Cuando el estandarte de la austeridad parece ser lo que ha hecho ganar la batalla (por ahora) a países como Irlanda o España, cuando parece que ha quedado demostrado que la disciplina financiera más ortodoxa era la única salida para una crisis como la que hemos sufrido, cuando las recetas de recortes presupuestarios abundan más que las recetas que prescribe la seguridad social... Entonces va y llega Portugal, para aguar el festival musical de la repetición de recetas omnivalentes e inmutables (que en bastantes casos no pasan de ser un simple play-back con la voz de otros).
Efectivamente, el caso portugués se ha revelado como un caso de éxito en la superación de esta crisis (también por ahora), y el tan necesitado giro económico en el país ibérico no ha llegado hasta que no ha dado carpetazo a la austeridad. Portugal ha acabado apostando por la receta inversa, y ha abrazado con brazos, piernas, y hasta orejas, el keynesianismo más clásico y casi desterrado del país, optando por una expansión presupuestaria que, paradójicamente, le ha permitido mejorar su déficit hasta niveles no vistos desde hace décadas. En el análisis de hoy les damos las claves de por qué Portugal se ha convertido en el tigre de Keynes, y cuál es el secreto de esa medicina que ha permitido que recetas opuestas curen una misma enfermedad (y no se trata del placebo).
Poniéndoles en situación sobre el pasado económico más reciente del país luso (y nuestro)
Portugal fue uno de los brillantes soles que pasaron a languidecer en su particular ocaso atlántico, traído por aquella ya lejana (por el momento) crisis de deuda periférica, que azotó Europa del sur hace unos años. El reguero de deuda, déficit, desempleo, cierres empresariales, ejecuciones de deshaucios, bancos con balances que hacían equilibrismo sobre el foso de los cocodrilos, realidades políticas casi convulsas, corruptelas que se convirtieron en parte del sistema... hicieron que hubiese un mortífero nexo de unión común a todos los países mediterráneos. Estos países se sumaban con diferentes grados en esos factores a esta crisis de deuda, que dividió a Europa entre el norte acreedor y el sur deudor. La única excepción a lo sureño de la crisis fue una Irlanda que sí que estaba englobada dentro del concepto de Europa periférica, y que también atravesó en su momento sus no pocos problemas económicos por el pinchazo de su efervescente burbuja inmobiliaria.
La receta imperturbable que vino del norte acreedor fue la de la austeridad, sin réplica posible ante unos déficits y unos niveles de deuda que abrían lacerantes llagas en los abogados de la mesura crediticia (entre los que me incluyo dependiendo del caso). La situación del sur era la de unos países en los que los desmanes "deudófilos" se nos habían ido de las manos (para ir a parar en según qué caso a los bolsillos de otros), acorralados por unas primas de riesgo que subían en teleférico más que escalar por la ladera, casi en situación de colapso económico (y sin casi en el caso de Grecia), y con una necesidad extrema de seguir financiando un déficit que era más que imposible que fuese atajado con la misma velocidad con la que trepaban los intereses exigidos a las emisiones de deuda soberana. Debo recordarles que allá por 2011, más concretamente en Abril, el bono a diez años portugués rondaba un galopante 9%, y la letra a un año el no menos escalofriante 6%. Un cóctel explosivo e insostenible para una economía como la portuguesa, que además presentaba persistentes síntomas del estancamiento económico más alertargado.
En Portugal se sucedieron crisis económicas, rescates, gobiernos, recetas, austeridad, más crisis, más rescates, otros gobiernos, recetas similares, más austeridad... en un círculo vicioso que el país ya no sabía ni cómo romper. La austeridad seguía siendo la receta inquebrantable que venía de la Europa acreedora, y que Portugal necesitaba obedecer para poder seguir accediendo al dinero que venía de Bruselas, pues suponía su respiración asistida en la Unidad de Cuidados Intensivos en la que su economía se nos iba lentamente al otro lado. Muchos agentes económicos ya casi podían oir incluso el característico pitido del electrocardiograma plano, y preparaban sus frases más compasivas para el consiguiente obituario. Y entonces llegó una nueva terapia que en la sala de urgencias de aquella crisis sanitaria aún no se había probado con los enfermos de esta epidemia de deuda periférica.
De la austeridad en el país del Atlántico al Keynesianismo del Big Deal de los Claveles
Contra todo pronóstico, hubo un faro atlántico que empezó a iluminar aquella cerrada noche en la que quedó sumida la economía portuguesa. El primer ministro socialista portugués, António Costa, sufrió una metamorfosis que transformó aquel halcón fiscal que él mismo era cuando llegó al poder en Noviembre de 2015. Tras unas elecciones que resultaron no augurar nada bueno por la situación de indefinición y fragmentación política en la que quedaba el país, Costa fue el arquitecto de una coalición con el ala más izquierdista del espectro político portugués. La nueva receta que emergió con fuerza de aquella coalición fue la de pasar la página de la austeridad en los libros de contabilidad de los portugueses. Muchos no auguraban nada bueno para una coalición con espectro político tan amplio, que iba desde el más tenue infrarrojo al más llamativo ultravioleta. He de reconocerles que un servidor también tenía sus reservas al respecto, pero desde un punto de vista de la mera estabilidad política.
Como pueden leer en este artículo que ha publicado el visionario semanal The Economist, incluso los redactores de la ortodoxa revista alaban abiertamente los resultados económicos conseguidos en el país luso. Aquella unión de idearios forzados que amenazaba con saltar por los aires en cualquier momento, fue incluso apodada por algunos como "geringonça", un término que hace una irónica referencia a un fatal destino. Aquella "geringonça" se marcó como objetivo revertir las medidas de austeridad que regían desde la crisis del Euro, a la vez que prometían cumplir con objetivos de rigurosa disciplina fiscal. Algo que muchos vieron como un brindis al sol, y que acabaron denominando "economía vudú".
Pero la ciencia económica se empeña muchas veces en mostrar su naturaleza más impredecible a esos economistas que pretenciosamente pretenden aplicar las mismas recetas inmutables a todas las enfermedades, sin saber ver que cada caso requiere un diagnóstico específico, y una terapia particular. Cada crisis es diferente, es más, cada fase de la misma crisis es diferente, y por lo tanto hay que trabajar concienzudamente para hacer un seguimiento intensivo y continuo de la economía, y tratar de aplicar las políticas más adecuadas para cada caso y para cada momento. No conozco ninguna ciencia donde las leyes inmutables hayan perdurado indefinidamente: a menudo el progreso acaba obligándonos a que nos replanteemos incluso aquellos axiomas que parecían más inquebrantables; la ciencia económica no va a ser una excepción.
La realidad está demostrando que la receta portuguesa ha llegado en el momento adecuado
Como pueden leer en el enlace anterior, Costa ha acabado cosechando éxitos económicos incuestionables como apuntaba el reputado The Economist. Su "política vudú" ha acabado resultando ser una "política desfribilador" para aquel paciente agónico con constantes vitales casi planas. Las cifras hablan por sí mismas. El gobierno portugués ha reducido su déficit a menos de la mitad, hasta dejarlo en un envidiable 2.1% del PIB, el más bajo desde la transición portuguesa de 1974. Sus políticas se han basado en volver revitalizar las pensiones, los salarios y las horas trabajadas, hasta llevarlos a niveles de antes de los rescates.
En paralelo a la reducción del déficit, y como parte de la "política del desfibrilador", la economía portuguesa ha crecido ininterrumpidamente durante nada más y nada menos que 13 trimestres consecutivos. La Europa acreedora no puede replicar nada, puesto que el inquebrantable objetivo de un déficit por debajo del 2.5% ha sido cumplido con creces, siendo la histórica primera vez que Portugal cumple con las metas fiscales de la zona Euro. El tigre luso seguro que ya tiene en el radar la siguiente meta a alcanzar para que los agentes económicos le reconozcan sus logros más ampliamente: que las agencias de calificación y los agentes del mercado dejen de considerarlos como un país con un riesgo a nivel del "bono basura", y le otorguen la ansiada bandera verde con la consideración de grado de inversión.
Éste debería ser un justo reconocimiento al méritorio desempeño económico luso, puesto que actualmente Portugal dedica al pago de los intereses de su deuda más que ningún otro país Europeo. Una pesada carga a pesar de la cual Portugal ha conseguido remontar el vuelo. Es de esperar que, cuando la economía portuguesa logre deshacerse de este pesado lastre, sus logros económicos serán todavía mayores. Pero los portugueses no deben lanzar las campanas al vuelo, y deben aprovechar esta coyuntura para reducir su abultada deuda. Como veremos en las próximas líneas, no todos los indicadores están en verde más allá de los Arribes del Duero.
Los deberes pendientes de nuestro querido vecino ibérico (y algunos también para España)
Como les decía, lo peor que le puede pasar a Portugal ahora es caer en la autocomplacencia. No sabemos cuánto va a durar el paréntesis económico actual, máxime en unos tiempos que están demostrando ser económicamente convulsos. Portugal no debe perder ni un minuto ni un Euro, y dedicar sus esfuerzos a seguir haciendo los deberes para que la contrastada recuperación se transforme en fortaleza. Tal y como les apuntaba antes, uno de los deberes pendientes de Portugal es reducir su abultada deuda, que alcanza más de un terrible 131% del PIB. Cualquier acontecimiento inesperado podría volver a suponer una estocada letal para un Portugal cuyos niveles de deuda siguen en el terreno de lo casi insostenible. Además, Costa ha de ser capaz de demostrar que es capaz de mantener en el tiempo la heroica gesta de haber sido capaz de atajar el déficit, sin ir más lejos, en el mismo 2017. Sería una excelente y positiva señal de confirmación para los mercados, que ahora mismo le miran con cara de sorpresa y algo de recelo, sin ser capaces de acabar de encajar todo lo que la realidad de las cifras portuguesas muestra en este momento.
El paréntesis económico debería ser también aprovechado por Portugal para acometer su otra gran asignatura pendiente: su sector bancario sigue presentándose muy vulnerable. Como informaba The Economist, Costa le ha visto las orejas al lobo que sigue rondando por los alrededores de Lisboa, y tiene planes para inyectar 2.500 millones de Euros para recapitalizar el mayor banco portugués. Con ello, Portugal habrá realizado un doble rescate. Por un lado el de su maltrecha banca, pero tras haber realizado también un rescate de sus ciudadanos: un importante punto que traerá estabilidad social al país, acallando las voces que culpan a los dirigentes de rescatar únicamente a los bancos. Ello penalizará el déficit, sin duda, pero utilizar el balón de oxígeno actual para que todas las constantes vitales recuperen la normalidad debe ser una de las prioridades del ejecutivo luso. Recuerden que, en economía, nunca se debe bajar la guardia, y que la autocomplacencia que les comentaba antes es la peor consejera. El señor Costa está dando muestras de no estar cayendo en ella, y de que es consciente de que ha conseguido mucho, pero que ha de aspirar a más mientras el viento sople de cola.
Este análisis no pretende quitar ni un ápice de mérito al giro portugués, dado que, efectivamente, en un país que combinaba peligrosamente niveles de sobre-endeudamiento con un déficit rampante, la primera condición urgente y necesaria para poder atacar el problema de la deuda era lograr meter el déficit en vereda. Lo que tratamos únicamente de decir desde estas líneas es que tener algunos indicadores en verde, por muy eufóricos que pueda hacer sentir a los lusos, especialmente por lo imposible que parecía hace tan sólo un par de años, no debe hacer que se duerman en los laureles. Deben seguir adelante con las reformas estructurales que su economía tanto necesita. La pócima mágica que ha parecido funcionar en el caso de nuestro querido vecino ibérico, no ha de ser un narcótico que les suma en un dulce sueño del que pueden despertar en cualquier momento, sumidos de nuevo en una terrible pesadilla de deuda. Lo mismo aplica, por cierto, al panorama nacional español.
Las conclusiones que debemos ver confirmadas por el Big Deal de los Claveles
Espero que, por su parte, esta última parte del artículo de hoy fuese la más esperada. Por parte de un servidor lo es. Espero no defraudarles. Les anticipo que, lejos posicionarme interesadamente del lado de los vencedores lusos, y lejos de arriar de forma permanente y oportunista la vela de la socialdemocracia y quemar todas las naves liberales, un servidor no es para nada partidario de recetas económicas perennes e hieráticas, que siempre acaban caducando en algún momento. A estas alturas de la democracia, uno ya no cree en el debate político, sino tan sólo en el debate continuo de ideas. Caer en el inmovilismo del ideario y de las políticas económicas es el camino más corto a la próxima crisis, puesto que ya saben que siempre les digo que el sistema (en el largo plazo) y la economía (en el corto y medio) deben estar adaptándose contínuamente a un futuro siempre cambiante.
Diferentes enfermedades obviamente requieren tratamientos distintos, incluso éstos pueden variar para una misma enfermedad según la fase de la misma, o la gravedad del enfermo. El punto critico para Portugal ahora mismo es si Costa sabrá ver el momento en que su política económica actual esté dando ya síntomas de agotamiento, y si sabrá abrazar cuando sea necesario nuevas recetas, adaptándose a ese escenario siempre cambiante. La fórmula del éxito de hoy puede no tener nada que ver con la fórmula del éxito del futuro. Y, por cierto, buena nota de ello deberían tomar también otros gobiernos, aunque sus recetas éxito hayan sido las opuestas. Sin caer de nuevo en la "deudofilia" y la "creditofagia", tal vez sea momento de analizar y plantearse la posibilidad de pasar ya de los presupuestos austeros a los simplemente parcos (en la medida que la mejora de los ingresos nos lo permita, por supuesto).
El seguimiento económico contínuo y la adaptación permanente del sistema a los nuevos escenarios es la única manera de hacer el sistema sostenible en el largo plazo, y de ponerlo a salvo de cambios radicales, que nos ponen en un riesgo mayor de llegar más fácilmente a situaciones convulsas. Debo confersarme como un seguidor incansable de la mejora contínua y del aprendizaje constante. Personalmente me mido por las cosas que aún desconozco (que se me hacen siempre demasiadas), especialmente en temas de economía. Es por ello por lo que nunca voy a cejar ante ustedes en mi obligación de trabajar sin descanso para analizar continuamente el mundo que nos rodea, y con ello tratar de sacar las conclusiones lo menos equivocadas posible (con la inestimable ayuda de nuestros apreciados lectores).
Soy plenamente consciente de que aprenderse un "librillo" y, a partir de ahí, atenerse simplemente a repetir un guión de ideas prefabricadas, es mucho más cómodo y requiere menor esfuerzo. Pero un servidor es un enemigo declarado de las recetas perennes, que tratan de solucionar problemas del presente (o futuro) con fórmulas del pasado, sólo porque en su día funcionaron en otro caso que puede no tener nada que ver. Igual que rentabilidades pasadas no aseguran rentabilidades futuras, el éxito de políticas pasadas no asegura el éxito de políticas futuras. No trato de asegurarme ante ustedes que me sigan leyendo por los siglos de los siglos (sólo aspiro a ello si les sigo aportando algo positivo a sus neuronas), es que el mundo (y la economía) es un lugar siempre cambiante y lleno de matices, y cualquiera de estos matices se puede acabar traduciendo por sorpresa en una diferencia sustancial en algún momento del futuro.
Dicho lo anterior, debo decirles también que, en la (por ahora) ya pasada crisis de deuda periférica, una cosa era muy cierta: una vez llegados a la situación límite en la que nos vimos inmersos, no había solución buena, y la austeridad era la única salida en los plazos más cortos. Recuerden que nos encontrábamos con la balsa semi-hundida por el peso de la carga de deuda, y con una mar encrespada y aletas de tiburón rondándonos por doquier. Pero el problema era que el olor de la sangre que atrajo a los tiburones era que nuestras cuentas dejaban de ser sostenibles, pero especialmente que seguíamos gastando mucho más de lo que ingresábamos. Si en aquel momento nos ponemos a explicarles racionalmente y con dulzura a los tiburones que no debían despedazarnos, porque íbamos a poner a largo plazo unas piscifactorías de jureles que nos harían pujantes de nuevo, y que además nos permitirían alimentar también sus hambrientas fauces... pues el tiburón habría hecho honor a su naturaleza, y habría hincado el diente en el delfín mediterráneo del hoy, frente a la incertidumbre del jurel del mañana.
No habría servido de nada, pues, llegados al punto de no retorno, la única salida era dejar de acumular déficit, para que el peso de la deuda no nos acabase de hundir la balsa. Hay que remarcar también que, en el caso español, tenemos el agravante añadido de que ya habíamos quemado el cartucho de los estímulos, con un espectáculo de fuegos artificiales que sólo sirvieron para deslumbrar a los más incautos. No es menos cierto y esencial que, además, la austeridad debe necesariamente ir acompañada de una eficiencia y justicia en el gasto que queda, no hacerlo es el verdadero austericidicio, puesto que la injusticia de unos recortes asimétricos ya ha quedado demostrado que no hace sino alimentar lógicamente el descontento popular y la inestabilidad social.
Ya les he explicado de lo poco amigo que soy de las recetas inmutables que les decía antes. Con este tipo de recetas, lo que es seguro es que en algún momento se nos acabará rompiendo algún huevo. Ya saben que, en más de una ocasión, les he dicho por ejemplo que un servidor es siempre partidario, salvo en circunstancias excepcionales, de no gastar por sistema mucho más de lo que se ingresa. Una vez dicho esto, hago también hincapié en que, por otro lado, es igualmente muy cierto que no se puede negar la rentabilidad económica de gastar hoy un poco de más, para incentivar poder ingresar todavía más en el futuro; lo cual obviamente debe tener sus cabales límites.
En todo caso, en esas pocas causas de fuerza mayor, uno prefiere trabajar como estrategas, y diseñar un ataque que torpedee de forma precisa y certera la línea de flotación del buque de la crisis, en vez de saltar de la trinchera gritando y disparando sin sentido en todas las direcciones. Esos valientes soldados que vencen su miedo optando por esta segunda intimidatoria pero inútil alternativa, suelen acabar rápidamente abatidos bajo los tiros certeros de algún enemigo frío y calculador que no ha perdido los nervios. La paciencia y los nervios de acero para detenerse en medio de la refriega, hacer un análisis lo más adecuado y breve posible, y diseñar una táctica de ataque, puede acabar ahorrándonos a la larga muchas bajas en la guerra contra la crisis. No hay nada como pensar antes de actuar, incluso en las situaciones que nos ponen más al límite. Portugal supo pararse, pensar, y además el plan le dio los frutos esperados. No siempre se puede dar con una poción mágica como la portuguesa, pero al menos que no sea por no habernos arremangado y haber sido capaces de replantearnos contínuamente la situación.
Nota del autor: discúlpenme nuestros lectores portugueses que nos leen en castellano. No estoy en absoluto haciendo de menos su capacidad de comprender otras lenguas como el español (que me consta que es excelente), sino que tan sólo me estoy excusando por no poder traducir al portugués un artículo que sé que les va a interesar. Les confieso que, para cuando en algún momento disponga del suficiente tiempo para ello, uno de los planes de futuro que más ilusión me hace es ir un verano a la bella ciudad de Évora a hacer un curso de portugués en su histórica universidad.