Japón presenta una de la macroeconomías desarrolladas más atípicas del capitalismo conocido. Algunos analistas llevamos años alertando sobre la insostenibilidad de sus cuentas públicas, sobre lo dramático de su pirámide poblacional, y sobre el sombrío panorama que muestra su sistema público de pensiones, que, al igual que el de España, es de reparto. Pero el transatlántico japonés se empeña en contradecir todos estos pronósticos, y año tras año sigue a flote allá por el Mar de Japón. No obstante, no echen las campanas al vuelo, porque ya saben los lectores de las páginas salmón que la economía es tozuda, y aunque a veces sus consecuencias tarden más de lo predecible en mostrar sus colmillos más afilados, la realidad se acaba imponiendo más pronto o más tarde.
Las divergencias que presenta la economía japonesa algún día acabarán pasando factura si en el país del sol naciente no dan un severo golpe de timón. No obstante, estas divergencias convierten a Japón en el campo de ensayos por excelencia de algunas políticas económicas que están en el candelero, y que se adentran en el terreno de lo desconocido: por ejemplo la renta básica universal o RBU. No se equivoquen, un servidor no propone a Japón como candidato para hacer impredecibles experimentos económicos: como abordaremos en el análisis de hoy, verán por ustedes mismos como el hecho es que Japón, lo quiera o no, inevitablemente va a acabar teniendo que experimentar por sí mismo con nuevas políticas económicas de las que se habla en todos los medios salmón.
Las divergencias de la economía japonesa en bruto
Entre estos indicadores tan divergentes que presenta Japón, tenemos un nivel de deuda pública que lleva años como líder indiscutible del funesto ranking de los países más endeudados de la OCDE. La cifra concreta que el endeudamiento público japonés alcanza es, ni más ni menos, de un 240% del PIB, como pueden leer en esta noticia. Unas cifras insostenibles, pero que llevan lustros siendo insostenibles y, es más, incluso ahondando año tras año todavía más en su insostenibilidad.
Por otro lado, el otro gran indicador divergente que presenta la macroeconomía japonesa es el referido a su pirámide poblacional. De ella depende la sostenibilidad del sistema público de pensiones, puesto que, al igual que en el caso español y otros, es un sistema de reparto. Los problemas que vemos en España en el horizonte de las pensiones, en Japón adquieren un alarmante multiplicador. Con una pirámide de población invertida, y unas pensiones de los más mayores que se sufragan en cada momento con las cotizaciones al sistema de los más jóvenes, el debate sobre si los jóvenes japoneses de hoy cobrarán algo de pensión el día de mañana para algunos no es ni tan siquiera debate, sino más bien certeza.
Como pueden leer en este artículo de Bloomberg sobre la menguante población de Japón, el país nipón tiene actualmente 127 millones de habitantes, y las estimaciones apuntan a que, en las próximas cinco décadas, esta cifra de la población total en Japón se reducirá en alrededor de un tercio del total. Actualmente los mayores de 64 años suponen en torno a un 25% de la población, lo cual resulta en un gran desafío para un mercado laboral donde las empresas ya tienen grandes dificultades para cubrir sus vacantes a día de hoy.
El futuro que llama a la puerta de los japoneses
Según habrán leído, el primer ministro Shinzo Abe es consciente (al igual que la inmensa mayoría de sus conciudadanos) de la gravedad del problema al que se enfrentan. Como muestra de ello, una de sus políticas tiene como objetivo mantener la población por encima de los 100 millones de japoneses. Para ello, está legislando limitar los horarios de trabajo excesivos y facilitar los servicios de asistencia en casa para familias con niños pequeños o ancianos. Pongan estas políticas en contexto, pues en concreto la primera supone una auténtica revolución cultural y de mentalidad en un país donde la fidelidad y el compromiso del trabajador con su idolatrada empresa son mayúsculos. Hasta ahora, la intensiva cultura japonesa del trabajo pasaba necesariamente por que el trabajador de mostrase su entrega trabajando hasta más que tarde, y aún yéndose depués del trabajo a beber con sus compañeros de trabajo.
Fíjense hasta qué extremos debía llegar el asunto, cuando hace ya una década, como pueden leer en esta noticia de The Guardian, tuvieron que reformar sistema de pensiones. El objetivo no era otro sino favorecer a esas mujeres que estaban solas todo el día ocupándose de la casa y de la familia, sin contraprestación económica alguna, y que en caso de divorciarse tenían acabar sobreviviendo con una pensión estatal pública de miseria, que ascendía a tan sólo algo más de 200€. Como pueden leer en esta noticia de la BBC, el "Karoshi" o "Muerte por exceso de trabajo" en Japón es un grave problema de salud pública reconocido y tratado, pero con escaso éxito de prevención hasta el momento.
Con estos ejemplos ilustrativos espero que se hagan una idea del colosal cambio de mentalidad que están tratando de llevar a cabo en Japón, que no hace sino demostrar la gravedad que ellos mismos confieren a su tremendo problema poblacional, punta de lanza del mismo problema al que se enfrentarán en unos años otras economías del primer mundo. Pero los que conocen bien al país del sol naciente, ya saben lo trabajadores y previsores que acostumbran a ser por aquellas longitudes, y, como no podía ser de otra forma, ya se han puesto manos a la obra para tratar de paliar la situación, si es que hay solución posible ya a estas alturas (o más bien bajuras) de la cúspide de la pirámide poblacional.
En el epicentro de estas políticas se encuentra la proclamada como "Revolución robótica" de Shinzo Abe, que pasa por promocionar la robotización y la automatización de su industria, y en general de todo sector económico y productivo que se precie. El primer ministro incluso ha creído que era necesario romper la tradicional mentalidad japonesa anti-inmigración, que pretende preservar la cultura y la tradición japonesas ante otras culturas ajenas. Abe lo ha hecho con sumo cuidado, eso sí, permitiendo la entrada de muchos más trabajadores extranjeros, pero soslayando utilizar siquiera el allí estigmatizado término de "Inmigración".
Pero muchas de estas recetas socioeconómicas llegan demasiado tarde, y en Japón tal vez no sean capaces de cosechar los resultados esperados en el margen de tiempo que les queda para enderezar su preocupante situación socioeconómica y demográfica. Además, la efectividad de estas medidas también está aún por demostrar. Por ello, no descarten que Japón deba finalmente verse abocado a implementar y ensayar con otro tipo de medidas más radicales, a fin de evitar el colapso social y económico.
Japón como campo de pruebas de la Renta Básica Universal
Y abordamos ahora la idea principal que ha dado origen a este post. Piénsenlo bien: ¿Qué supone tener una economía intensivamente robotizada a la vez que con una alta tasa de pensionistas de reparto? Pues en la respuesta a esta pregunta está la puerta o "Torii" del futuro socioeconómico que espera a Japón a la vuelta de la esquina, y, si se dan cuenta, ni más ni menos supone tener a robots trabajando para producir y generar actividad e impuestos, que van a acabar en una proporción importante en los bolsillos de pensionistas. Resulta obvio que esto supondrá ni más ni menos un tipo de Renta Básica Universal o RBU. Y el caso es que Japón tiene bastantes papeletas para tener que acabar experimentando con este modelo socioeconómico aunque no lo quiera.
De probarse cierta esta hipótesis, se tratará de un evento único en la Historia económica, y sus resultados serán más que relevantes y (espero) concluyentes para abordar esa tercera fase de la Globalización que está aún por venir, y de la que les hablé en este análisis. Ésta será la primera vez que se pruebe a gran escala (y a la fuerza) en una economía nacional la implementación de la RBU. Hasta ahora se han hecho numerosos experimentos a pequeña escala (algunos de los cuales aún están en curso) en países como Finlandia, Canadá, California u otros. Pero fuera de pequeños experimentos puntuales, que no pueden revelar el impacto real de una política que pretende ser generalizada, lógicamente era difícil encontrar un país dispuesto a experimentar con la renta básica a gran escala y con consecuencias de gran impacto y desconocidas a día de hoy.
Japón no va a tener más remedio que dar un paso al frente como voluntario, porque su afán robotizador viene de la necesidad imperiosa de producir sin mano de obra, pero, a la vez (y aquí viene lo más interesante), tiene una población muy envejecida a la que debe mantener sin que tenga ya opción de ser población activa, al menos a tiempo completo y con plenas facultades. Japón parece que no va a tener otra opción más que implementar algún tipo de RBU a gran escala, y, aquí viene lo que hace más plausible este escenario: se va a ver abocado a este experimento incluso aunque siga con la configuración de su sistema actual, que ya se basa en robots y pensionistas.
Japón efectivamente combina estos dos factores primordiales para ser el campo de pruebas ideal en los necesarios ensayos económicos, que tienen como base la robotización masiva del tejido productivo y su sostenibilidad socioeconómica. Japón ya es una potencia robótica a día de hoy, y en la hoja de ruta de Sinzo Abe está intensificar esa robotización para paliar la escasez de mano de obra ante el envejecimiento de la población. Es difícil encontrar un país dispuesto a ensayar con la renta básica a gran escala, fuera de pequeños experimentos puntuales que no pueden revelar el impacto real de una política que pretende ser generalizada.
Pero Japón, como les decía, tan sólo es la punta de lanza de las socioeconomías más desarrolladas, donde nos encontraremos con sus mismos problemas con tan sólo unos lustros de retraso. La evolución clara de la población planetaria es a vivir en macrourbes, ni más ni menos al igual que ese Tokio que tan tempranamente se erigió como una de las grandes concentraciones con alta densidad de habitantes. Conforme otras macrourbes desarrolladas van alcanzando un tamaño y una fisonomía urbana comparables a la tokiota, los problemas dificultad de conciliación, natalidad, y envejecimiento van a acabar siendo similares. Eso por no hablar de que la robotización va a ser generalizada en tan sólo unos años. Vemos cómo esos factores distintivos japoneses van a acabar siendo la tónica habitual en muchas otras economías. Miren pues atentamente hacia el país del sol naciente, porque debemos estar alerta sobre si lo que se nos viene encima a todos es un nuevo amanecer, o el ocaso de un modelo socioeconómico (con todo lo que ello implica).
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