Las motivaciones del proceso independentista catalán difieren poco de la campaña a favor del Brexit vivida hace año y medio. Según este discurso, salir de España o de la Unión Europea es una forma de recuperar la soberanía y, con ella, la posibilidad de evitar que la riqueza se escape a otros lugares, ya sea vía redistribución regional o contribución a los fondos europeos.
Otro proceso de obvias similitudes con el caso catalán fue el vivido en Québec, que estuvo a punto de desembocar en la independencia de este territorio francoparlante. Allí, al igual que en Cataluña, se apelaba al hecho lingüístico y cultural como motivo para levantar una nueva frontera.
En los tres casos hay un elemento común: la existencia de una metrópolis con una economía totalmente interconectada al conjunto del que sus regiones quieren separarse. Barcelona, Montréal y Londres son piezas clave en las economías de España, Canadá y el conjunto de la Unión Europea. Y todas ellas se han visto arrastradas en procesos divisivos contrarios a sus intereses. ¿Hay un conflicto entre el resurgir del nacionalismo populista y las metrópolis globales?
Montréal: una lección de historia para Barcelona
La historia vivida por Montréal a finales del siglo XX guarda demasiados paralelismos con la Barcelona –con un par de décadas de diferencia– como para ser ignorada. Los Juegos Olímpicos de 1976 fueron la carta de presentación de Montréal como la gran ciudad cosmopolita de Canadá, de la misma forma que Barcelona se hizo un hueco en la lista de metrópolis globales con los de 1992.
Tras la resaca olímpica, el movimiento nacionalista quebequés convocó un referéndum de independencia en 1980, resultando en un 60% a favor de permanecer en Canadá. Pero la incertidumbre asociada a la posibilidad de independencia hizo que 300,000 quebequeses (en su mayoría angloparlantes) y miles de empresas hiciesen las maletas para no volver. En pocos años Toronto había arrebatado a Montréal los tronos de ciudad más poblada y capital financiera de Canadá.
El proceso independentista quebequés hizo que Montréal fuese superada por Toronto como ciudad más poblada y capital económica de Canadá
El referéndum de 1995, mucho más ajustado (y con una decisiva contribución de Montréal a la permanencia en Canadá) propició una Ley de Claridad que de momento ha aparcado la cuestión secesionista, pero el daño económico es irreversible. La ciudad ha perdido todo su sector financiero y su carácter de metrópolis económica global tras la aventura independentista. El caso es tan patológico que se conoce como Efecto Montréal.
En las últimas semanas, Barcelona está viviendo su propio efecto Montréal. 2.000 empresas han abandonado Cataluña, casi todas ellas desde el área metropolitana barcelonesa. Al igual que en el caso de Montréal, el sector financiero ha sido uno de los que más ruido ha hecho al marcharse, con el traslado de CaixaBank y Banco Sabadell. La ciudad de Barcelona, con una mayoría favorable a la permanencia en España, se ve arrastrada a repetir una historia cuyo final ya conocemos.
La paradoja del Brexit: más soberanía 'formal' implica menos soberanía 'real'
Son muchos los paralelismos entre el Brexit y el proceso independentista catalán. El economista belga Paul De Grauwe analiza cómo ambas campañas están basadas en los tres mismos mitos: el del enemigo externo, el de la identidad nacional homogénea y el del supuesto aumento de la prosperidad cuando "se recupera el control" de la economía. En ningún lugar es más obvia la falsedad de estos mitos que en las respectivas capitales: Barcelona y Londres son ciudades diversas y plenamente integradas –social y económicamente– más allá de las fronteras de Cataluña o el Reino Unido.
Pese a estar mayoritariamente contra el Brexit, Londres deberá soportar sus efectos negativos, especialmente en el sector financiero
El caso de Londres es paradigmático. Pese a apoyar mayoritariamente la permanencia en la Unión Europea, ahora debe sufrir los efectos negativos del voto contrario de las zonas rurales del país. La UE ya busca nueva sede para la Agencia Europea del Medicamento y la Autoridad Bancaria Europea, pero ambas instituciones son minucias en comparación con el movimiento de instituciones financieras (y sus trabajadores) que se producirá si la City de Londres pierde los derechos de pasaporte bancario y el millonario negocio del clearing en euros.
La paradoja, tal como señala De Grauwe, es que «en un mundo globalizado, cuando los nacionalistas persiguen más soberanía formal, lo que consiguen es menos soberanía real. Eso es lo que acabará sucediendo en Gran Bretaña, y también lo que los nacionalistas catalanes conseguirán si persiguen sus sueños nacionalistas». En el mundo actual, las ciudades globales tienen mucho más margen de maniobra siendo 'cola de león' en marcos supranacionales de soberanía compartida, que siendo 'cabeza de ratón' como capitales de estados aislados del resto.
Las ciudades globales necesitan voz propia en el contexto global
Los intereses de las grandes ciudades nunca coinciden plenamente con el de las regiones que las rodean. Reconocer la existencia de diferentes prioridades es crucial para lograr estabilidad y crecimiento económico para ambos. El 'efecto Montréal', el estancamiento de Londres o la fuga de empresas de Barcelona son perfectos ejemplos de lo que sucede cuando esto no se tiene en cuenta.
Las ciudades globales necesitan una estrategia propia para mitigar los efectos de la actual oleada nacionalista
Frecuentemente, las reglas políticas perjudican a las grandes ciudades, en aras de la 'representatividad territorial'. Así, en las últimas elecciones catalanas, los independentistas obtuvieron mayoría absoluta de escaños pero no en votos. ¿La razón? Barcelona está infrarrepresentada. Pese que el 75% de catalanes viven en la provincia de Barcelona, solo eligen al 63% de los diputados autonómicos. Con un sistema proporcional en el que los votos de Barcelona valiesen lo mismo que los de Lleida, los independentistas no habrían obtenido mayoría absoluta y probablemente no estaríamos hablando de 2.000 empresas huyendo a otros lugares de España.
Por este tipo de motivos, las ciudades globales necesitan actuar con voz propia. Si Londres y Barcelona son capaces de ofrecer una propuesta estratégica única en el contexto global podrán mitigar los perjuicios económicos del Brexit o el Procés. La oleada de nacionalismo populista experimentada en los últimos años en occidente perjudica los intereses de las grandes ciudades, pero estas tienen una gran ventaja: el flujo de dinero, talento e ideas entre ellas trasciende las fronteras nacionales. En la guerra del globalismo contra el nacionalismo, las ciudades han tomado partido.