No hay razón lógica por la que, con la que está cayendo, algunas bolsas como la estadounidense estén viviendo tan ajenas a la realidad pandémica que tanto está destrozando la economía allí y en todo el mundo.
Famosos y visionarios inversores muy curtidos en los mercados, y con décadas de experiencia avalada por su tradicional éxito incuestionable a la hora de invertir, han optado por resguardarse en la trinchera esperando tiempos mejores, y adoptando posiciones defensivas al extremo. Warren Buffett es uno de ellos.
Pero ahora ya se han publicado unos datos que, más allá de exponer la irrealidad en la que viven las bolsas, explican muy muy bien el porqué de tantos máximos históricos batidos uno tras otro en medio de la debacle económica traída por el COVID-19. Y no, independientemente de las alegrías bursátiles, lo cierto es que esos motivos son realmente una muy mala noticia, y esas revalorizaciones están podridas hasta la raíz.
Desde Buffett hasta Paramés, algunos de los inversores más reputados y avalados han optado por las posiciones más defensivas desde la trinchera
Hace algunos meses, ya les trajimos un interesante análisis sobre los reveladores movimientos que en concreto Warren Buffett estaba haciendo en los mercados. Lo cierto es que aquel artículo no fue fácil, pues por todos en el sector es conocido que el famoso inversor y millonario estadounidense es cauto al extremo, y utiliza un lenguaje tan críptico como el propio de los mismísimos presidentes de los bancos centrales. A buen seguro que ello es ni más ni menos porque Buffett es perfectamente conocedor de lo fielmente seguida y escuchada que es cualquier palabra que sale de su boca, al menos en lo que se refiere a los mercados.
Y no es para menos, sino más bien para más, puesto que las políticas inversoras de Buffett vienen avaladas por la mejor de las cartas de presentación: es una voz del mercado que no sólo predica al viento, sino que se juega su propio dinero al poner en práctica sus propias palabras, y así, éxito tras éxito, ha conseguido pasar de su primera inversión con 100 exiguos dólares hace unas décadas, a ser ahora uno de los hombres más ricos del mundo.
Pero tratar de averiguar lo que Buffett verdaderamente piensa no es tarea para nada fácil puesto que, como decíamos, su lenguaje suele ser descifrable sólo cuando el devenir de los mercados permite encontrar el pleno sentido a las palabras que ya pronunciara hace unos meses el millonario estadounidense. Es una suerte de Nostradamus, con versos difícilmente interpretables en el presente, pero fácilmente identificables desde el futuro cuando éste va llegando. Así que, para indagar en la mente del inversor, a los analistas más prospectivos sólo nos queda analizar sus movimientos en el mercado e interpretarlos. En un inversor como es él, los movimientos de su capital es lo que revela su verdadera forma de pensar y de ver los mercados en cada momento.
En este sentido, en el enlace anterior ya expusimos cómo en el fragor de la pandemia el famoso “Oráculo de Omaha” ha optado por resguardarse en las trincheras de los mercados, adoptando las posiciones más defensivas del arsenal de una figura del mercado como es él. En la valoración de sus actuales políticas inversoras, hay que tener también en cuenta que hoy en día incluso una posición de liquidez también tiene su coste nada despreciable, y más con tantos millones como tiene él. Les recomiendo encarecidamente la lectura de ese análisis enlazado antes, así como los interesantes debates surgidos en los comentarios, y también la exposición que entonces hice de la visión de mercado de otras importantes figuras inversoras de referencia en España, como es el reputado inversor Paramés, al que casualmente muchos denominan el “Buffett español”. Por algo será que ambos comparten mayormente experiencia, éxitos y sentimiento actual del mercado. Debemos todos aprender las lecciones ocultas que nos enseñan los viejos (con cariño y sin ninguna acritud) del lugar, como se suele decir.
Y ahora averiguamos el porqué de la efervescente subida, y los motivos son como para dejar de soñar bursátilmente (y hasta para no dormir)
A un analista como un servidor ya le resultaba hace meses muy preocupante el delicado estado de los mercados, y así en su momento ya les advertimos puntualmente de que el frenazo económico ya estaba aquí. Posteriormente, a la ya muy preocupante ecuación le añadimos el cisne negro de la pandemia, pero aún así los mercados estadounidenses siguieron instalados en una auténtica fiesta alcista. Esto fue así especialmente al suceder en medio de una coyuntura de auténtico shock económico, con opciones reales de pérdida de la hegemonía actual del capitalismo y con tintes incluso sistémicos, y entonces ya los “recalentones de cabeza” se tornaron en “pelos como escarpias”. De hecho, como una muestra más de nuestro compromiso con la veracidad y nuestro poco miedo “a mojarnos” ante ustedes, por mucho que las conclusiones no nos gusten, ya consideramos oportuno en su día dedicarles el citado análisis de Buffett, que resultó ser todo un elocuente análisis contrarian en medio de la dinámica fuertemente alcista instalada en los mercados estadounidenses.
Pero no se vayan todavía, que “aún hay más” (como diría Superratón), y por si todo ello no fuera poco (que no lo es ni mucho menos), ahora además, de cara al sentimiento de mercado más personal, tenemos que se ha revelado el verdadero motivo por el que esos máximos históricos sin sentido se estaban sucediendo uno tras otro. El muchas veces revelador “The Upshot” del New York Times publicó hace unos pocos días cómo nuevos datos publicados por fin ofrecen la narrativa más hiperrealista de lo que está pasando en los mercados, con tanta “exuberancia irracional” rezumando por los cuatro costados. Los datos empiezan a revelar que los haberes familiares de las familias que siguen teniendo la suerte de contar con ingresos salariales holgados, y que no los han perdido en el fragor de la batalla pandémica, suponen un importante superávit inversor en términos de contabilidad nacional agregada.
Tras los millones y millones de nuevos desempleados y las colas del hambre en EEUU, los que tienen la gran suerte de conservar unos buenos sueldos (la buena noticia es que éstos han caído mucho menos de lo que se esperaba), llevan muchos meses de confinamiento, de viajes restringidos, de economía defensiva, etc. Y ello ha impactado fuerte y mayormente más bien en el otro plato de la balanza de la economía familiar: el lado de los gastos y las salidas de dinero.
Y es que las familias con más ingresos se han quedado casi sin ninguna opción de gasto, ni aunque quisieran hacerlo. Ello obviamente se ha traducido en una acumulación de liquidez en sus cuentas bancarias, y al ver las cifras tan negras, imcluso aun valorando el entorno de gran incertidumbre existente con el funesto COVID-19, esas familias habrían decidido invertir sus frescos nuevos ahorros en bolsa. Tal vez algunos digan con toda la razón que no parece muy lógico invertir en activos de riesgo como son las acciones en medio de toda esa incertidumbre, pero lo cierto es que hay que valorar también que, en la era de la represión financiera y los tipos ultra-bajos e incluso negativos (también en EEUU), no queda mucha alternativa de inversión. Así que los mercados se han embarcado en una de sus clásicas “reducciones al absurdo”, que tienen mucho de absurdo, y aún más de posterior reducción en última instancia.
Y alguno también dirá con toda la razón que, si bien las bosas estadounidenses siguen batiendo máximo tras máximo, lo cierto es que las realidades bursátiles de otros mercados como el español dejan infinitamente más que desear. Aquí los números negros se tornaron rojo intenso hace ya tiempo, incluso a pesar de la súbita y fuerte recuperación experimentada con el anuncio de la llegada de la vacunación masiva, que para nada va a suponer la vuelta al estado inmediatamente anterior a la llegada de la pandemia. Pero aún así no duden de que, por ahora, EEUU sigue siendo el líder mundial del mundo capitalista, y que sus bolsas siguen ejerciendo como tales. Potencial surgimiento de otros potenciales líderes aparte, lo que es altamente probable es que, si las bolsas estadounidenses sucumben finalmente, las demás bolsas del mundo tomen los mismos derroteros fuertemente bajistas, incluso a pesar de que aquí ya llevásemos algún tiempo en esa senda cuesta abajo. Recuerden aquello de que “Cuando Wall Street estornuda, el resto del mundo se resfría”, y tradúzcanlo en algo más adaptado a los equilibrios en la cúspide de los tiempos bursátiles que corren: “Cuando Wall Street se despeña, el resto del mundo se requetedespeña” (ahí es donde se va a comprobar si de verdad siguen siendo hoy por hoy el faro del mundo capitalista).
Así que ya saben, entre otras cosas, lo suyo es ir preparándose para lo peor que ya tenemos encima, con un 2021 que promete ser otro año aciago, y así buenas han de ser cuantas más recetas socioeconómicas de éxito en las que podamos inspirarnos, como por ejemplo las de Mongolia y sus habitantes más esteparios.
Aun con todo, ¿Cuál es la solución a la misteriosa ecuación de que haya tanto dinero entrando en bolsa con tantos millones de desempleados?
Pero aquí hay algo más que no acaba de encajar mucho. Si por un lado hay tantos millones de nuevos desempleados y tanta cola del hambre, por mucho que muchos ahora gasten menos, ¿Cómo encaja todo eso produciendo un resultado macroeconómico de más superavit inversor para propulsar los mercados? Pues sí que encaja. Una vez más, la realidad se entiende si se cuenta con los datos adecuados para poder interpretarla. El quid de esta misteriosa cuestión está en quiénes son los pobres sufridores a los que la crisis pandémica está afectando con mayor severidad. Efectivamente, son los trabajadores con menores ingresos los que más afectados se están viendo por los despidos masivos. Sí, la economía a veces tiene alguna cara que puede ser cruel y despiadada, y en el tema de hoy esa cara más negra es que son precisamente los más vulnerables los que están siendo más duramente golpeados por la crisis. Así, los que menos ganaban ahora ya ni cuentan con lo poco que tenían casi justo para comer y poco más, y mientras tanto los que más ganaban no pueden gastar y no encuentran mejor alternativa para su superávit familiar que invertir en bolsa. Pues vaya tela con la dichosa pandemia.
Así, vemos como el crecimiento de las bolsas está efectivamente podrido hasta la raíz, porque supone que los pocos que pueden gastar para seguir tirando de la economía no lo están haciendo, y así los que menos ganan se ven abocados a perder su empleo, y en incontables casos a caer en la desolación, el hambre y la exclusión social. Y todo ello no augura nada bueno en una socioeconomía democrática, pues suponen fuertes ondas sísmicas que en un momento u otro acabarán en terremoto socioeconómico de no paliarse la situación. Puede que todos los bolsillos no sean iguales, y que a veces vivamos en una suerte de plutocracia en la que más influencia ejercen los que más dinero tienen, pero lo cierto es que vivimos en sistemas democráticos, y lo que sí que valen igual son todos los votos en las urnas. Aquí vota por igual tanto un trabajador de “cuello blanco” (white-collar) que conserva un buen sueldo, como los tantos trabajadores de “cuello azul” (blue-collar) o de los rangos salariales más bajos sin perspectiva alguna de futuro.
Y eso supone que la situación actual es toda una auténtica bomba de relojería socioeconómica, en la cual de nuevo la desesperación de millones de votantes se puede transformar en visceralidad, la visceralidad en convulsión política, y la convulsión política en un sistema que se viene abajo a pedazos bajo dirigentes que hacen de todo menos dirigir. Supongo que les suena mucho la sucesión de acontecimientos, que casualmente algunos tratan de instrumentalizar para tratar de acabar haciendo que las democracias desarrolladas se destruyan a sí mismas, mientras que en los países sin democracia real (ni casi derechos humanos), la crisis pandémica se soluciona a base de porrazos, oscuras celdas carcelarias, y represión policial. Pues sí, tal vez las democracias desarrolladas sean más débiles en la terrible coyuntura del COVID-19, tal vez nos hayan encontrado un Talón de Aquiles que tratan de segar azuzando además con tóxica propaganda, pero, si finalmente morimos, moriremos valientemente con las botas (y los votos) puestos, y además lo haremos siendo hombres y mujeres libres (de verdad). Éstos son unos ideales democráticos y un concepto de hombre libre que el tenebroso lado del “dictapitalismo” siquiera alcanza a comprender ni mínimamente, estando allí como están condenados a vivir en una cruda dictadura de facto.
Y obviamente, en esta guerra ciber-social ya demostrada fehacientemente como 100% real, tenemos nuestras inevitables bajas, y ya no sólo por los fallecidos por Coronavirus en buena parte a manos (o más bien “a alientos”) de otros compatriotas negacionistas, que son utilizados como arma social por potencias hostiles. Parte de nuestras bajas son también esas mentes carcomidas y esos espíritus críticos decapitados por la ramplona propaganda. Y cuando han encadenado mentira tras mentira, y ha quedado inequívocamente demostrada la sarta de falsedades con las que les han engañado impunemente, aun ahora hay miles de ciudadanos que siguen dando crédito a incoherentes hilos de Whatsapp sin el más mínimo fundamento, a intragables cutre-videos de Youtube grabados por falsos “expertos” improvisados, y a ramplonas cuentas de redes sociales sin el más mínimo argumento ni rigor mucho más allá del “porque lo digo yo”.
De hecho, alguno incluso se sigue creyendo la más recurrente de las mentiras de la propaganda de que el Coronavirus es sólo como una simple gripe, y que ha quedado una vez más totalmente desmontada. Hace unos meses ya se supo que el COVID-19 es la enfermedad conocida con mayor mortalidad en UCI en España (alrededor del 40%), y ahora vemos cómo este año, con todas las mascarillas y demás medidas anti-COVID, la gripe común está bajo mínimos y su incidencia está siendo prácticamente testimonial. Si fuese cierta esa falsa similitud, al igual que ocurre con el Coronavirus, esta temporada gripal deberíamos estar viendo del orden de 30.000 nuevos griposos y cientos de muertos cada día. Y es que la propaganda es literalmente de chiste (malo), lo que ya es un asunto que reviste una gravedad extrema es que siga habiendo aquí miles de incautos que pican, se dejan engañar, y se siguen tragando “con patatas” esas mentiras encadenadas.
Y además, no todo está perdido, porque lo cierto es que la pandemia está trayendo convulsión política de intensidad y evolución imprevisible para todos los países, incluso para aquellos en los que las élites políticas, tras la alambrada de espino, se sienten más inexpugnables ante la ira de sus sufridos pueblos, tal y como ya visionaron los ciber-punks allá por los 90. Aquí queda mucha guerra por librar, y mucha convulsión por soportar… por parte de absolutamente todos. Si la llegada del virus pudiese no haber sido todo lo fortuita que nos podrían haber vendido, el que pudiese haber abierto la Caja de Pandora (y que tan callado está), que se sienta el único y exclusivo responsable de todo lo macabro de lo que padecemos hoy en día. Y en especial de que ya no haya mañana ni ayer para (casi) nadie, sino sólo un hoy al que aferrarse para poder seguir tirando para adelante como si llevásemos orejeras como los burros. Destruir el mañana es la típica maniobra cortoplacista al extremo de aquellos que no saben sembrar ni lo más mínimo un futuro digno desde el presente. Y claro, luego a ellos el sistema se les viene abajo y sucumbe bajo su propio peso, motivo de auténtico y mal perdedor por el que tal vez podrían haber decidido en esta ocasión tratar de dinamitar nuestros pilares de carga antes. Y así estaríamos como estamos, sufriendo a un "Pierre Nodoyuna" cualquiera.
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