Uno de los preceptos más repetidos y asumidos en el ámbito económico es que la llegada de inmigrantes a un país favorece su desarrollo y crecimiento, sobre todo cuando hay un gap que cerrar o escasez de trabajadores en un sector clave para la economía.
Si bien pocos países se ponen las pilas en este sentido en un momento en el que la mayoría sufre de falta de trabajadores (España también tiene un millón de empleos que no puede cubrir). Porque claro, el difícil equilibrio entre inmigración necesaria e ilegal complica la cosa. Pero hay un país que se está poniendo las pilas en este sentido. Y no es otro que el modélico Canadá.
En concreto, busca cerca de 1,5 millones de extranjeros de aquí a 2025 que puedan cubrir el alrededor de millón de vacantes que ha dejado la pandemia. Así, quieren sumar 465.000 inmigrantes en 2023, subiendo a medio millón hasta 2025, a los que hay que sumar los 400.000 llegados en 2021, un año "récord" para la inmigración en Canadá.
Pero, ¿es realmente la inmigración un impulso para la economía o es un incentivo para su llegada?
Todos salen ganando
Es evidente, según señalamos en este post hace un tiempo, que una de las principales razones por las que el ser humano decide dejar su país es económico, para encontrar un trabajo mejor en el que obtenga una retribución mayor que en su país de origen.
Por lo tanto, se entiende que emigrará a un país con mejores condiciones económicas, aunque eso no se da siempre. Pero los datos también han demostrado que la inmigración impulsa la economía. Por ejemplo, completa el mercado de trabajo de la población autóctona (no 'roba' el trabajo a los nacionales), es rentable recibirla porque casi en su totalidad se trata de gente en edad de trabajar y aumenta la fuerza productiva del país, entre otros aspectos.
Por lo tanto, podemos hablar de que son factores que se retroalimentan: la buena marcha económica de un país atrae a la emigración y esta, a su vez, impulsa su desarrollo económico y permite ajustar su mercado laboral.
Pero claro, aceptar eso no es fácil para los países, porque el discurso anti-inmigración es muy utilizado para hacer política por un sector ideológico que ya conocemos todos. Si bien en Canadá eso no sucede.
Su propio primer ministro, Justin Trudeau, ha admitido públicamente que la inmigración es clave para que crezca su economía en los próximos años. Y es, además, aceptada socialmente. Ya supone el 23% de la población canadiense, y debe seguir aumentando para sostener un país con baja natalidad y envejecimiento de la población (curiosamente, como el nuestro).
Eso sí, si quiere atraer inmigrantes tiene también que poner de su parte en el tema de la vivienda, pues ahora mismo no es accesible ni para los propios canadienses.