Las Fintech han llegado para revolucionar el sector de la banca, especialmente el de la minorista. Va siendo ya continuo el goteo de nuevas iniciativas, servicios, y entidades que van llegando al mercado con la tecnología por bandera. Así, los bancos asisten estupefactos a cómo su negocio tradicional está siendo seriamente amenazado.
Pero se han acabado los tiempos de “esperar y ver”, y la gran banca ha optado por contra-atacar a su oponente donde más le duele: sus propios datos. Los bancos exigen igualdad de tratamiento para poder competir en igualdad de condiciones, y demandan que, al igual que han tenido que hacer ellos, las Fintech y las tecnológicas sean obligadas a compartir sus datos. La batalla por ¿nuestros? datos ya es una guerra declarada y… abierta.
La economía del dato una vez más emerge con fuerza
Hace años que ya les analizamos cómo los datos son la materia prima del futuro, y que es vital para cualquier socioeconomía que estén regulados de forma apropiada. Hoy esto es ya una evidencia para todos los sectores afectados, pero no por ello esta regulación pierde ni un solo ápice de importancia. Sin datos no hay negocio, ni conocimiento del cliente, ni futuro alguno en el sentido más amplio.
Hemos visto desde aquel premonitorio análisis algunos loables avances en la economía del dato. Por un lado, ha visto la luz un esencial Reglamento Europeo de Protección de Datos (GDPR) que protege al ciudadano y su privacidad. Por otro lado, hemos visto cómo se ha abordado el concepto de Open Data, por el cual ha habido instituciones que han establecido legalmente la obligación de hacer (al menos una parte) de los datos de acceso público.
Ello impide atesorar con celo y exclusividad buena parte de los datos de tus propios clientes, y fomenta una apertura que añade una rica biodiversidad en torno al sustrato provisto por esos datos. Efectivamente, los datos ya están siendo tratados como la materia prima del futuro que siempre afirmamos que eran.
El sector bancario es una punta de lanza de los datos como materia prima
Pero en este concepto de Open Data hay ya algunas puntas de lanza en determinados sectores, que se han visto forzados a abrir las bases de datos con información de sus preciados clientes. Uno de los primeros ha sido el (hasta ahora) hermético sector bancario, que ha sido obligado legalmente a compartir y abrir los datos de sus clientes tras la aprobación la disruptora normativa europea PSD2.
Para cumplir con la citada PSD2, las entidades bancarias implantaron sus plataformas de gestión de APIs. Los APIs (Application Program Interface) son los conectores de software que permiten a un tercero acceder, de forma controlada y predefinida, a cualquier tipo de dato o programa que la compañía tenga desplegado dentro de su red interna. Las APIs no sólo pueden controlar quién hace qué, cuándo y cómo lo hace, sino que además suelen dar también una funcionalidad clave para la economía del dato, y en el que la banca puede ser estratégicamente pionera. Ya saben, no hay nada como verse amenazado para lanzarse a innovar.
Bajo el control de los datos de consumo que se puede realizar con las plataformas de gestión de APIs, se abre la puerta a nuevos modelos de negocio articulados en torno al dato. Efectivamente, una cosa es que por regulación europea haya una serie de datos que deban ser forzosamente compartidos de forma abierta, y otra muy distinta es que los bancos ya dispongan con esa misma plataforma de una tecnología que les permite además vender y proveer otros tipos de datos y funciones de mayor valor añadido, y exentos de regulación alguna en cuanto a su apertura forzosa.
Si la banca sabe subirse al tren en marcha, en vez de dejarse arrollar por él, no sólo podrá transformar su tradicional negocio bancario con éxito: podrá ver florecer nuevos modelos de negocio y abrir nuevos mercados (¿O deberíamos decir abrir nuevas minas de datos a cielo abierto?).
Pero el Open Data no debe ser unídireccional, sino que su apertura debe fluir en ambos sentidos en justa correspondencia
Es por todo lo anterior por lo que es especialmente importante que haya una regulación profusa y eficaz de la economía del dato, y que regule la explotación de los datos como materia prima del siglo XXI que son. Como bien supieron ver los dirigentes europeos, esta regulación debe permitir en primer lugar proteger la privacidad y los derechos de los ciudadanos, pero también debe poner en foco en aspectos puramente de mercado. Por ello, debe fomentar igualmente la libre competencia en igualdad de oportunidades entre todos los jugadores de los diferentes mercados de datos.
Como les decíamos, uno de los primeros de esos mercados que se han abierto forzosamente a la competencia, ha sido el de los datos bancarios. Tras ello, han florecido en el ecosistema Fintech valiosas iniciativas y servicios que antes no eran posibles, básicamente porque los bancos guardaban con celo (un celo lógico, por cierto) los datos de sus clientes. Ahora todo eso ha cambiado radicalmente, y los bancos se enfrentan a un nuevo escenario donde han tenido que entregar al enemigo los planos de construcción de sus propias armas.
Pero ante la llegada de Orange Bank y tantos otros nuevos y disruptivos jugadores del nuevo panorama financiero, los bancos reclaman ahora igualdad de condiciones. Efectivamente, es justo y necesario que, si tú debes entregar tus planos al enemigo, el enemigo deba entregarte también los suyos. Ser un recién llegado puede hacerte más vulnerable, pero ante las Fintech es igual o más vulnerable un gran banco, especialmente en los plazos más largos y teniendo en cuenta que, tras los recién llegados, en realidad muchas veces están las grandes tecnológicas.
Por ello, es más que justa y necesaria la exigencia de los bancos de tener ellos acceso también a los datos de los clientes de las tecnológicas. Y esto afectaría a operadoras como Telefónica, Vodafone u Orange, pero también a las todopoderosas GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon), y en general a toda empresa con razón social registrada en clave de bits.
Además, el movimiento demandado sería, no ya estratégico para los bancos, sino una también una buena estrategia de supervivencia. De hecho, las incursiones financieras de las tecnológicas son cada vez más numerosas, y todos ya sabemos de la afición de estas empresas a empaparse del know-how de cualquier industria mediante alguna adquisición, para a continuación hacer la guerra por su cuenta y atacar a la línea de flotación del sector.
Larga vida a la cultura “Open” (de bits y mente)… pero con puertas abiertas por todos y para todos
A todas luces, la aspiración de los bancos es una correspondencia que trasciende la mera justicia de mercado, lo cual ya es de por sí un buen argumento (no siempre contemplado por los reguladores), pero es que además también supondrá un acicate para la innovación en el propio terreno tradicional de las compañías “Techies”. Aquí, corralitos injustificados los justos, y no por justos, sino por pocos (de hecho, los mínimos imprescindibles). Porque ya se sabe que, cuando no hay justa y libre competencia, se siente el pan futuro asegurado, se relaja peligrosamente el ímpetu innovador, y por lo tanto se deteriora el servicio al cliente y, todavía peor, se frena progreso socioeconómico.
Así que sí, que bienvenido sea el Open Banking, pero también el Open Big Tech, y cuantos más “opens” lleguen mejor: nunca antes el futuro ha estado tan abierto a las ideas y a cualquier nuevo jugador. Al final, los departamentos de Recursos Humanos no sólo deberán cuidar la cultura corporativa, sino también cultivar la proliferación de un “ideario corporativo” que aúne las ideas más innovadoras y disruptoras de sus empleados, ya que será la única manera de poder garantizar cierta supervivencia a las empresas que siempre acaban también siendo empresas establecidas en algún momento.
La materia prima del futuro efectivamente son los datos, pero es que el combustible del motor de la maquinaria que trabaja dicha materia prima no será otro más que las ideas e iniciativas de los propios empleados. Y el primer paso para que fluyan será el de reconocerlas y gratificarlas adecuadamente. Nunca la retención y promoción del talento fue más importante. Materia prima y combustible por extraer hay bien abundantes en nuestras socioeconomías. La pelota está ahora en el campo de las empresas, o más bien, de sus departamentos de Recursos Humanos, y en especial de los más rancios.
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