Hace un tiempo hablé del éxito de la estrategia francesa de llenar los puestos más importantes de las organizaciones internacionales con sus nacionales. El objetivo es obvio, para que las decisiones importantes se tomen en los despachos franceses y no en reuniones internacionales donde otros tendrán también que dicir.
En el actual entorno, estamos oyendo mucho del director general del Fondo Monetario Internacional (FMI), ciudadano francés, pero también del presidente del Banco Central Europeo, ciudadano francés, y del director general de la Organización Mundial del Comercio, ciudadano francés.
Puedo continuar con el presidente del banco europeo de reconstrucción y desarrollo (BERD), ciudadano francés, sin olvidar los seis meses decisivos del presidente de Francia como presidente de la Unión Europea, donde ha organizado cumbre en Washington y también las reuniones europeas para coordinar los planes multimillonarios que quieren establecer antes del fin de mes, es decir, antes de que se vaya.
Con esta presencia dominante en los más altos niveles de las organizaciones mundiales tratando temas económicos, la voz de Francia es dominante en el discurso sobre cómo responder a la actual crisis.
Teniendo en cuenta el gusto de los políticos franceses de gastar el dinero de los contribuyentes en proyectos elegidos por los políticos, no sorprenderá que ahora oímos un distinto discurso del FMI, el de gastar, gastar y gastar.
A mi me gustaba el anterior mensaje del FMI al gobierno español, de flexibilizar más la economía y controlar más el gasto.
Ese mensaje anterior también hablaba de reformar la institución, como ahora se habla mucho, pero eran reformas para hacer sus programas más efectivos y coordinarlos mejor con las políticas domésticas de los países que estaban ayudando.
El FMI hay que reformarlo, pero mejor reformar su efectividad y la forma de eligir sus directores generales. Deberían ir por ahí los tiros.
Vía | El País
En El Blog Salmón | La influencia francesa global gana