Filosofía: ¿quién la necesita?

Filosofía: ¿quién la necesita?
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Así como La virtud del egoísmo o Capitalismo, el ideal desconocido, tenían títulos tremendamente directos y esclarecedores, Filosofía: ¿quién la necesita? se coloca en el vértice opuesto. Y sin embargo, en esencia, esta colección de artículos de Ayn Rand es tremendamente similar a las anteriores. Es más, es su último trabajo antes de su muerte en 1982, por lo que quizás nadie se iba a llamar a engaños de lo que podía encontrar dentro de una obra firmada por la autoría.

Se trata de 18 artículos cuya distribución ya nos resulta familiar, yendo de lo general a lo concreto. Su idea en esta obra es recordarnos ya no sólo la necesidad de todo hombre de contar con un sistema filosófico, con una suerte de brújula de su existencia. Y por supuesto, de que dicho sistema filosófico debe ser el suyo, el objetivismo que propone Ayn Rand.

En esta ocasión voy a empezar con aquellos puntos de la obra que no comparto, que me chirrían o de los que me siento más lejano, algunos de los cuales ya salieron en los posts anteriores dedicados a su obras, lo que demuestra al menos cierta coherencia.

El primer ensayo es el que da título a la obra, y al verdad es que refleja las contradicciones de la propia Rand (supongo que esta calificación le resultaría muy molesta). Y es que Filosofía: ¿quién la necesita? es una conferencia impartida en West Point, alma mater de la elite de la oficialidad del ejercito estadounidense, con todo el simbolismo que ello encierra.

Que en 1974 Rand, con las convicciones que defiende respeto al intervencionismo militar en terceros países, pueda sentirse cómoda en semejante lugar escapa a mi comprensión. Ya hemos hablado con anterioridad su idealización de los Estados Unidos, su negativa a asumir el lado oscuro de la historia de dicho país, pero en este caso roza el surrealismo.

Como digo esto es algo continuo en las obras de Rand, pero lo que me ha sorprendido es el artículo La doctrina de la equidad para la educación. En la misma viene a defender la posibilidad de que los liberales participen de las subvenciones públicas para defender su ideología, defendiendo el derecho a la existencia de una mínima representación de todo tipo de ideologías o corrientes de pensamiento en los claustros universitarios.

No se que me horripila más, que lo justifique como un mal necesario, temporal, como un subproducto de la economía mixta que impide un establishment monocolor o directamente que mendigue una cuota de dinero y de poder para una ideología que defiende justo lo contrario. ¿Cómo compaginar la defensa de esta extracción de dinero y poder con su critica a los grises, a los apaños y al derecho de un ciudadano a no financiar dichos procesos de ingeniería social?

Pues Rand lo intenta, pero al menos conmigo no lo consigue, y es que previamente, en esta misma obra en El establecimiento de un establishment deja bien clara la maldad innata de las camarillas universitarias sostenidas con fondos públicos, de como ahogan, bajo el peso de la cátedra cualquier tipo de voz discordante. ¿Qué haría diferentes a los liberales que cayesen en las misma prácticas?

Pero lo bueno de la obra supera a lo malo, y con mucho. Es tremendamente vehemente contra Marx, Kant y la Iglesia Católica(y Rawls, y Skinner, etc…), lanceando conceptos como el de la “culpa inmerecida”, o despachándose a gusto contra los místicos de la fe o de la fuerza (cómo me recuerda el capítulo 7, La fe y la fuerza a aquel Conan de Stone y Millius). Rand identifica una linea de pensamiento, la del altruismo, que atraviesa toda la Hª de la humanidad, entroncando ideologías aparentemente contrapuestas, como el cristianismo y el marxismo. Para Rand, capitalismo y altruismo, ya sea marxista o cristiano, no pueden coexistir. De hecho, le dedica todo el capítulo XI, Una carta sin título, a poner en solfa a Pablo VI, el Papa del Concilio Vaticano II.

Ya por aquellos años nos encontrábamos con defensores próximos a las tesis del Papa o de Rawls como el Nobel Jan Tinbergen, que exigían el establecimiento de impuestos a aquellos con mejores calificaciones académicas, en una suerte de reparación moral, lo que espantaba a Rand (y a mi). En una versión socialdemócrata del de-cada-uno-según-su-capacidad, se abogaba también por el establecimiento de cargas sociales, de trabajos específicos para aquellos miembros de la sociedad con mayores capacidades (debieron ser duros aquellos años 60 y 70)

Por otro lado, encontramos hallazgos como los de El eslabón perdido, donde Rand explica que el factor tribal, consustancial con la historia de Europa, ha sido fomentado, opuesto en ebullición por el Estado del Bienestar, que estimula la lucha de clanes por el control del Estado en su doble papel de depredador de recursos privados de lo señalados y de fuente de financiación de los grupos de presión que lo manejan.

Rand tiene tiempo para darle un repaso a los conservadores que, avergonzados de defender el capitalismo apuestan por una suerte de eufemismo llamado consumismo, o sociedad de consumo, ensalzando dicha actividad como palanca de la sociedad, y estableciendo una suerte de soberanía del consumidor. Entre ello se encontraba un insigne líder republicano, candidato perdedor a la Presidencia, y al que Rand machacaba con frecuencia (y no me extraña). Su nombre no pasó a la Historia, como tampoco lo hará el de su hijo, que acaba de perder otras elecciones con Obama.

Para acabar, y como una muestra de mi mente desordenada, al leer La censura: local y expresa, en la que Rand lanzo un alegato a favor de la libertad en la industrial de porno, y contra la censura de la misma a través de una regulación que genera una absoluta inseguridad, similar a la antimonopolio, no puedo quitarme de la cabeza sus similitudes con la normativa MIFID o la relativa la blanqueo de dinero.

Más información | Objetivismo
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