Hace poco en Corea del Norte se ha fusilado al responsable de la reforma monetaria del partido único de dicho país por el fracaso en sus resultados. La reforma consistía en dividir la actual moneda por cien, cosa que se ha hecho varias ocasiones en otros países, y el objetivo era frenar la inflación. Ante el fracaso (sigue habiendo inflación y hambruna), el responsable ha sido ejecutado.
El tiránico país debía estar soñando despierto cuando pensó que el simple hecho de dividir el valor de la moneda basta para contener la inflación. Eso sólo ocurre cuando hay unas acciones previas y este es únicamente el paso final. Repasemos un poco la historia del caso más famoso, el de la hiperinflación de la Alemania de entreguerras.
Durante la primera Guerra Mundial Alemania siguió una estrategia monetariamente suicida, que fue imprimir más dinero para pagar a sus proveedores. Todo el mundo sabe que eso lleva a la inflación, pero Alemania confiaba en ganar la guerra y poder respaldar dichas emisiones de moneda con sanciones a los países perdedores. Al final la cosa acabó justo al contrario, y las sanciones que se impusieron a Alemania agravaron la situación.
Es decir, en Alemania había crecido más rápidamente la masa monetaria en circulación que la riqueza, se siguió imprimiendo dinero para pagar las sanciones, y además se deshacían de activos importantes para hacer frente a los pagos.
La inflación se desbordó y todos en algún momento habremos oído las consecuencias que tuvo dicha crisis económica, cuando al resto del mundo no le iba tan mal (los dorados años 20). Aún así lograron salir de ella creando una nueva moneda. ¿Fue lo único que hicieron? Ni mucho menos.
La subida de precios era al final en gran medida psicológica. La masa monetaria empezó a disminuir rápidamente en algún momento, más que nada porque las políticas económicas eran razonables, se pospusieron pagos de las sanciones y porque el banco central no tenía tiempo de imprimir moneda tan rápido como demandaba la subida de precios. El problema es que las empresas estaban inmersas en una rutina de duplicar precios cada pocas horas, y los ciudadanos en gastar rápidamente todo el dinero que llegaba a sus manos antes de que se devaluara.
Para salir de esa espiral se creo la nueva moneda, y para dar garantías internacionales se vinculó con el oro. Eso hizo que se detuviera inmediatamente la hiperinflación. Al final todo este episodio hizo que Alemania tuviera tanta aversión a la inflación que en la crisis del 29 se tomaron medidas muy desacertadas que agravaron aún más la crisis y llevó al poder al partido Nazi.
¿Cuál es la conclusión? Que para que un cambio de moneda frene la inflación lo primero es tomar medidas que impidan que exista inflación. Si una vez hecho esto hay una barrera psicológica que romper en los ciudadanos, entonces un cambio de moneda es una buena ida. En Corea del Norte no es una buena idea, porque su economía está rígidamente dirigida por el Estado. Su problema es que no producen prácticamente nada. No necesitan una nueva moneda, ni siquiera frenar la inflación, lo que necesitan es producir algo que puedan cambiar por comida en los mercados internacionales.
Vía | Pierre Nodoyuna En El Blog Salmón | Hiperinflación en Zimbabue, Hiperinflación Imagen | Mark Scott Johnson