició en 2007. En un digno tercer puesto los servicios tecnológicos ofrecían unos rendimientos del 16,1%.
En el fondo de la tabla se encontraban sectores extractivos como el petróleo y la minería, los más fuertemente perjudicados por los efectos de la larga crisis que afecta a la mayoría de mercados desarrollados. Sus beneficios están en descenso, y ninguno supera ya el 2% para 2016. Sin embargo, las industrias de la salud, con las grandes corporaciones farmacéuticas a la cabeza, no paran de incrementar sus tasas de beneficio.
Las tres principales empresas farmacéuticas: Pfizer, Merck & Co y Johnson & Johnson, todas presentan tasas de beneficio del 25% o superiores. Los EEUU se embolsan la mayor parte (45%) de esos ingresos, seguido por las industrias de la salud europeas, que se encuentran en declive, al igual que Japón, comparadas con sus rivales norteamericanos y la pujanza de nuevos productores en Asia.
Influencia política
Por supuesto, este gran poderío de la industria farmacéutica se traslada a una imponente capacidad de presión para condicionar las políticas oficiales, en un sector fuertemente regulado como la salud. Un informe de la ONG Health Action International de 2012 concluyó que la industria farmacéutica empleaba al menos 40 millones de Euros anuales en actividades de lobbying en la Unión Europea. Esta cifra incluía solamente los gastos declarados por la industria de acuerdo al Registro de Transparencia de la UE, mientras que el informe consideraba que la cifra real bien podría rebasar ampliamente el doble de esa cantidad, hasta unos 91 millones de euros.
Esto se traduce en una gran influencia en la elaboración de normativas que afectan a la industria. Particularmente en el área de los derechos de propiedad intelectual, donde los grupos de presión de la industria farmacéutica ejercen especial hincapié. Dado que gran parte de los beneficios de la industria vienen de la explotación de patentes obtenidas sobre medicamentos desarrollados por ellas, los potavoces de la industria insisten de forma continuada en la regulación de forma favorable de dichos derechos.
Esto hace que la presencia de esta industria se haga sentir particularmente en las negociaciones de tratados comerciales, como el TTIP que se negocia entre EEUU y la Unión Europea. Los grupos de interés de la industria dedican muchos esfuerzos a convencer a los negociadores y al público de que sus intereses están alineados en lo que respecta a la inclusión de las demandas de las farmacéuticas en los tratados de libre comercio.
Por otro lado, numerosas campañas de la sociedad civil aseguran que estos acuerdos no sólo no beneficiarán a los consumidores, sino que de hecho suponen una transferencia de rentas aún mayor hacia un sector que ya obtiene unos beneficios muy por encima de cualquier otra industria.