En España, el crecimiento del PIB depende, en gran medida, de la evolución del consumo. Si el PIB de España es de 1,16 billones de euros, 886.000 millones de euros están vinculados al gasto en consumo final, es decir, el 76% del total.
En términos de crecimiento, si tenemos en cuenta desde mediados del 2013 hasta el 2017, el gasto real de las familias españolas creció a unas tasas anuales del 2,5%, gracias a la mejora de las rentas de las familias, como consecuencia también del crecimiento del empleo y la financiación vinculada a los créditos al consumo.
Por lo tanto, el consumo es importante pero más importante es nuestro entorno, pues ejerce una influencia notoria en nuestras decisiones consumo. Estamos condicionados por la propia renta como por la de nuestro entorno, por el nivel de competencia existente en el entorno empresarial, el entorno de fiscalidad sobre el consumo y también, unas condiciones de financiación atractivas.
Factor renta
La variante más relevante el momento de analizar nivel de consumo, en términos absolutos, es el nivel de la renta. La renta puede proceder del trabajo (salarios) o también de las rentas del capital (intereses, dividendos, alquileres y demás). Por ello, es conveniente entornos en que exista unas tasas de desempleo bajas que presionen al alza los salarios y un entorno legislativo, favorable a los derechos de propiedad que permitan proteger las rentas del capital.
La renta del trabajo está condicionada tanto por nuestros niveles de productividad como por los niveles de productividad de nuestro entorno. Pensemos que no existe una gran diferencia entre un camarero noruego y un camarero español, en el momento de desempeñar sus funciones.
No obstante, el nivel de riqueza per cápita en el entorno de Noruega es más del doble que el de España y eso queda traducido en el diferencial de precios entre ambos países en el momento de consumir bienes tan parecidos como por ejemplo, un café.
Los ahorros acumulados en el pasado pueden utilizarse en caso de necesidad para un incremento del consumo. De manera similar, a los que nos ocurre con el incremento de riqueza, en el auge de las bolsas riqueza financiera) o el auge de los precios de la vivienda -el llamado efecto riqueza- impulsa las expectativas y mejoran el consumo.
Según la edad del responsable de la toma de decisiones, el consumo individual y también en el hogar, varía tanto en términos de composición como en términos cuantitativos. Dependiendo de la influencia en los factores demográficos, ganará peso unos determinados productos frente otro.
Para la formación del IPC se tiene en cuenta una cesta de la compra, pero esta cesta de la compra es homogénea y no diferencia grupos de edad. Por ejemplo, en el cálculo del IPC se tienen cuenta que el 3,96% del consumo está destinado a grupos vinculados al consumo de medicina. Probablemente, si calculáramos un IPC en base a la población de más de 65 años, su gasto en productos farmacéuticos sea superior deseen 3,96% del total de su renta.
Factor competencia
Si existe una manera de garantizar precios bajos y una mayor optimización al consumo, es mediante la promoción de un entorno de competencia en el que las alternativas empresariales más eficientes permanezcan en el mercado, mientras que aquellas alternativas que no generen valor, directamente quiebren.
Estamos hablando que sean las decisiones de los consumidores aquellos que premien y castiguen los procesos productivos. Mediante este proceso, se consigue la llamada destrucción creativa que permite al consumidor liberalizar recursos para, o bien ahorrarlos, o bien perseguir otras alternativas de consumo.
En este caso, el factor competencia no tiene por qué alterar el porcentaje del consumo sobre el total de la renta, pero sí que con un factor de competencia extendido entre los sectores de la economía, nos permite que cada vez destinemos menos proporción de nuestra renta a un propósito determinado.
Como podemos observar en el siguiente gráfico, el gasto en alimentos, como porcentaje de la renta disponible en Estados Unidos, ha ido decreciendo desde el 20% de 1930 hasta el 6% de la actualidad.
Factor fiscalidad: Los impuestos al consumo
Normalmente, los Estados establecen sobre los bienes de consumo determinados impuestos, siendo el más extendido el Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA). El IVA y los impuestos especiales que afectan a los bienes de consumo tienen la consecuencia última de encarecer este tipo de productos, por lo que para consumir lo mismo necesitemos una mayor movilización de recursos de nuestra renta.
En 2012, el cambio en los tipos de los impuestos indirectos en diez países de la zona del euro causó un impacto al alza de 0,25 puntos porcentuales o más en sus tasas de inflación medida por el IAPC. El mayor impacto se registró en Portugal (1,9 puntos porcentuales), seguido de Grecia y Finlandia (0,9 puntos porcentuales).
En el ámbito de la Unión Europea, tenemos el tipo general de IVA y dos tipos de IVA reducidos. En este caso, la normativa europea dice que el tipo general del IVA no puede ser inferior al 15% y, en referencia a los tipos reducidos, pueden aplicarse una serie limitada de productos servicios y por lo general no deben ser inferiores al 5%.
Con esta política determinada, en el momento de la verdad, más que perseguir beneficiar al consumidor, lo que vemos diferentes lobbies peleando duramente con el poder político, para incorporar su categoría de productos dentro del tipo reducido o bien que no estén gravados apliquen impuestos especiales.
Factor financiación al consumo
El crédito el consumidor es la parte de crédito que los consumidores utilizan para adquirir bienes o servicios que se deprecian rápidamente. Esto incluye grandes gastos, como por ejemplo, la adquisición de automóviles, electrodomésticos, muebles, gastos puntuales como viajes o gastos vinculados al consumo del hogar, por lo que hay grandes industrias que dependen de las condiciones de financiación al consumidor.
Tanto las condiciones de financiación como los tipos de interés aplicados por las entidades bancarias en el crédito al consumo ejercen una importante influencia en la evolución del consumo. En su composición, nos encontramos con dos tipos de deudas de consumo: las tarjetas de crédito (rotativas) y los préstamos de pago fijo (no rotativos). La deuda vinculada a la tarjeta de crédito se llama rotativa porque está destinada a ser pagada cada mes.
Como resultado, la demanda de los consumidores tiende a aumentar a medida que las tasas de interés caen. Si los tipos de interés son altos, el endeudamiento es más caro, lo que probablemente reducirá la demanda y el consumo total.
El crédito al consumo se utiliza habitualmente como medición para ver el nivel de bonanza una economía. Si los consumidores pueden pedir prestado fácilmente y pagar esas deudas a tiempo, con bajos niveles de morosidad, se entiende que el crecimiento económico es sano.