Cuando veo que Salvados es uno de los programas de éxito de este país uno se explica muchas cosas. Desde luego el trabajo de guión y montaje es excelente, pero, entre nosotros, es raro el programa en que, si profundizas, no sientes vergüenza ajena ante el maniqueísmo que destila. ¿Ejemplos? Los dos últimos, el de planes de pensiones y el de los lobbies son tremendamente parciales. Dejamos el primero para un post posterior, y nos centramos en los lobbies según la visión del lobby de Évole.
Es curioso. Cuando uno acaba de ver el programa uno tiene la sensación de que los lobbies son una suerte de comandos de presión sobre las instituciones, financiados e instrumentados por grandes grupos empresariales. Frente a ello algunos niegan la existencia de un lobby social (decir, como dice uno de los intervinientes que Ada Colau no es una profesional del lobbismo mueve a la risa, siendo una activista profesional), o bien justifican la existencia de un lobbismo bueno, como el que representa el exparlamentario europeo verde, el de aquellos que no tienen los medios de las grandes empresas.
Me gustaría saber cómo hacemos para evitar que la sociedad, a la que pertenecen las empresas, se organice para hacer llegar sus demandas a los políticos (o a los jueces, no hay más que ver famosas historias de congresos, cursos y demás). Y es que la clave está en que se ha apostado por un modelo de Estado sumamente intervencionista, y los grupos de interés son conscientes de que la vía rápida para conseguir sus objetivos es la vía pública. Y los políticos (y otros) que también lo saben se dejan querer.
Así, en la trastienda de estos aparatos de coerción que son los Estados se mueven los representantes de las promotoras inmobiliarias contra los del turismo, los notarios contra los registradores, los acreedores contra los deudores, etc. Todo ellos son muy conscientes, mucho más que el ciudadano de a pie, lo que un pequeño cambio normativo puede hacer por sus intereses.
En vez de cuestionarnos hasta que punto ese grado de intervención exacerba el lobbismo, propuestas como las de Évole promueven una hipócrita indignación contra algo que es inevitable dado el marco de juego de las relaciones socioeconómicas que esos mismos indignados apoyan. Resulta curioso que se rasguen las vestiduras aquellos que defienden que el Estado sea un ariete contra los derechos de los individuos en defensa de los supuestos derechos de otros.
Tan curioso como que Évole se dedique a hablar de lobbies en España y no se haga ni una referencia al lobbie de la SGAE y demás defensores de complejo político-cultural. Es tremendamente gracioso que se hable del lobby de la construcción, de las petroleras o de los cazadores como representantes de la avanzadilla en el gobierno español, y se olvida totalmente del lobby cultural. Un lobby que ha visto como su cúpula ha sido descabezada judicialmente, como sus propuestas de financiación paralegal han sido desmontadas desde la Unión Europea, eso si, sin que los consumidores hayan visto que se haga nada por recuperar ese dinero obtenido a punta de BOE de modo irregular.
No entiendo que Jordi necesite ir a Bruselas a ver como se desenvuelve el mundo del lobby. Basta con leerse la nueva propuesta legal de cultura en relación con los derechos de autor para saber de que estamos hablando. Pero quizás el lobby al que represente Évole, consciente o inconscientemente, no estuviese muy interesado en contemplar que la SGAE y sus clones funcionan con una cobertura legal evidente. Alucinante es que hablen de ministros del PP y ni un solo recuerdo para aquella ministra que paso directamente del lobby al sillón público. Si la SGAE y las sociedades de derecho de autor consiguen lo que quieren es por puro lobbismo.
¿Alguien más nota lo suave y comprensivo que se es con la SGAE y con sus defensores?
Por cierto, que también podríamos calificar de lobbismo la propia aparición de laSexta en España. Bajo la excusa del pluralismo ideológico, se dio una nueva licencia al grupo de Roures y se mutó la de Canal + para que naciese Cuatro y pudiese emitir en abierto. Lobbismo fino, oigan, que se lo pregunten al marido de Carmé Chacón, del mismo tipo del que luego permitió que ambos canales acabasen siendo integrados en Mediaset y en Antena 3.
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