En junio de 2002, una sentencia condenaba a Andersen, la principal firma de servicios profesionales del mundo, por haber obstaculizado una investigación judicial. Según la sentencia, el socio de Andersen vinculado a la auditoría de Enron había destruído voluntariamente pruebas importantes de cara a la investigación por la quiebra del gigante energético. Fue la puntilla para una organización ya desgastada por el escándalo.
Todo comenzó a derrumbarse, en realidad, en octubre de 2001. Tras una temporada en la que Enron había dejado de lado su negocio tradicional para tranformarse en un broker energético, se producen una serie de maniobras extrañas en el accionariado de Enron (incluyendo la venta de acciones por parte de los máximos directivos mientras recomendaban a todos sus accionistas, incluyendo sus trabajadores y fondos de pensiones, que mantuviesen y que incluso comprasen). El mismo octubre, se anuncian unas pérdidas millonarias en la cuenta de resultados. Pocas semanas después, se anuncia que la compañía se había atribuido ingresos de forma indebida (mediante artificios contables) durante los cuatro años anteriores.
El precio de la acción se hunde, la calificación de la deuda de la compañía se estrella... y a principios de diciembre, Enron se declara en quiebra. A partir de aqui comienza la depuración de responsabilidades, empezando por los propios directivos de Enron. Ante las relaciones de la compañía con el Gobierno Bush, éste decide tomar cartas en el asunto y emplearse a fondo en la búsqueda de víctimas propiciatorias que calmen el clamor popular y eviten las miradas sobre la Casa Blanca. Y Andersen (antes Arthur Andersen) era la cabeza de turco ideal: una gran compañía, con la vitola de "intocable", auditor de la compañía. Se le acusa públicamente de connivencia con la terjiversación fiscal, de mirar para otro lado o incluso de colaborar en la fabricación del escándalo, de ser poco riguroso en su labor de auditor para beneficiarse en su faceta de consultor. Con todos estos argumentos esgrimidos por la "opinión pública" (adecuadamente dirigidos por los medios de comunicación), y convertido ya en martir de la causa, Andersen es condenada por obstrucción a la justicia, en teoría por haber destruído pruebas importantes antes de que se iniciase la investigación.
Sin embargo, independientemente de la condena y de sus motivos, el daño ya estaba hecho. En un negocio basado fundamentalmente en la credibilidad y en la imagen, seis meses de contínuos ataques públicos tienen un efecto demoledor. Los clientes empezaron a mostrar sus temores y a dar pasos atrás. La prensa en todo el mundo empezó a cobrarse facturas pendientes, haciendo leña del árbol caído y vinculando de forma casi definitiva el nombre de Andersen con la palabra fraude. Durante meses, Andersen fue utilizado como ejemplo del conflicto de intereses de auditores que presten además otros servicios, como "caso de libro" para buscar una reforma de la profesión de la auditoría, con grandes aspavientos. ¿En qué quedó ese debate? Pasada la tormenta, los ánimos se serenaron y, en la práctica, las cosas siguen básicamente igual, que es como le conviene a la gran empresa: auditar sí, pero no nos pasemos.
Los propios socios de Andersen (que no era una única compañía a nivel mundial, sino una confederación de compañías nacionales) contribuyeron a la rápida caída, ya que disolvieron sus vínculos, a modo de cortafuegos, para evitar que las responsabilidades pudiesen afectarles de forma solidaria. Y una vez desligados, y viendo el cariz que iban tomando las cosas, cada uno buscó su sitio de la mejor manera posible: en España, el colectivo de auditoría se integró en Deloitte, el de consultoría mayoritariamente en KPMG (ahora BearingPoint) con una minoría formando parte de Management Solutions, y el equipo legal volvió a sus orígenes quedándose solo con el nombre de Garrigues.
Ahora, tres años después, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha revocado la sentencia condenatoria. Según su argumentación, el jurado no dispuso de pruebas suficientes para emitir el veredicto. Demasiado tarde: Andersen hace tiempo que se disolvió como un azucarillo para satisfacción de la opinión pública, que en el fondo era lo que se buscaba. Los medios para conseguirlo eran lo de menos.
Vía | Invertia
Más información | Andersen's fall of grace, en Social Science Research Network
Más información | BBC
Más información | Artículo de Ken Brown y Ianthe Jeanne Dugan (reporteros del Wall Street Journal)