Uber es una de esas startups que ha captado la atención de Google, la atención y el dinero, nada menos que 258 millones de dólares para una empresa de alquiler de coches con conductor con vocación global y apoyada en las nuevas tecnologías (móviles, geolacalización, etc). Pero hay alguien a quien no le ha convencido, y ha considerado que Uber debe ser obligada a ser igual, igual a aquello a lo que estaba llameo a mejorar.
Me refiero al gobierno francés, ese faro de la libertad en Europa, que ha tomado la decisión de obligar a Uber o a empresas locales como Lecab a retrasar un mínimo de quince minutos la prestación del servicio, respondiendo de este modo a las quejas de los taxistas contra las empresas de alquiler de coches (y contra cualquier cosa que suene a competencia). Vamos, una ley que no esta muy lejos de aquel relato de Kurt Vonnegut de 1961, Harrison Bergeron, del cual podéis ver una adaptación a continuación.
El problema es que los privilegiados por el sistema, los taxista franceses, no estiman suficientemente intervencionista la postura de aquellos que les han vendido su licencias, sus pequeños monopolios. Y han pasado a la agresión física directamente.
Es curioso. Las revoluciones suelen comenzar cuando una casta de favorecidos pretende mantener sus prebendas a toda costa, sin darse cuenta de que la banquisa de hielo que pisan es extremadamente frágil. Las mismas calles que han visto la agresión a la libre iniciativa de Uber contemplaron en 1789 la reacción ante algo similar.
PD: Ya puestos a acabar con la competencia que asalten los coches oficiales de los políticos que les han cobrado por sus ínsulas de Barataria.
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