El agua es el nuevo oro líquido, y los que toman posiciones estratégicas en ella son los que menos agua tienen

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Estamos ya tristemente acostumbrados a ver cómo, en el tablero global, los recursos y las materias primas son objeto de encarnizadas luchas para ejercer control sobre ellas. La razón es que, en el sistema capitalista, hay que asegurarse los suministros para garantizar la estabilidad de la socioeconomía. Una de las materias primas que más disputas ha venido ocasionando, y que ha agitado Oriente Medio durante décadas, ha sido el llamado oro negro (petróleo para los “amigos”).

Y es precisamente Oriente Medio el que ahora tiene mucho que decir en la toma al asalto que se empieza a llevar a cabo por el control de un recurso que emerge con fuerza en el mapa mundial, y que es (si cabe) todavía más estratégico que el oro negro. Se trata del agua. Son precisamente los países que antes se han enfrentado a su escasez los que nos empiezan a llevar claramente la delantera en esta nueva guerra geoestratégica, cuyo campo de batalla se traslada además hasta la puerta de nuestras propias casas.

El agua, un recurso cada vez más vital (y escaso)

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Realmente, el agua no es que haya sido precisamente un recurso natural de titularidad exclusivamente pública. El negocio del subsector de las aguas minerales siempre ha estado ahí, y ya en el pasado ha habido juegos de intereses y conquistas estratégicas de control por parte de diversas empresas; las empresas francesas del sector fueron especialmente activas en la toma del control a nivel mundial de este vital recurso. Es un negocio bastante “redondo” y de muy baja complejidad embotellar agua a precio de manantial (es decir, con un coste de extracción ínfimo en comparación a otros recursos), y venderla a precio de supermercado. Y además de lucrativo, el negocio tiene mercado y volumen, y en Francia de hecho ya supera en cifra al de los refrescos.

Pero estas jugadas de ajedrez del pasado parecían deberse más a la expansión internacional de las empresas del sector, y al tradicional juego de adquisiciones empresariales en los mercados, que a otras razones. Sin embargo, ya desde hace décadas que la progresiva desertificación sufrida en países como España encendieron todas las alarmas en torno a los recursos hídricos. Desde entonces, siempre se ha venido sosteniendo desde el sector que el agua iba a ser el recurso natural por excelencia del futuro. Sin agua, no hay socioeconomía, pero es que sin ella no hay ni tan siquiera vida.

Con el paso de las décadas, aquella percepción de escasez creciente se ha ido volviendo cada vez más cierta. Así, podemos observar ya hoy en día numerosas zonas geográficas en el territorio nacional sometidas a un fuerte estrés hídrico. El tema es complejo, y en él confluyen diversos factores, pero el hecho es que muchas cuencas hidrográficas descienden en caudales, los trasvases son sólo una solución temporal conforme la desertificación avanza inexorablemente, y la extracción de agua subterránea mediante prospecciones y pozos, si bien supone una salida en el corto y medio plazo, también tiene un límite y sus estimaciones y gestión son altamente complejas (por lo tanto y en cierta medida son fuentes de evolución impredecible). Pero el hecho innegable es que, tal y como la mismísina NASA revelara, las reservas de agua del planeta están descendiendo drásticamente.

De hecho, y también como muestra de ese citado estrés hídrico, los especialistas del sector de las prospecciones desde hace años que avisan de que, en muchas ubicaciones, allá donde antes con un pozo de 15 metros de profundidad ya se podía extraer agua, ahora hace falta bajar hasta 70 u 80 metros. Y eso es indicativo de un estrés hídrico con muchas implicaciones futuras para la vida humana y nuestras socioeconomías, en especial por su proyección a futuro, pero sin duda es algo que está teniendo también un impacto mayúsculo en los ecosistemas y en el medio ambiente.

Tras las guerra de abordajes de los 80 y 90, acabará por llegar la batalla de verdad en torno al agua

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Pero todo aquello que ocurrió en torno al sector del agua en los años 80 y 90 no es nada comparado con lo que se atisba en el horizonte de la industria. Con unos recursos cada vez más escasos dependiendo de la zona, se está llegando al momento en el que se está pasando de hacer negocio con la producción, a hacer negocio y política con la escasez, ya que la producción se empieza a prever que sea cada vez más menguante.

¿Y en los movimientos de quienes nos tendríamos que fijar para poder entrever qué es lo que nos espera en este campo? Pues obviamente, deberíamos fijarnos en aquellos países que antes están sufriendo las consecuencias severas de la progresiva escasez de recursos hídricos. No se debe olvidar cómo la terrible guerra en Siria tuvo un inicio coindidente con una pertinaz sequía en el país, a la que siguió un éxodo masivo del campo a la ciudad, y unas posteriores revueltas urbanas que dieron inicio al conflicto. Si bien hay mucha polémica al respecto, lo cierto es que hay diversos informes que califican esta guerra como la primera guerra climática; un extremo que no podemos confirmar desde estas líneas con el debido rigor.

Obviamente, el desierto del Sáhara siempre ha estado ahí, y nunca ha resultado ser un oráculo de la proyección de la socioeconomía mundial, pero el hecho es que ahora hay ciudades, regiones, y países en los que antes tenían mucha más agua que ahora para la vida y para su tejido productivo. El hecho de haber sido los primeros en sufrir el impacto de la mayor escasez de agua les ha hecho de revulsivo. Así se han lanzado a tomar la delantera ante esa desertificadora amenaza, que para ellos ya es una realidad con efectos reales a gran escala.

Alfalfa “made in USA” es exportada masivamente en contenedores a Arabia Saudí

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No hace falta que les introduzcamos aquí al hecho de que California, la cuna de Silicon Valley y con una gran riqueza económica, ha sufrido en los últimos años y de forma persistente severas consecuencias derivadas de carencias hídricas. La pertinaz sequía de los últimos años sólo ha empeorado sus problemas, con olas de incendios que están devastando el rico estado del suroeste norteamericano. A sólo 4 horas de su gran metrópolis, Los Ángeles, se sitúa el pequeño pueblo de Blythe. Blythe se encuentra en medio de un área desértica.

Como nos relataba este artículo de The Guardian, para sorpresa de los foráneos al observar el árido entorno, en Blythe prospera el negocio de la alfalfa, un tipo de cultivo intensivo en consumo de agua, y que además se caracteriza por ser continuo: no hay época de siembra y recolección, sino que la alfalfa crece de manera permanente, se cosecha, y sigue creciendo hasta que vuelve a ser recolectada. Así sus ya de por sí ingentes necesidades de riego se ven acrecentadas por su producción ininterrumpida. Y más de la mitad de las 38.000 hectáreas del término municipal se dedica al cultivo de la alfalfa.

Pero, ¿Cómo es posible que se pueda cultivar tanta alfalfa en medio de un desierto? Las razones se remontan a tiempos inmemoriales, como lo hacen algunas de nuestras legislaciones más tradicionales. El hecho es que Blythe tiene la fortuna de hallarse enclavado de forma estratégica en la cuenca hidrográfica del rio Colorado. Este rio es absolutamente esencial para las necesidades hídricas del estado de California, y su caudal abastece a 40 millones de personas, y riega más de 1.600.000 hectáreas de terreno.

El río en cuestión se encuentra en una situación de estrés hídrico acuciante, puesto que en los últimos lustros la demanda de consumo de su agua se ha disparado por las necesidades de las cercanas ciudades de Denver, Los Ángeles o Phoenix, además de por la expansión de las granjas y fincas de cultivo a gran escala. Este estrés hídrico por la parte de la alta demanda, se ha visto acrecentado también por la parte de una cada vez más escasa oferta de agua disponible, y es que el río está sufriendo las consecuencias del cambio climático, y su caudal ha descendido de forma significativa. De hecho, el río lleva años marcando mínimos de caudal.

Aunque ninguna de estas limitaciones afecta a la boyante y sedienta industria de la alfalfa de Blythe. Como relataba The Guardian, la legislación federal estadounidense garantiza una abastecimiento incondicional e ilimitado a este municipio, que puede tomar del rio Colorado tanta agua como estime necesario, sin importar ni tan siquiera las necesidades vitales de los ciudadanos que habitan rio abajo. El origen de esta legislación se remonta a la época de la fiebre del oro. Fue entonces cuando un británico dedicado a la extracción del preciado metal llamado Thomas Blythe puso sus ojos en el río Colorado, e hizo al gobierno federal una solicitud de abastecimiento de agua que se le concedió en 1877.

La concesión le garantizaba el derecho a abastecerse de agua de forma ilimitada tanto para el cultivo y la ganadería, como para consumo humano, sin ningún coste, con la única condición de que el agua no podía ser objeto de negocio directo y ser re-vendida a terceros, motivo por el cual actualmente los agricultores y granjeros de Blythe sólo pagan un exiguo canon fijo al año por hectárea irrigada por otros conceptos distintos al consumo propiamente dicho. Esa concesión está hoy en manos del Distrito de Irrigación de Palo Verde. En el resto del estado, a los consumidores de agua se les carga en base a su consumo, en lo que supone un gran agravio comparativo, que además desincentiva totalmente el más mínimo ahorro de agua en Blythe al disfrutar de “tarifa plana”.

¿Y quién se ha situado en la actualidad detrás de semejante concesión tan hídricamente generosa en una tierra de escasez?

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Como les decíamos, toda esa alfalfa es apilada en almacenes masivos, y es posteriormente exportada directamente para alimentar vacas en... la árida y desértica Arabia Saudí. Como The Guardian explicaba, detrás de esos macro-almacenes agrarios está la empresa Fondomonte Farms, una subsidiaria de la empresa saudí Alamarai, uno de los gigantes mundiales del sector de la alimentación. Entre otros muchos productos, produce leche, ingentes cantidades de leche. En poco más de veinte días, los contenedores de Blythe rebosantes de fresca y jugosa alfalfa llegan a puerto en el Mar Rojo.

El asunto no es ya que en Arabia Saudí no haya recursos hídricos para cultivar la alfalfa que necesitan para sus vacas, es que la práctica está incluso prohibida. Debido a la evidente escasez de agua en el país, el gobierno saudí prohibió por ley en 2016 esta actividad económica. Así, Alamarai se lanzó a tratar de cubrir las necesidades de sus 93.000 vacas por todo el globo, y aparte de en Blythe, había recalado ya algunos años antes en Argentina y en Arizona. El negocio se demostró muy rentable, y Almarai fue expandiéndolo hasta llegar a poseer directamente el 16% de todo el terreno de regadío del valle de Blythe (más de 6.000 hectáreas). Como ven, en el tema de hoy también ha jugado un papel importante la globalización, y cómo mover cualquier tipo de mercancía por todo el globo es barato y rápido.

Pero en Blythe defienden con uñas y dientes su modelo económico. Argumentan que por qué se preocupa tanto la gente de las exportaciones de alfalfa a Arabia Saudí, y no lo hacen por otros tipos de cultivos y productos que también incluso son igual o más intensivos en consumo de recursos hídricos. Realmente, aunque en el conjunto de Estados Unidos la alfalfa supone el tercer mayor producto económico, sólo un 4% se exporta en el conjunto nacional. Otros productos equiparables dedican a la exportación proporciones del mismo orden de magnitud o incluso muy superiores.

Como resaltaba The Guardian, el tema es que la economía de Blythe depende irremediablemente de la alfalfa. Con un 23% de sus residentes en la pobreza (12% a nivel nacional en EEUU), de los 21.000 residentes hay nada menos que 6.000 en prisión. La situación económica está deteriorada, con lo cual la dependencia de Almirai es doblemente significativa, y ha traído al municipio un boom de ingresos y trabajo (tanto directo como indirecto) con el que poder ganarse la vida honradamente. No es de extrañar pues que en Blythe poco les importen las necesidades de agua de otros que viven rio abajo, puesto que el canje les supone a ellos literalmente tener o no un medio de vida.

La solución realmente pasaría por que el estado insufle tejido productivo y una actividad económica alternativa en el municipio, que resultase menos ávida de agua y menos dañina para el resto de los ciudadanos y actividades tan necesitados de este vital líquido. Pero claro, con las cifras de pobreza y de reclusos que arroja Blythe, está claro que se trataba de un pueblo totalmente olvidado por las autoridades estatales, y sólo ahora que suponen un grave problema para los demás es cuando se empiezan a preocupar por ellos y sus necesidades. Así que puede llegar a ser humanamente comprensible que algunos en Blythe consideren que allí ahora les llueve sobre mojado (aunque sea por irrigación), incluso cuando otros no tienen agua suficiente.

Lo verdaderamente preocupante del caso de la alfalfa (y su agua) globalizada de Blythe

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Por restar algo de gravedad al asunto, y por poner una nota de positivismo a un tema que, por sus grandes implicaciones, realmente tiene más de preocupante que de positivo, debemos decir que esta “globalización de la escasez” tiene también su aspecto beneficioso. Al igual que hicieran los árabes cuando conquistaron la península ibérica en el siglo VIII, la escasez de agua a la que ya se enfrentaban en sus lugares de origen, hizo que trajesen una beneficiosa cultura de la escasez del agua, además de también un culto al agua que se demuestra en cómo se recreaban con ella en sus palacios y fortificaciones.

Además del disfrute por lo que no resulta abundante y finalmente se consigue en alguna medida, en la escasez también está la eficiencia. No duden de que cualquier recurso, por muy importante que sea, si abunda, será poco valorado por los agentes socioeconómicos. Por el contrario, si un recurso escasea, no sólo su precio cotizará al alza, sino que la percepción de esos agentes será la de valorarlo mucho más. Así, que el agua sea un recurso escaso en Arabia Saudita, por mera globalización, esa cultura de la escasez más extrema que han desarrollado allí se acaba transmitiendo hasta lugares tan recónditos y remotos como Blythe.

Porque puede ser que en Blythe los saudíes hayan encontrado una fuente (indirecta) de agua a espuertas, pero lo que es seguro es que siguen percibiéndola de forma muy distinta a los locales. Los saudíes aprecian el agua de forma natural y cultural y, de hecho, su brazo empresarial en Blythe utiliza tecnología punta con imaginería satélite y de drones destinada precisamente a automatizar y maximizar la productividad de la tierra, y en especial el aprovechamiento del agua: por muy abundante que allí pueda serles, para ellos siempre es percibido como un recurso escaso.

La polémica hídrica en todo el estado de California está servida, y mucho me temo que lamentable y progresivamente acabará llegando a muchos más lugares del planeta. Sin ir muy lejos, en los propios EEUU, nos encontramos con noticias sorprendentes como que la carestía de agua ha hecho que en Tejas incluso hayan tenido que tratar aguas fecales para consumo humano. Pero la forma en que este complejo problema hídrico toma forma en California ahora mismo se deriva de que, el recurso esencial más escaso al que se enfrenta aquel estado, está siendo utilizado en abundancia para hacer crecer alfalfa en medio del desierto. Pero es que, además, hay buena parte de esa alfalfa que no es para consumo propio (de las vacas propias, quiero decir), y muchos sectores ven esto como una forma de exportar recursos hídricos esenciales localmente de forma directa a Arabia Saudí.

Los cálculos para cuantificar en qué medida esos recursos hídricos se están exportando por esta vía no son nada fáciles (diría que hasta son prácticamente imponderables), pero la cadena exportadora, si bien no es directa con depósitos de agua embarcados, es igualmente evidente en forma de subproductos de la cadena hídrica de consumo. El resultado es que los recursos hídricos se están restringiendo en California a ciudadanos y empresas y se evita que sean dedicados a otras actividades productivas, pero sin embargo se utilizan alegremente para cultivar alfalfa, y luego esa alfalfa se exporta en contenedores a la península arábiga. El sinsentido californiano ha llegado incluso a tener que paliar la situación pagando una compensación a los agricultores de Blythe por que dejen de cultivar parte de su terreno, y así que el agua llegue rio abajo hasta las poblaciones sedientas.

Pero el tema de fondo aquí no es otro que una derivada más de la globalización que tantas ventajas ha podido traer por un lado, pero que como todo proceso socioeconómico extremadamente complejo, también tiene sus muchas desventajas potencialmente muy desestabilizadoras, e incluso factores mayormente impredecibles. El tema de California puede ser que nos resulte especialmente importante por tratarse de un importante estado de una superpotencia occidental. Pero el hecho es que, si allí les acaban cerrando el grifo a los saudíes, en su avidez natural por los recursos hídricos, éstos irán a cualquier otra parte del planeta (y probablemente más necesitada), donde la ecuación de la rentabilidad les siga encajando, aunque sea a costa de los ciudadanos locales y las propias necesidades de sus recursos naturales.

Esa misma globalización que se llevó millones de puestos de trabajo deslocalizándolos a países de mano de obra de bajo coste, al calor de los avances en telecomunicaciones y de unos costes de transporte que se rebajaban de manera muy importante, puede llevarse ahora igualmente de Occidente materias primas y recursos naturales escasos, bien sea de forma directa, o indirecta. No sólo iba a ser África la principal damnificada (y a la vez beneficiada) por las políticas extractivas de recursos desde países al otro lado del globo: las ventajas y desventajas de todo esto son para todos.

El problema viene cuando la demanda y el suministro es global, y supone dejar desabastecido el mercado local. Ahí es donde lógicamente surgen los sentimientos más pasionales entre el electorado, lo que se traduce en una tendencia política y socioeconómica más proteccionista y defensiva. Porque, incluso en un mundo globalizado, una cosa es vender producción sobrante, y otra muy distinta vender el agua de tus hijos.

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Esta globalización es un continuo efecto boomerang que va viajando aquí y allá por todo el globo, y ahora sobrevuela ese Occidente mayormente desbordante de recursos hídricos. Sin duda, el agua es el nuevo oro líquido del siglo XXI, y en torno a ella vemos cómo de nuevo se están articulando la geopolítica, la geoestrategia, las luchas por el control y… el ganador será el único que podrá saciar su sed en todos los sentidos, incluso en el biológico.

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