Se trata de una de esas expresiones muy utilizadas sin que, muchos de los que la usan, sean conscientes de su origen y alcance. El Abogado del Diablo nace, como tantos otros conceptos, en el seno de la Iglesia Católica, del Derecho Canónico. En los procesos de canonización, y para ponérselo difícil al aspirante, la Iglesia designaba a un sacerdote que ejercía una labor de auditoria, de censura, de fiscal, si queremos hablar en términos penales. Si el aspirante salvaba estos obstáculos su valía quedaba reforzada, de ahí que también se le conozca con el término de Promotor de la Fe.
En el lenguaje popular, el concepto de Abogado del Diablo ha quedado restringido a aquella persona que defiende causas impopulares, contra la tendencia muy mayoritaria de la sociedad. Y hoy, que estamos a miércoles, y me veo con ganas, voy a ejercer de abogado del diablo de los intermediarios. Si, he dicho de los intermediarios, y en concreto de los intermediarios agrícolas, las Madres de todos los males.
Y que me estoy empezando a cansar un poco de que se les acuse de todo, de que sean los culpables de la subida de los precios finales, del empobrecimiento de los productores, del toro que mató a Manolete. Me hace una gracia tremenda cuando algunos agricultores y políticos defienden la imposición de un doble etiquetado, con el pvp y el precio que a ellos les pagan. Supongo que buscan canalizar el enfado hacia el resto de la cadena y que, bajo la presión de las masas consumistas, a la par que solidarias (suenan las fanfarrias), puedan incrementar sus precios sin que se traslade al consumidor final.
Claro que esto parte de una gran mentira. La manzana adquirida al agricultor no es la misma manzana del centro comercial. No es el mismo producto, pues ha sufrido una transformación, análoga a la de la materi prima en un proceso industrial. Esa manzana ha sido adquirida, transportada, transformada (packaging como mínimo), publicitada y distribuida, siendo comercializada de una determinada manera. Es más, esa manzana no sera igual que su hermana de la misma rama que se comercializa en un supermercado de barrio, en un ultramarinos, en una delicatessen, etc. El canal influye en el producto, y eso es algo que los agricultores obvian interesadamente (que hablen con los transportistas que llevan sus productos, a ver si mover manzanas no tiene un coste).
De lo que hay que preocuparse, desde mi punto de vista, es de si esos canales, y los intermediarios que en ellos funcionan, desarrollan su labor adecuadamente. ¿Y eso que quiere decir?, ¿adecuadamente para quien? Adecuadamente para cubrir las necesidades de la Demanda, que a alguno se les olvida que este es un sistema de mercado. Esos intermediarios, de un modo distinto en cada canal de comercialización, asumirán unos costes determinados (aguantar a las grandes superficies es todo un reto), unos riesgos concretos, aportaran su Know-How, su gestión. Y todo ello tiene un coste. Lo que nos debe interesar es que todo ésto funcione bajo la máxima competitividad, que esta sea real, que no se generen oligopolios que impidan que ese mercado sea eficiente.
Rechazo esa visión generalista del intermediario, que intentan propagar esas organizaciones, como las de un señor que se sienta y le cae el dinero por la patilla (quizás debieran mirar más cerca de su sector, entre los que perciben subvenciones de la UE para encontrar algo similar). Los intermediarios ejercen una labor y por ella han de ser remunerados. Y quien debe dictar cual es la cuantía de esa remuneración es el mercado. Y si a a los agricultores no les gusta, lo que deben hacer es llorar menos y fomentar fórmulas alternativas de comercialización, más directas, con menos intermediarios. Seguramente haya una demanda para este tipo de comercialización. Que la busquen, que la fomenten, aunque como muchos habrán descubierto no es nada sencillo. Quizás, entonces, descubran el valor de los denostados intermediarios.
Vía | Enrique Dans
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Imagen | macxoom