El Gobierno ha aprobado hoy el informe que sentará las bases de la Administración Pública del futuro. Dicha reforma se basa en un estudio de dos mil páginas elaborado durante los últimos siete meses por una Comisión. El resultado de dicho análisis es un conjunto de 217 medidas que pretender cambiar por fin la cultura de la Administración.
En teoría, y digo esto porque habrá que ver como se lleva este modelo teórico a la práctica, la nueva Administración será más austera, más racional, más moderna, más reducida, más transparente, más orientada al ciudadano y mejor gestionada. Tanto es así que entre 2012 y 2015 se pretende ahorrar 37.700 millones. Habrá que ver si se consigue.
Se habla de que las funciones de determinados organismos sean asumidas por el Estado, de suprimir agencias de todo tipo, órganos de inspección de aeropuertos, institutos de opinión y otros entes públicos de diversa índole y dudosa funcionalidad. Además se plantea acabar con las duplicidades e ineficiencias entre las distintas administraciones, entre otras medidas.
Sobre el papel, el tijeretazo público es bien recibido. Sin embargo, habrá que esperar, como dije antes, hasta ver como se lleva a la práctica el ajuste. De cualquiera de las maneras, era obvio que España tenía un Estado sobredimensionado en el que resultaba imposible optimizar los recursos y alcanzar la eficiencia económica. ¿Se conseguirá con la nueva reforma? Pronto lo sabremos.
La reforma, sin embargo, nace sin un titular periodístico impactante porque no se han producido grandes modificaciones en el aparato del Estado, así como tampoco medidas espectaculares que nos lleven a pensar que el tijeretazo vaya a poner patas arriba a la Administración pública.
¿Se podría haber conseguido esto último? Por supuesto que sí. Bastaba con dejar de mantener empresas públicas ineficientes, televisiones autonómicas innecesarias, diputaciones provinciales, Senados o consejos de administración nombrados a dedos. Fundaciones, consorcios, observatorios, agencias... No me digan que no hay por donde meter la tijera.
Como ya dije en estas páginas en otra ocasión, si no atajamos este problema de raíz, racionalizamos las funciones de la Administración y eliminamos duplicidades jamás saldremos de este atolladero en el que nos encontramos inmersos. El tiempo dirá si con esta reforma se ha conseguido, porque lo que no puede ser de ninguna de las maneras es que los ciudadanos seamos el único objetivo de los ajustes.
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