El MIT parece tener muy claro quiénes van a ser los analfabetos del futuro, y tratándose de tan reputada institución, no podemos sino valorar sus puntos de vista, y tratar de incorporar en nuestros sistemas educativos y en la educación de nuestros hijos lo mejor de sus ideas.
Aunque es cierto que el analfabetismo siempre es una terrible amenaza socioeconómica que resta progreso y potencial económico y social a cualquier país, lo cierto es que hay otros factores socioeconómicos y educativos igual (o incluso más peligrosos todavía) que el analfabetismo. Porque algunos de nuestros abuelos podían ser analfabetos, pero al menos tenían muy claras ciertas cosas que hoy brillan por su ausencia, y que están derribando nuestros sistemas socioeconómicos y todo el progreso que habíamos conseguido al haber llegado hasta donde estamos.
El analfabetismo es cosa del pasado gracias al esfuerzo de nuestros abuelos
A lo largo del siglo XX se puede decir que, al menos en el mundo más desarrollado, se fue dando un importante salto socioeconómico hacia adelante. Conforme avanzaba el mortífero siglo, los países occidentales y los de su entorno socioeconómico más inmediato acabaron tomando conciencia de la importancia para la estabilidad que suponía permitir que emergiese una amplia clase media, fuente de estabilidad y progreso para el conjunto de la socioeconomía.
La erradicanción del analfabetismo era un paso necesario para que las clases modestas fuesen siendo minoritarias, y lo que fuese mayoritario en la composición de las nuevas pirámides sociales fuesen los ciudadanos de clase media, obviamente con capacidad de compra para tirar de la economía y adquirir los productos que fabricaba la emergente industria manufacturera mecanizada.
Pero para ello se hacía necesario que esa clase media lo fuese no sólo por su capacidad de compra, sino también por su íntima relación con la educación y la formación. Lo que en principio se debió de sopesar principalmente como fuente de crecimiento económico, además trajo un nivel cultural medio, una capacidad de decisión, y un espíritu crítico que, como efecto colateral (para un servidor está más bien entre los principales), abonó el terreno para una democracia con los pies en la tierra (y no en el bananero).
Efectivamente, unas mentes de calidad cultural y educacional sentaron las bases de una calidad democráctica que permitió que los avances democráticos se fuesen consolidando rápidamente conforme iban llegando a los países más desarrollados en diferentes tiempos. Y en esta senda, se puede decir que se fue erradicando aquella lacra de analfabetismo de principios de siglo XX, que no sólo no permitió en su momento el desarrollo socioeconómico en el sentido más amplio, sino que además había abonado el terreno para que surgiesen aquellos populismos del siglo XX que arrasaron en diferentes países y continentes, con el fatídico desenlace y las abultadas cifras de muertos que todos conocemos.
Un tema que es socioeconomía pura: el ADN de estas líneas
Ya les hemos analizado en unas cuántas ocasiones que actualmente ya vivimos en la sociedad tecnológica, pero que lo que se nos viene encima es la sociedad técnica. A estas alturas, resulta innegable que la tecnología se está imbricando en todas las capas socioeconómicas de todos los sectores económicos de cualquier país avanzado (y también de los no tan avanzados), y como tal, aquellos individuos y trabajadores que mejor dominen la tecnología y las capacidades técnicas, estarán en mejor posición para conseguir los mejores puestos de trabajo... y las mejores remuneraciones del mercado.
Por ello, aquellos trabajadores que no quieran, no sepan, o no puedan ver la crucial importancia de la tecnología en el mundo que estamos construyendo (voluntaria o involuntariamente), están abocados a puestos de baja cualificación, poco valor añadido, y bajas remuneraciones. Como resultado final, estas personas serán arrinconadas por el sistema socioeconómico en las clases más modestas, y ello ocurrirá debido a sus capacidades comparativamente mucho menos apreciadas por el mercado que las de las perfiles con alto contenido técnico.
Es por ello por lo que hace tan sólo unos días ya abordamos desde estas líneas el interesante tema de la nueva brecha digital que se ha formado en nuestras socioeconomías, abriendo nuevas diferencias entre ricos y pobres, y sembrando el terreno para aumentar dichas diferencias en un futuro. Pero en ese análisis, lejos de abogar por la tecnofilia o la tecnofobia más radical, un servidor les expuso su posición natural ante la tecnología y la educación de nuestras generaciones futuras, lo cual resulta ser la socioeconomía del future.
Ya les concluí que mi aproximación personal a este tema es optar por tomar de la tecnología lo mejor que tiene y que puede aportarnos como herramienta, y lejos de eliminarla de raíz de los medios al alcance de mis hijos, lo que prefiero hacer es tomarme el tiempo de formarme yo mismo en ella, aprender de sus grandes ventajas y riesgos, y enseñarla por mí mismos a mis hijos. Considero esto mucho más indicado a que acaben tomando contacto por terceros con una tecnología que es ya omnipresente en nuestra socioeconomía: unos terceros que a saber cómo habrán sido educados en el enormemente polifacético uso de la tecnología.
Se trata de un justo y práctico término medio entre lo que es "enchufar" a los niños a una pantalla para que nos dejen tranquilos, y enseñarles a usar esa pantalla como la gran herramienta de trabajo y la ventana al conocimiento que es (es un tema sobre el que recientemente mantuve una interesante tuit-conversación con Franc Carreras). Siempre hubo algunos de nuestros abuelos que tampoco tuvieron opción (o decisión) a la hora de aprender a leer y escribir, y lamentablemente acabaron pasando comprensible vergüenza cuando tenían que firmar algún documento oficial con una simple cruz.
Hoy en día podemos estar asistiendo a una reedición tecnológica de aquellos que no quisieron ver (otros no supieron o no pudieron) la importancia de alfabetizarse y alfabetizar a sus hijos. El progreso socioeconómico que tantas décadas y generaciones nos costó construir sobre los cimientos del esfuerzo físico como principal fuerza de trabajo, para pasar al esfuerzo intelectual, puede acabar de nuevo tirado por la borda si no sabemos afrontar los nuevos retos que nos presenta un futuro en constante evolución y proceso de cambio. Esto es más que nunca un "adaptarse o morir".
El MIT lo ve claro: el analfabeto del futuro será un analfabeto digital, pero añade alguna especia más a la receta
Efectivamente, me congratula ver que este artículo del New York Times que ha caído recientemente en mis manos, habla de que el MIT va por una senda similar a la que les habíamos trazado desde estas líneas desde hace años, y especialmente con lo publicado hace unos días. La receta del éxito de trabajador del futuro el MIT la adereza con una nueva especial esencial: la Inteligencia Artificial.
Ya les analizamos también hace unos cuántos meses sobre esta disruptiva tecnología, y sobre lo recalentado que se encontraba su tórrido mercado laboral, donde hay una patente y dramática escasez de perfiles especializados, y donde los salarios de los pocos expertos han alcanzado unas cifras astronómicas. Pero ahora el MIT va más allá, y se atreve a definir más específicamente que los analfabetos del futuro no sólo serán meros analfabetos digitales, sino que también serán analfabetos por carecer de conocimientos en el campo técnico concreto de la (casi) todopoderosa inteligencia artificial.
Como no podía (que no debería, al menos no exclusivamente) ser de otra forma, en un sistema capitalista las buenas palabras del MIT respecto a esta tecnología, vienen fuertemente respaldadas por una importante inversion en lo que es su negocio más tradicional: el mundo académico. Como habrán podido leer en el enlace anterior, el MIT ha pasado de las palabras a los hechos, y se propone realizar una inversión de nada más y nada menos que 1.000 millones de dólares. Una cifra muy significativa (en importe y como declaración de intenciones) incluso para una institución de su talla tecnológica y socioeconómica.
Pero es más, no son meros futuribles bienaventurados, sino compromisos ya en firme. De hecho, el MIT anunció que ya dispone de los fondos para acometer dos tercios de tan fuerte inversión. Además, dicha iniciativa arrancará en tan sólo unos meses. La urgente necesidad de seguir liderando el futuro educativo y tecnológico les ha hecho empezar en unas instalaciones de forma provisional, y posteriormente los mudarán a sus propias instalaciones en 2022.
Y además el MIT vuelve de nuevo a coincidir con lo que les venimos escribiendo aquí desde hace años, y declara abiertamente que pretende formar a los bilingües del futuro, con una tecnología que se fusiona con todas las demás disciplinas socioeconómicas y laborales. Son perfectamente conocedores de que se enfrentan a un nuevo enfoque socioeconómico y también académico, y coherentemente están diseñando un nuevo modelo totalmente diferente al actual. De hecho, afirman que ya no pretenden dar una capa de barniz tecnológico sobre el resto de las ciencias, sino que la tecnología va a ser ahora parte indisoluble de la formación más intrínseca de sus profesionales del futuro. Igualita forma de liderar el progreso que la que vemos por otros lares.
Hoy no hay ya apenas analfabetos, pero hay algo igual de dañino que está destruyendo nuestras socioeconomías
La conocida por las siglas IA (Inteligencia Artificial), es una tecnología todavía más disruptiva que internet, pero que viene de su mano o vendrá en un futuro más cercano que lejano. Hace años ya les escribí otro interesante análisis sobr la convergencia de Internet y esos robots que son el máximo exponente de la inteligencia más sintética en el análisis "Ni Asimov llegó nunca a imaginar algo así o Cloud Robotics como la última tendencia en Cloud Computing".
Que esta tecnologia pueda (potencial y teóricamente) sustituir a millones de trabajadores humanos es más una pregunta de "cuándo" que de "cómo", y lo verdaderamente disruptivo será en cómo nuestras socioeconomías logren encajarla, y reconfigurarse de forma sostenible para seguir siendo fuente de progreso para la gran mayoría de los ciudadanos, sin caer en inestabilidades sociales que no son buenas ni para ricos, ni para pobres, ni para los de enmedio (en caso de que sigan existiendo).
Vivimos tiempos en los que el analfabetismo está en clara recesión, y ha sido hasta (casi) erradicado por completo en el caso concreto de las sociedades desarrolladas. Aunque es innegable que el analfabetismo se aleja para fortuna de todos, lo cierto es que su prima la ignorancia emerge con fuerza en nuestros tiempos. Hoy por hoy muchos se sienten legitimados para, no ya opinar modestamente (a lo que tienen todo el derecho del mundo), sino para juzgar sumaria, intolerante y categóricamente cuantos temas surgen en la vida de éste y otros países, y sin ni siquiera haberse informado sobre dichos temas: de lo de dar el debido crédito a las opiniones de los expertos mejor ya ni hablamos.
Pero aunque la ignorancia cotice fuertemente al alza y ya sea potencialmente muy muy peligrosa por sí sola, lo cierto es que, de su mano, el gran riesgo es que además pueda acabar trayendo de nuevo el analfabetismo más exarcerbado. Porque la ignorancia lleva a no querer o no saber diseñar correctamente la educación que deben recibir las generaciones del futuro, y por tanto lleva a acabar condenándolas a ser los nuevos analfabetos según unos estándares de alfabetismo en constante evolución (tecnología gratia).
Nos han hecho creer que tenemos el derecho inalienable de imponer a todos nuestra opinión personal como populacho, cuando de lo que deberían habernos convencido es de que tenemos el derecho a aspirar a una educación y a una cultura que nos permitan ser capaces de poder tener iniciativas laborales (y opiniones personales) con fundamento. E inevitablemente ello se traduce también en votos y en democracias de calidad.
Iniciativas como las del MIT abren un halo de esperanza, pero esa esperanza debe verse refrendada por que la Inteligencia Artificial acabe siendo un área permeable también para otros agentes del mundo académico menos elitistas, y a donde tengan acceso muchas más personas de clases medias. El futuro siempre es cuando menos apasionante, pero más apasionante resulta tratar de conducirlo con una espesa niebla que no nos deja ver la vía que siempre se extiende ante nosotros. Sólo las mentes más penetrantes serán capaces de trazar el camino correcto al futuro más disruptivo (y esperemos que también sea de progreso para todos).
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