La saga de Huawei ha traído de cabeza en las últimas semanas a dirigentes, ejecutivos, políticos y mandatarios de China (la principal afectada), de EEUU (el inductor del serial por entregas), y de todo el mundo, que asistíamos con expectación a cada nueva entrega del serial protagonizado por el siempre polémico presidente Trump, y en cuyo reparto había sido incluida la tecnológica China como invitado especial “por las bravas”.
El interés no era sólo saber de cara al futuro si decidirse por comprar un Huawei como próximo smartphone iba a ser tirar el dinero a la basura porque Android ya no iban a poder instalarlo, y a saber qué Sistema Operativo iban a llevar y cómo iba a ser. Es cierto que este último punto era especialmente sensible, habida cuenta del escaso margen de tiempo que dejaba la rápida (pero fugaz) decisión estadounidense. Pero es que el interés del telespectador de este serial también es de lo más sistémico, con unos agentes socioeconómicos que ya no saben muy bien a qué atenerse en este mundo actual de profundos cambios, y de continuas idas y venidas.
Pero la parte más sistémica, tanto en el mundo socioeconómico como en el puramente tecnológico, viene una vez que China se ha aprendido la lección con todo lo que ha pasado en las últimas semanas, y ha decidido ponerse manos a la obra para que no le pueda volver a ocurrir lo mismo. Tanto Huawei a nivel particular, como el gobierno chino en calidad de dirigente de todo el país, parecen pretender ahora evitar que les puedan volver a asestar un golpe así de mortal en cuestión de horas. La mera sombra de la amenaza de que pueda volverles a ocurrir es alargada como la del Ciprés, y se extiende por el Pacífico.
Obviamente, aun cuando el asunto no pasó a mayores, China iba a reaccionar
Recordando brevemente la sucesión de eventos que han provocado toda esta espiral de agresión-reacción tecno-económica, debemos empezar recordando que el asunto de Huawei es tan sólo un frente más de la ya tan manida guerra comercial entre EEUU y China.
La administración Trump optó por llevar al terreno tecnológico la guerra comercial, y decidió declarar al gigante comunista como una amenaza para la seguridad nacional estadounidense, y hace tan sólo unos días insistieron en que el embargo a Huawei estaría justificado por la amenaza que supone el espionaje chino. Ello implicó que las empresas chinas dejasen ipso-facto de poder comprar y tener acceso a tecnología estadounidense. Y no crean que, en un mundo que ya es el “Mundo tecnológico” (y será el “Mundo técnico”), esto sólo iba a afectar a las tecnológicas chinas: ni mucho menos, el impacto era mayúsculo en el conjunto de la socioeconomía china, puesto que iba a afectar a prácticamente la totalidad de sus empresas, que siempre van a estar utilizando en una u otra medida tecnología estadounidense.
Pero es también cierto que los efectos más dramáticos (entre los ya dramáticos) del combate más “techie” se iban a hacer notar en las propias tecnológicas chinas, para las que la tecnología es su producto, y que hacen a día de hoy un uso especialmente intensivo de tecnología “Made in USA”. Así, los gigantes estadounidenses (y los no gigantes) fueron anunciando en cascada toda la retahíla de productos tecnológicos que iban a dejar de exportar a las empresas chinas.
La lista de vetos tecnológicos fue creciendo, y llegó Google y su todopoderoso Android que tampoco iban a poder instalarse en terminales chinos. Y claro, la consternación en Huawei se disparó hasta alcanzar casi el nivel de infarto, puesto que de un mes para otro iban a pasar de ser uno de los líderes en la venta de Smartphones a nivel mundial, a no tener casi ni un sistema operativo que instalar para que sus terminales se pudiesen utilizar. Imaginen hasta qué punto llegó la desesperación en las oficinas centrales de la compañía, que Huawei llegó a anunciar que se lanzaba a toda prisa a tener su propio sistema operativo listo (cuyo desarrollo había anunciado apenas un año antes) para poder seguir comercializando sus terminales. Independientemente de que haya sectores que exponen sesgadamente que Android en realidad no le puede estar prohibido a Huawei, esa afirmación no es exacta. Lo que Huawei podrá seguir instalando en sus terminales es el Android básico, también conocido como AOSP, y no el Android como tal con su ecosistema completo. Si bien es cierto que algo es algo, es más cierto todavía que esta versión carece de importantes servicio esenciales para el usuario medio de un terminal Android, y para muchos de los cuales Huawei ni tan siquiera tiene una alternativa propia ya desarrollada ahora mismo. Nuestros compañeros de Xataka ya hicieron un excelente análisis al respecto, por lo que no nos vamos a extender más en este punto.
Finalmente, Huawei ha acabado lanzando hace tan sólo unos días y a contrarreloj su bote salvavidas con el nombre de Kirin OS. Pero no crean que este anuncio supone mucha garantía de supervivencia. Porque, por supuesto, ni aún con todas las de la ley y los bits, Kirin OS tiene por qué ser un éxito tan fulgurante como algunos afirman esperanzados ante la falta de alternativas. La experiencia del Tizen de otro todopoderoso gigante como es Samsung no sientan ni mucho menos un buen precedente para el sistema operativo de Huawei. Y no será porque Samsung no haya puesto todo su empeño en ello, pero es que el éxito, la funcionalidad y el ecosistema que ha conseguido Google con Android no es un éxito nada fácil ni tan siquiera se replicar.
Y eso por no hablar de las marchas forzadas a las que obviamente se ha desarrollado Kirin OS. Un servidor no daría mucho por su calidad y funcionalidad final hasta poder tenerlo en mis manos y probar si verdaderamente es todo lo que prometen. Las dudas están más que justificadas, vamos, como si un sistema operativo así se pudiese desarrollar de la noche al día y a la desesperada: ni siquiera se puede hacer de un año para otro, al menos no como para conseguir un producto de calidad comparable al actual Android, con el que deberá ineludiblemente competir (al menos) en el corto y medio plazo. Simplemente, Android le lleva lustros de ventaja (con permiso de que aquí no se le haya pasado por la cabeza a alguien hacer clásica "ingeniería inversa" para hacerse con código "ágilmente", que no "agile").
Finalmente, la sangre no llegó al rio (en esta ocasión). Trump retomó las negociaciones con el gobierno chino acerca de la guerra comercial EEUU-China, y enseguida dejó en suspenso la nueva ronda de aranceles que anunció que iban a gravar a exportaciones chinas por valor de 283.100 millones de dólares millones de dólares a partir del pasado Junio. Con ello, Trump dejó en suspenso también el embargo tecnológico. Huawei respiró hondo, muy muy hondo: se libraba de una muerte casi segura, o al menos de una auténtica catástrofe para la salud de sus cuentas de resultados.
Pero con Trump, como con el viento, nunca se sabe para dónde va a soplar la siguiente ráfaga, y tras un breve paréntesis de tranquilidad que se ha abierto una vez que se han retomado las negociaciones comerciales, no duden ni por un momento que éstas pueden volver a romperse una vez más e igual de abruptamente. Como viene siendo habitual, volverían a dejar un nuevo rastro de airadas declaraciones y a las partes enfrentadas de nuevo, prometiéndose más aranceles y más guerra (por ahora) comercial. Está por ver qué pasaría en ese caso con Huawei y Android, pero los precedentes no son buenos, y Trump muy probablemente podría volver a vetar el uso de la tecnología estadounidense a las tecnológicas chinas. En la sala de negociación, la espada está de nuevo en alto sobre la cabeza de Huawei.
Las heridas escuecen, a pesar de que se acaben curando como ha sido el caso, y escuecen especialmente cuando eran heridas que revestían una especial gravedad y que amenazaban con acabar hiriéndonos de muerte. Tras sufrir en primera persona el dolor y el miedo, y sobre todo ante las malas perspectivas que proyecta el futuro herido, después, la sola perspectiva de que puedan volver a hacernos sangrar de la misma manera ya es un eficaz revulsivo para pasar a la acción más preventiva.
Así les ha ocurrido a Huawei y a China. A sus directivos les quita literalmente el sueño pensar en la sola idea de que vuelva a ocurrirles lo mismo pudiendo, en esa ocasión, sobrevenir finalmente el desenlace más fatal de una interrupción radical del suministro tecnológico desde EEUU. Ya les adelantamos en su momento en el análisis “Y Trump ha sepultado bajo aranceles a... al consumidor medio estadounidense" que, lo que vemos a día de hoy con novedades como la de la independencia tecnológica china, era algo que podía llegar a ocurrir, y de hecho así ha empezado a ser.
Pero aún hay más. Como demostración más fehaciente de que el tema analizado no es un mero tema corporativo circunscrito estrictamente a una compañía individual como Huawei, les traemos ya también otras muy (pero que muy) significativas. En realidad, todo apunta a que ya es todo el sector tecnológico nacional chino el que le ha visto las orejas al lobo, como parece apuntar el hecho de que, por ejemplo, en el subsector de los fabricantes de chips chinos se hayan puesto también manos a la obra para reducir su dependencia tecnológica de los EEUU de Trump (y nunca mejor dicho al decir “de Trump”). El cisma tecnológico está servido, y las superpotencias del mundo están ya intentando avanzar en la dirección de la independencia y la autonomía tecnológicas.
Algunos jalean: ¡Muerte al mundo global!, para a continuación proclamar: ¡Viva el mundo regional!
Y es que no se puede negar que, hoy por hoy, estemos entrando en una nueva era planetaria más regionalizada tal y como les analizamos hace ya unos meses. En esta nueva era veremos cómo, en la toma de decisiones empresariales y socioeconómicas, no sólo pesan factores tradicionales como puede ser la tradicional seguridad (o inseguridad) jurídica. Ahora también pesa (y mucho) un nuevo concepto que emerge con fuerza de la convergencia del desarrollo tecnológico exponencial y la interdependencia tejida por la globalización precedente.
Este nuevo factor de decisión podemos acuñarlo como "inseguridad tecnológica", y no duden de que es por lo que ahora mismo los chinos huyen a la carrera intentando zafarse de todo producto tecnológico EEUU, y priorizando este esencial factor frente a otros como el precio o la funcionalidad. Efectivamente, precio o funcionalidad son algo evidentemente muy importante a la hora de elegir a tus proveedores, pero, con el panorama actual, resulta mucho más vital el riesgo de que visceralmente y de la noche a la mañana te puedan impedir fabricar con componentes o software de proveedores estadounidenses (o de terceros si la regionalización tecnológica se acentúa). Como decía el chiste, lo primero era sólo susto, pero lo segundo es muerte (casi segura).
El escenario que proyecta la tendencia global (y regional) que demuestran noticias como las de hoy es que nos empezamos a encaminar hacia un mundo poli-tecnológico, donde puede acabar habiendo diferentes bloques tecnológicos potencialmente (e intencionadamente) incompatibles entre sí, y en los que los distintos bloques socioeconómicos se sientan seguros, en primer lugar, porque minimizan esa “inseguridad tecnológica”. Pero no duden de que la creación de estos grandes bloques tecnológicos también parece empezar a estar en el punto de mira de los órganos de poder y de decisión de las superpotencias, porque les permitirá diseñar la tecnología que ellos quieren y como la quieren. Además, esto les dará una aparentemente inexpugnable seguridad como barrera tecnológica, que se erigirá a modo de muro de protección de sus respectivas áreas de influencia socioeconómica.
Algunos estarán pensando que este escenario es algo remoto (e incluso imposible). Pues bien, puede ser que les parezca remoto a día de hoy, y no puedo asegurarles con total seguridad que vaya a acabar imponiéndose, pero lo que sí puedo decirles es que los diferentes mercados regionales están empezando a dar pasos tecnológicos y empresariales en esta dirección. Y no crean que este nuevo panorama sería nuevo per sé en la historia económica: nada más lejos de la realidad.
Hemos tenido ya épocas de muros tecnológicos en el pasado (aparte de los tristemente famosos muros físicos como “El Muro de Berlín”). No hay más que recordar cómo, hace tan sólo unas décadas, la tecnología mundial se dividía en dos órbitas muy distintas y tecnológicamente diferenciadas: la órbita tecnológica de la URSS y sus países satélite, y la órbita tecnológica de EEUU y sus aliados. Ahora las órbitas serían tres (o cuatro): EEUU, China, Rusia, y tal vez Europa. Digo “tal vez Europa” porque depende de si conseguimos seguir siendo un bloque socioeconómico con liderazgo e independencia, o si no va a ser así y la distopía socioeconómica del 1984 de George Orwell se prueba cierta, con lo que acabaríamos siendo absorbidos en “Eurasia”.
Las consecuencias de este panorama tecno-socioeconómico van más allá de simplemente ver unas pocas compañías chinas con tecnología propia
Así que vayan preparándose para ver cómo se podría acabar el reinado planetario de ciertas compañías como Apple u otros, porque no duden de que los propios gobiernos de las diferentes potencias regionales del nuevo mundo regionalizado van a fomentar por todos los medios la adopción de tecnología propia por parte de sus empresas y ciudadanos. Y para ello cuentan con poderosas armas en su arsenal; la primera de ellas son los puestos fronterizos que el mismo Trump ha puesto tan de moda con sus aranceles. Realmente, si se profundiza la tendencia de hacer de la tecnología un campo de batalla, no avanzar en la independencia tecnológica supodría un evidente riesgo para la seguridad nacional de cualquier superpotencia, especialmente en un mundo en el que todos dependemos en algún grado (y siempre con alta graduación) de la todopoderosa y omnipresente tecnología.
Resulta paradójico que Trump atacase a China acusándole de ser un riesgo para la seguridad nacional estadounidense (un extremo que tampoco se puede negar hasta cierto punto), y al final, en lo que ha derivado el conflicto tecnológico-comercial, es en que ha sido China la que se ha dado cuenta de que es el propio Trump el que también ha demostrado ser un riesgo para la seguridad nacional del gigante asiático. El mundo global está siendo enterrado, y en el nuevo paradigma regionalizado cualquiera de las regiones socioeconómicas competidoras es una seria amenaza per sé para la seguridad nacional de las demás. Ni siquiera el propio Orwell podría haber llevado al escenario su obra 1984 con tanta exactitud socioeconómica: la realidad supera muchas veces a la ficción, hasta el punto de que tanta coincidencia con las distopías permite que podamos jugar mentalmente (a modo de mero entretenimiento) con la también distopía de que podamos estar todos viviendo en una ficción de las de mentira (o más bien… de las de verdad).
El tema serio es hasta qué punto la independencia y autonomía tecnológica que citábamos antes es posible y viable en todo su alcance, o si se trata tan sólo de un ideal irrealizable al 100%, puesto que la globalización ha tejido unas interdependencias (también tecnológicas) a todos los niveles que ahora son prácticamente imposibles de vadear. Con unos productos finales que incluyen decenas, centenares, o incluso miles de componentes hardware y software de una miríada de procedencias de todas las partes del globo, tal vez la inevitabilidad de la dependencia tecnológica haga que la tecnología sea un campo de batalla eternamente asegurado.
Los dirigentes de las superpotencias mundiales siempre van a poder recurrir oportunamente a la tecnología para batirse públicamente en las futuras y mediáticas refriegas que se promete que van a seguir surgiendo entre esos líderes regionales, y además esas refriegas servirán para justificar que se erijan nuevos muros tecnológicos. Hace tiempo ya que estos conflictos globales son en parte una guerra comercial, y en otra parte son todo un espectáculo (tele)dirigido al manipulado público. Porque ya me dirán ustedes qué sentido y qué eficiencia global supone dedicar recursos para desarrollar y mantener varias órbitas tecnológicas integrales y segregadas, con la ingente cantidad de dinero y recursos humanos que es necesario dedicar para ello en la era de la "Sociedad técnica". Pero claro, la geoestrategia y la seguridad nacional es lo primero, especialmente cuando algunos nos hicieron tomar consciencia de ese nuevo concepto de "inseguridad tecnológica".
La situación parece un juego de lógica al estilo “cómo vivir con tu propia tecnología sin poder tenerla”; pero no, esta frase-oxímoron resulta ser un fiel retrato hiperrealista del mundo que nos está tocando vivir. Y mucho me temo que, aunque lo planteásemos como un juego de lógica deductiva a resolver con cláusulas como la noticia de hoy, a la hora de despejar las soluciones, no hay solución posible para esta contradictoria ecuación de (i)lógica matemática. Porque ya pueden asegurar que, hoy en día, sin tecnología no hay apenas nada, pero es que sin globalización (por ahora) no hay tan apenas tecnología. Y eso es bastante difícil de cambiar a corto, medio, e incluso en el largo plazo. De ahí que sólo parezca poderse explicar que nos encaminemos hacia este contrasentido tecnológico en nombre de una inalcanzable seguridad nacional tecnológica, pero también por mera visceralidad, y además de por la citada y oportuna utilidad práctica que supone tener bien asegurado al menos el campo de batalla más "techie", donde poder oportunamente dejar desfogarse y dejar campar a sus anchas la belicosidad más pasional de los ciudadanos: a los futuros titulares me remito.
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