Acabo de terminar de ver La Reina de Versalles y todavía me estoy recuperando. Se trata de un documental dirigido por Lauren Greenfield, premiado en el festival de Sundance. Es una hipérbole brutal, narrada con muy mala leche, de los tiempos en los que vivimos. Imprescindible, o como diría Boris si la protagonista le invitase a su palacio, un must.
¿De qué va? El documental comienza contando la historia de la construcción de la nueva casa del matrimonio Siegel, el un potente empresario del sector de la multipropiedad o tiempo compartido. Ella su mujer, ex-ingeniero, ex-modelo y madre compulsiva. ¿Dónde esta la gracia? En que se trata de la casa más grande de los EEUU (30 cuartos de baño), inspirado según sus propietarios, en el palacio de Versalles, eso si, una interpretación pasada por el túrmix de Las Vegas. Y entonces sucede lo que sucede.
Y lo que ocurre es el desplome económico y financiero en los EEUU, Lehman y todo lo que ha venido detrás. Justo en ese momento es donde el documental pasa de ser un retrato goyesco de una familia inmoreal (los cuadros de su casa son dignos de vomitar) a algo más. La cámara se pega como una lapa a estos ricos que también lloran y ven como se desmorona su sueño americano.
Hay momentos gloriosos, como cuando Siegel reconoce su papel en la elección de Bush Jr. en Florida en plan que-parezca-un accidente, para luego echarle en cara la guerra de Irak, aunque mis favoritos son cuando despotrican contra la banca que ya no financia sus promociones de timesharing ni las compras de sus clientes. Es especialmente ilustrativo del estado mental de su majestad el momento en que afirma
No entiendo a la comunidad financiera. Se suponía que el dinero del rescate del 2008 que habían recibido sería trasladado a la gente común, o sea, a nosotros…
Y es que en este documental hay pocas cosas normales. Quizás la más normal sea el olfato del viejo empresario cuando suelta, en un destello de lucidez:
Si no puedes ser rico, lo mejor es sentirte rico.
A partir de ahí creo que no hay tanta diferencia entre sus clientes de multipropiedad y el mismo. Ambos pretendían sentirse algo más de lo que eran, ya para eso era fundamental el credito de los mismos camellos que ahora maldicen.
Más información | magnolia pictures, El País
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