Tiempo de playa. O de montaña, lo que cada uno prefiera. Pero sobre todo tiempo, tiempo para nuestras aficiones. Por ejemplo, para leer. Para ello os traigo hoy Historia Mundial de la Megalomanía, de Pedro Arturo Aguirre, de Editorial Innisfree (de la cual ya hemos comentado alguna otra obra en este blog), un repaso, en forma de minibiografías, a la vida y milagros de aquellos líderes políticos alrededor de los cuales se ha desatado el culto a la personalidad. Pasan por delante nuestros clásicos como Calígula, Stalin, Mussolini o Hitler, cercanos como Franco, desconocidos para el público en general como los tiranuelos exsoviéticos o africanos, etc. Ya adelanto que es un libro de lectura fácil, especialmente por su estructura y por el tono narrativo del autor.
Dos precisiones. La primera es que la obra es muy generalista, y no profundiza , aunque si señala, determinados aspectos económicos de estos grandes timoneles, del culto a la personalidad que desarrollaron , ellos o sus seguidores. En esta reseña vamos a centrarnos en los mismos, intentando encontrar un común denominador en su praxis.
La segunda, y guarda relación intima con la anterior, es que, contra lo que muchos podrían pensar dada la linea ideológica de la editorial y los autores que suele publicar, no se puede calificar a Pedro Arturo Aguirre, el autor de la obra, como un liberal. Más bien hablaríamos de un socialdemócrata, un socialdemócrata curado de espantos populistas tras haber vivido en la era PRI mexicana. Ello explica que cuando señala algunas de las barbaridades cometidas en materia económica las condene por su finalidad, como si hubiesen podido ser buenas de haber sido orientadas con otra finalidad (cuando seguramente lo que hubiesen sido es menos malas, y punto).
¿Y que nos podemos encontrar en materia económica como hechos recurrentes? Pongamos bases sólidas y empecemos por los ladrillos. Hay una clara obsesión de todos ellos por las grandes construcciones, por las moles, por la obra pública. Desde la burbuja de bunkeres albanesa, pasando por la masacre del caso urbano de Bucarest por Ceacescu, hasta los grandes proyectos no llevados a cabo como Germania (Hitler), Mole Littoria (Mussolini) o el Palacio de los Soviets (Stalin). Deseo de trascender, de dejar su huella para generaciones posteriores, de motivaciones económicas de dinamización o de corrupción, cada uno puede encontrar su teoría, pero quizás la más simple y plausible es la que se mienta cuando se habla de la Gran Muralla china, absolutamente inútil como herramienta de defensa: poder, demostración de poder absoluto , hacia dentro y hacia fuera. Y punto.
Quien piense que esto forma parte del pasado no tiene más que mirar, como señala el autor a Astana, la nueva capital de Kazajstan, una ciudad n(y no sólo un equipo ciclista patrocinado por la misma) donde se han enterrado ya ingentes cantidades de dinero para convertirla en una urbe de resonancia mundial, atrayendo el sello de celebrities como Norman Foster (primera crítica al autor: echo en falta alguna capítulo dedicado a las monarquías árabes petrolíferas, con una omnipresencia de sus líderes y una obsesión por el modelo Astana).
Esta demostración de poder, alimentada por una hubris desaforada, es la que explica que estos finos demagogos, que tan bien saben conectar con sus pueblos, desarrollen una aparente falta de empatía contradictoria con lo anterior, lo que explica frases como las de Mao, considerando a la población china como uno de sus recursos renovables más preciosos, y asumiendo que perder un 15% de la misma como precio para ser superpotencia era aceptable. Todo un concepto de la sostenibilidad que explica, aún hoy, gran parte del éxito chino.
Y hablando de su conexión con el pueblo, es curioso como prácticamente todos se venden como luchadores contra la aristocracia, contra la oligarquía, reclamando una conexión directa con la masa ( yo no soy yo, yo soy un pueblo, carajo, que diría el finado Chávez), una suerte de mediums populares, muy proclives al asistencialismo económico, bien señalado en el capítulo dedicado a Perón: Aquí hay de todo para todos. Es decir, se compra a casi todos los estratos sociales (no sólo los de más bajo nivel económico) con prebendas económicas, mientras el precio de las materias primas, el petróleo o los patrimonios que se expolien dentro y fuera del país lo permitan. Al amigo todo, al enemigo ni justicia que diría Perón, o dentro del Estado todo, fuera del Estado nada, en palabras de su admirado Benito. Y ahí pacen sindicatos, organizaciones empresariales, etc...
Dos curiosidades francamente interesantes de la obra son sus referencias a instituciones que desconocía totalmente:
- El Mansudae Art Institute, posiblemente el mayor taller artístico del mundo, sito en Corea del Norte. Inicialmente dedicado a perpetrar obras para mayor gloria de los Kim, ahora se dedica a exportar su producción ante la demanda de este tipo de arte por regímenes del pelo.
- El programa de patrocinio publicitario de los Aliyev, gobernantes de Azerbaiyan, dedicados a conseguir nombres de calles, y plazas en ciudades de todo el mundo para el difunto patriarca de la saga, a colocar estatuas suyas en las mismas para limpiar su imagen, al módico precio de 5 millones, por ejemplo, por una ubicación en México DF.
Se echa en falta, en el capítulo dedicado Hitler, una referencia al Mein Kampf, tal y como se hace respecto al Libro Rojo, al Verde, o cualquiera de los panfletos de los otros protagonistas, con la particularidad de que los derechos de autor del mismo, combinados con una adecuada política de distribución (ya se me entiende) hicieron de su autor un hombre rico (incluso antes de lograr el poder total).
Insisto en que es un libro ameno, ágil, ideal para el verano. Uno, con más mala baba, podría señalar que la hubris que se desató en estos personajes no anda muy lejos de la que poseyó a algunos en su adoración por ese concepto llamado Estado del Bienestar (un nombre que pone los pelos de punta por sus resonancias orwellianas). Aquí es posible que no haya un líder que tenga siempre razón, pero si que muchos defienden que hay una organización que siempre la detenta, y que discutir con la misma es, en sí, un crimen, quizás el pero crimen.
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