La frase se la oí a Bruno Ganz en esa obra maestra de Wim Wenders que es El amigo americano. No sabía que la había pronunciado Franklin Delano Roosevelt en los años 30, a propósito de las duras circunstancias de la Gran Depresión. Y ahora, como hace siete décadas, volvemos a oír esa frase una y otra vez a propósito de las duras circunstancias de esta nueva crisis que demuestra que poco hemos aprendido. La economía de Estados Unidos ha registrado su mayor retroceso en 26 años, y el mundo emprende su travesía por el desierto.
No deja de ser doloroso el actual momento, cuando vemos por todos lados noticias tristes: cierra el Diario Metro, cunde la crisis en Islandia, Nec despide a 20 mil trabajadores; España campeona del paro; Santander pagará 36 por cada 100 euros, Nueva caída en el Euribor, etc. Por eso es que Olivier Blanchard señala en el último número de The Economist, que los gobiernos y los responsables de formular políticas, deben concentrarse en reducir la incertidumbre, en reducir el miedo. Para Blanchard, la incertidumbre afecta el comportamiento que alimenta la crisis y provoca la enorme volatilidad en los mercados. Los gobiernos deben reducir esa incertidumbre y crear la confianza. Es fácil, para Blanchard y para todos, decirlo. El problema es cómo.
No existe una varita mágica que termine con la incertidumbre; que despeje todas las ecuaciones y encuentre la solución al problema. No existe aquello que algunos economistas intentaron simplificar con términos como predicción perfecta, información perfecta, homogeneidad, expectativas racionales. La realidad ha demostrado ser más compleja y cercana a una caja de Pandora, que a la simple resolución de un sistema de ecuaciones.
Ahora que se exige a los gobiernos respuestas sabias, y se teme volver a caer en el error, habría que apelar a esa sabia receta de Maquiavelo de la prudencia, no para aumentar la parálisis del sistema sino para iluminar los caminos correctos por los cuales correrá el futuro. Si los activos de riesgo han demostrado un notable fracaso, habrá que saber distinguir los activos menos riesgosos, incluso los exentos de riesgo, que aunque den menos rentabilidad, ayudarán a empujar hacia el futuro.
El éxito o fracaso de las decisiones de inversión tiene un gran impacto en el consumo presente. Las fuertes caídas bursátiles han reducido buena parte de la riqueza de los consumidores, lo que tiene un impacto inmediato en el presente y lleva a las personas a postergar compras ya planeadas de ordenadores, equipos o vivienda. Lo mismo ocurre en las empresas: ¿para qué introducir un producto nuevo?, ¿para qué hacer nuevas inversiones? Lo mejor, piensan todos, es hacer una pausa hasta que el humo se disipe. Y así, nadie actúa.
Esta actitud, que puede ser válida para las personas y las empresas, no puede serla para los gobiernos. Y deben ser todos los gobiernos al unísono los que se levanten a reducir la incertidumbre. Por eso que las resoluciones que se toman en Estados Unidos son cruciales. Mal que mal si de ahí nace el problema, lo justo es esperar que de ahí nazca una solución. Crear un banco que capture a los activos tóxicos, como los cazafantasmas capturaban a los entes incorpóreos, o los países se unían para evitar el asedio de los extraterrestres en Día de la Independencia, puede ser una solución. Incluso hasta George Soros lo dice: el euro quizá no sobreviva si no se crea un banco malo.
Quizá nos falte encontrar a ese personaje de aquella burda película que interpretaba Jeff Goldblum (el mismo de La Mosca, de Cronenberg, por eso la ví) que se le ocurre inyectar un virus a la nave madre que contamine a todas las otras naves enemigas con información errada. Esa genial idea es lo que levanta a esa historia. Quizás algo así haga falta ahora: inyectarle al sistema mundial un virus que elimine la incertidumbre, que reduzca el miedo que nos inmoviliza. Y esa puede ser tarea de todos.
Más Información | The Economist
Vía YouTube | El amigo americano, Los Cazafantasmas, Dìa de la Independencia
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