Ayer discutíamos sobre si la eficiencia energética servía para algo y la conclusión es que para que sirviera había subir los precios. Los precios es la única forma de limitar el consumo de un bien.
Hace ya bastante tiempo que hablamos de las externalidades negativas en El Blog Salmón. Como resumen podríamos decir que son costos ocultos en el precio. El ejemeplo más claro es la contaminación: si yo creo productos a base de contaminar mucho en el precio final del producto no estoy recogiendo el coste total para la sociedad de mi producción.
Hay otros ejemplos, como el tráfico o el consumo de tabaco. Y la solución a estos problemas que no acaban recogidos en el precio es, precisamente, aumentar su precio artificialmente para desincentivar su uso. La única forma que tenemos de hacer esto es con impuestos.
Por tanto si queremos que la gente no fume los precios tienen que ser artificialmente altos. Si queremos que la gente no contamine tanto tenemos que subir los precios de combustible. Si queremos que no haya atascos (por la contaminación, ruido, molestias) tiene que ser más caro ir en vehículo privado que en colectivo (precios de combustible vs transporte público, precio de aparcar, tasas por entrar en las ciudades).
Mucha gente no quiere oir hablar de más impuestos. Pero en este caso (y en muchos otros, pero vamos a centrarnos en este) es por una muy buena causa, para desincentivar a la gente. Desincentivar ciertos comportamientos que crean molestias y problemas a la sociedad. Contaminar es uno de ellos y por tanto los impuestos a la contaminación son una buena idea.
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