Muchas veces se minusvalora las aportaciones a la sociedad de aquellos que reciben beneficios de ello aunque puede que mejoren más la vida de las personas que otras que actúen sin retribución. Y también se supone que la única retribución posible es la monetaria. Muchos profesionales que realizan actividades remuneradas ganarían más dinero dedicándose a otras cosas pero les compensa el reconocimiento social, la satisfacción personal, la atracción por dicha actividad (por estar con animales, por poder conocer países, por conocer gente,…) o multitud de otros aspectos que van más allá del homo economicus que ya advertía Adam Smith.
Esa mitificación de la etiqueta sin ánimo de lucro lleva también a profundas injusticias. Parece que las organizaciones que persiguen beneficios, como pueden ser las sociedades limitadas, son malvadas mientras las ONG o las fundaciones son la quinta esencia de todo lo deseable.
Recuerdo un caso de dos profesionales de la medicina que decidieron instalar un negocio para la recuperación de enfermos con daños cerebrales. Constituyeron una sociedad limitada y se encontraron con que la principal competencia que tenían provenía de una fundación. Dicha fundación logró una serie de subvenciones, de ayudas de la obra social de las cajas y de acuerdos con hospitales a las que ellos no pudieron optar por tener ánimo de lucro.
Esta política de distinguir según el ánimo de lucro olvida que la principal remuneración que reciben los emprendedores es el sueldo. Los beneficios medios obtenidos por las micropymes españolas según los datos de los Registros Mercantiles rondan los 15.000€. Una cantidad que fácilmente se podría camuflar en los sueldos de los promotores. Hay que recordar que la mayoría de personas que inician nuevas iniciativas empresariales tiene por objeto lograr el autoempleo.
Si comparáramos los sueldos y el uso que hagan de bienes de la sociedad, como automóvil, móviles u ordenadores, que hacen directivos de algunas fundaciones y asociaciones sin ánimo de lucro nos encontraríamos que sobrepasarían las rentas que obtienen muchos pequeños empresarios.
¿Merece la pena entonces fijar criterios según las intenciones de las organizaciones en vez de por los resultados?