Desde hace unos meses noto un aire diferente, una risilla un tanto cambiada. Antes, el viento que soplaba muy mayoritariamente en este país decía que no se podía dejar quebrar a un banco, que los costes superaban a los beneficios, que los que pensábamos que la naturaleza de un mercado capitalista exigía la quiebra de quien lo había hecho mal eramos talibanes que perseguíamos acabar con los ahorro s de las viudas. Ahora se empieza a apostar por la liquidación de los bancos inviables, pero ya es tarde.
En las últimas semanas he leído artículos como éste de Santiago Zunzunegui, o esta entrevista a Francisco Viyuela, o mi compañero Alejandro. Parece que gana terreno esta forma de ver las cosas, aprovechando la presión europea en dicho sentido (por cierto, podían haber dejado quebrar los suyos también).
Lamentablemente el mal ya está hecho. Bajo mil y una excusas, amparados en la lentitud de la maquinaria estatal y con la tecnica de la patada a seguir, se ha mantenido a la banca zombi en el mercado. Se le ha permitido seguir compitiendo por el pasivo, consumir recursos que no se merecía, usar a los depositantes como escudos humanos. Y al final, a lo Walking Dead, han acabado contagiando al resto del sector, a las entidades sanas que habían hecho los deberes. La Ley de Gresham en estado puro.
Por eso mi afirmación de que es tarde. Obviamente, dejarlas quebrar es lo que hay que hacer, eso no lo discuto, lo que discuto es que ese debate ya no va a solucionar gran cosa. Como díria Ivan Ferreiro, besarte infectada fue nuestra decisión. Pues apechuguemos con ella.
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