La ola de indignación que arrasa el país en la actualidad tiene nombre y apellidos: corrupción política. Es el tema de conversación en bares y no faltan motivos. Los casos de el Bigotes, Camps, Julián Muñoz o Urdangarín ya suenan a trapicheos de baja escala en el pasado. Las tarjetas black, el caso Bárcenas, los EREs de Andalucía y los negocios de los Pujol dejan a los primeros en una categoría inferior.
Un apartado especial hay que dedicarle a la Operación Púnica. Todos los casos anteriores tuvieron lugar en años de vacas gordas. Sin embargo, Púnica se ha estado produciendo hasta ahora mismo. A la vez que se ejecutaban profundos recortes en Sanidad o Educación, una red de mangantes seguía haciendo negocio con el dinero público que manejaban sus casi quebrados ayuntamientos.
Que la corrupción no es un concepto nuevo es algo que ya sabemos todos. El arte de me arrimo, trinco y unto existe en este país desde los orígenes de la democracia. El problema está en que cada vez que hay una crisis (pasó también en el 93), el pastel se reduce y las porciones se vuelven más pequeña. Ante esta situación, cuando los comensales se ponen nerviosos porque no reciben lo mismo que antes, a uno se le va la lengua, otro filtra unas facturillas en B y al tercero le aparece el teléfono pinchado.
Con todo, lo cierto es que la sociedad española está llegando a un punto de hastío y cansancio sin precedentes, y en este sentido, el surgimiento y auge de Podemos es algo lógico. La gente está quemada y exige algo diferente a todo lo conocido hasta ahora, por muy inviable que resulte ponerlo en práctica o por muy perniciosas que puedan ser sus consecuencias a medio y largo plazo.
Si intentamos llegar a la raíz del problema, no puedo sino remitirme a lo que ya una vez comentamos: la corrupción se vuelve automática cuando el gobierno maneja enormes cantidades de dinero, por tres motivos:
- Los políticos no son inversores profesionales.
- El dinero que manejan no es suyo.
- El beneficio o utilidad que obtienen con ese dinero no es para ellos.
Ante esta situación, quizás la única forma de acabar con la corrupción de los gobiernos es haciendo que estos se normalicen y vuelvan a sus funciones normales, mucho más básicas. Mientras jueguen a inversor, empresario y buen samaritano la situación irá obligatoriamente a peor. A los hechos me remito.
En El Blog Salmón | ¿Cómo podemos combatir la corrupción? La pregunta de la semana y CT, ¿Cultura de la Transición o Corrupción Transversal?
Imagen | Daniel Lobo