¿Puede influir la Bolsa en sus finanzas personales aunque no haya comprado ni una sola acción en toda su vida? ¿Puede que su día a día esté dirigido por los designios de los mercados de valores hasta puntos insospechados? ¿Puede que incluso la relación con su jefe o con sus compañeros de trabajo esté fuertemente influenciada por algo tan abstracto como la regulación de las plazas bursátiles?
Por inverosímil que les pueda parecer a primera vista, la respuesta a todas estas preguntas es un rotundo sí, y no sólo por cuestiones meramente económicas o monetarias, sino por un amplio abanico de consecuencias normalmente poco analizadas, y que entran de lleno en ese terreno de cuya vital importancia suelo hablar: la Socioeconomía. Pasen y lean, que el artículo de hoy tiene su miga.
Evolución del paradigma empresarial
Empecemos echando un poco la vista atrás. ¿No creen ustedes que hasta hace unas décadas las empresas se dirigían y se orientaban al cliente y a sus productos y servicios de forma distinta a como lo hacen hoy en día? Evolución empresarial pensarán algunos. Sin duda, en muchos aspectos efectivamente hemos evolucionado y mucho, pero en otros deberíamos plantearnos si hemos ido hacia adelante o… hacia atrás.
¿Por qué les estoy hablando hoy de este tema? Sinceramente, un servidor, que lleva ya unos años de empresa en empresa, a día de hoy ya está harto de ver cómo en la mayoría de las empresas de hoy en día hay un cortoplacismo imperante que tiene graves consecuencias para la sociedad en su conjunto. Hoy por hoy ya no se suele mirar por la viabilidad de la empresa en el largo plazo, ni por crear un valor y una imagen de marca que fidelicen a los clientes para los próximos lustros, ni por crear productos de calidad que hagan que, cuando dentro de veinte años el electrodoméstico se rompa, nos vuelvan a comprar uno nuevo a nosotros.
La Dictadura del Quarter y la dirección por objetivos
Hoy en día el sistema está estructurado meramente para que los resultados de los próximos trimestres (y digo “próximos” acentuando la proximidad, pues no va mucho más allá) agraden lo suficiente al mercado para que las acciones de la empresa suban, los directivos ejecuten sus innumerables stock options, y además cobren sus jugosos bonus. Después, cuando las cosas se tuerzan, dejarán su puesto y se irán con la música a otra parte a empezar de nuevo. Con los réditos de sus bonus y stocks options se pueden permitir vivir unos años sin miramientos hasta que encuentren un nuevo empleo. Y en la empresa que dejan, aparecerá una nueva figura que volverá a iniciar un nuevo ciclo del mismo proceso.
Hoy en día hay pocas perspectivas o políticas corporativas a largo plazo. A la archiconocida obsolescencia programada de los productos, habría que añadir aquí un término de nuevo cuño: La Dictadura del Quarter. Dicha dictadura nace de la conjunción de la necesidad imperiosa de reportar resultados “agradables” al mercado trimestre tras trimestre, unida a cómo la dirección por objetivos hace de cadena de transmisión de esas políticas corporativas hasta bajar a los últimos escalones de la plantilla. La calidad, el crear valor y la fidelización del cliente ya no son el objetivo principal. El objetivo ahora es volver a venderle cuanto antes mejor.
Los aspectos socioeconómicos
Y todo eso se traduce en aspectos socioeconómicos más generales y de mayor calado, como un grave cortoplacismo general en la sociedad que no mira qué quiere construir a largo plazo ni qué quiere hacer con su vida y su carrera profesional. En términos sociales, nuestra juventud mayormente sueña con futuros como ser futbolista, hacerse “famoso” (sin más) y salir en los medios, o que le toque la primitiva; las premisas son claras: mucho dinero, en poco tiempo, y con el mínimo esfuerzo posible. E inevitablemente esto crea un clima laboral en nuestras empresas donde abundan los profesionales que aspiran al estrellato cósmico y sus cuantiosos bonus, donde prima una competitividad tan extrema que se vuelve insana, y donde se impone un afán desmesurado por progresar que ha pasado de ser típico de la veintena a ser aceptado hasta en personas de edades bien avanzadas.
No me podrán discutir que el tema tiene su lógica ante la creciente y desproporcionada brecha salarial en las empresas entre los salarios de los directivos y el salario medio del resto de los trabajadores. Por que se hagan una idea de esta desproporción y su evolución, sólo les diré que en los años 70 esta diferencia era de unas 20/30 veces; en 2012 la remuneración recibida por los ejecutivos de las compañías del S&P500 multiplicó por 354 la del resto de trabajadores. A mayor recompensa, mayor ansia y desesperación por conseguirla.
Al final acabamos rodeados de un relativismo moral general que tristemente suele admitir como causa justa de perjuicio a tus compañeros el mero hecho de que la perversa opción te beneficie a ti económicamente. Esto es casi norma general en las generaciones más jóvenes, pero cada vez ocurre más también en las senior. Si son ustedes escépticos al respecto lean sobre la siguiente encuesta que revelaba que un 68% de los Millenials no dudaría en sacrificar una amistad en el trabajo con tal de conseguir un ascenso.
De la crítica constructiva a la solución del problema
Pero no vean en este artículo un negativismo que no existe. Se trata simplemente de hacer una crítica constructiva para mejorar el sistema, puesto que este sistema es el que nos ha tocado vivir, y también tiene muchas cosas positivas, siendo nuestra responsabilidad el tratar de subsanar las negativas.
En su momento pasar a la dirección por objetivos y al reporte trimestral era más que necesario para conseguir orientar a las empresas hacia objetivos comunes y coherentes, y para tratar de evitar sorpresas a largo plazo en la situación financiera de las empresas. Pero el problema es que ahora ya hemos rebasado ese punto de inflexión en la perversión de las premisas iniciales que hace que nos tengamos que plantear una vez más cómo volver a mejorar de nuevo el sistema para evitar que degenere, asegurando así su viabilidad a largo plazo.
No hay que hacer ningún tipo de regresión a políticas que en su momento ya se demostraron ineficientes, sino parchear las políticas actuales para evitar los problemas que surgen ahora. El primer paso para solucionar un problema es ser consciente de él, y de eso precisamente trata este artículo. Pero claro, a lo que nos tienen acostumbrados nuestros dirigentes es que aquí no se toca nada hasta que no revienta algo. Es entonces cuando se tomarán unas medidas que, de haber sido tomadas a tiempo, habrían evitado males mayores.
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