La obsesión de Cristóbal Montoro cuando accedió a la cartera de Hacienda y Administraciones Públicas era aumentar los ingresos tributarios. Se encontró con un déficit alarmante –superior al 9% del PIB- y una recaudación que no había dejado de menguar desde que empezó la crisis.
Por ello, comenzó a subir impuestos, a luchar con más ahínco–supuestamente- contra el fraude fiscal y a investigar a diestro y siniestro a artistas, actores, deportistas y personas normales y corrientes para ver si cumplían correctamente su obligación con Hacienda.
Pero se inició la mejora económica. La crisis empezaba a diluirse y España creaba empleo (precario y temporal) y las aguas comenzaron a volver a su cauce. Para entonces, el reloj electoral ya estaba cerca de la hora fijada y a Montoro se le ocurrió una brillante idea: cambiar su estrategia impositiva por una más flexible para ayudar a su partido a remontar puntos tras unas elecciones autonómicas para olvidar.
Vamos, un truco tan viejo como populista. Pero, a tenor de que las nuevas fuerzas políticas emergentes comenzaban a comer terreno al PP, esto es lo mejor que la formación se sacó de la manga. Rebajas de impuestos para tratar de volver a ganarse el favor de una ciudadanía hastiada de su legislatura.
Dicho y hecho. Ni dos meses después de los comicios autonómicos, el Ejecutivo adelantó la bajada del IRPF prevista para 2016 al mes de julio. Pero como es técnicamente imposible que en un mismo ejercicio haya dos tramos diferentes para un mismo impuesto, se hizo extensible al ejercicio 2015 entero.
Además, también rebajó las rentas del ahorro y la tributación de los autónomos. Para ello, el Gobierno ha destinado 1.500 millones de euros, aduciendo que la mejora económica y la mayor recaudación tributaria que se conseguirá este año. Cierto, la economía mejora y la recaudación también. Pero ésta última no tanto como debería…
Déficit y presión fiscal no encajan en la ecuación
Al ministro de Hacienda se le llena la boca diciendo que la recaudación fiscal está subiendo y que este año se incrementará en casi 9.500 millones de euros frente a 2014. Pero los datos hasta junio dicen que sólo se ha conseguido aumentar los ingresos tributarios en algo más de 2.500 millones, lo que supone que se deja el grueso del incremento para la parte final del año, justo cuando entra en vigor la bajada del IRPF.
Además, en los Presupuestos Generales del Estado para 2016 el Gobierno prevé que la recaudación siga esa línea ascendente y mejore un 6,2% respecto al cierre de 2015. ¿Demasiado optimistas? Es cierto que el número de cotizantes ha subido – como explicó Alejandro ayer, en julio la cifra aumentó en 58.792 personas-, pero sigue siendo insuficiente para un incremento de la recaudación como el que espera el Ejecutivo, sobre todo si se tiene en cuenta que el IRPF es menor.
Por ello, el anuncio que se hizo ayer en plena presentación de presupuestos de bajar de nuevo el IRPF en 2016 se debe únicamente a la nueva obsesión de Montoro y de todo el Gobierno: ganar votos a costa de lo que sea. Si son impuestos, mejor, pues el bolsillo es lo que más duele que te toquen.
¿Pero es coherente una nueva bajada del impuesto de la renta? Pues a tenor de lo que espera Bruselas…no mucho. España se ha comprometido a acabar 2015 con un déficit del 2,9% del PIB y reducirlo al 2,2% en 2016. Además, España está entre los países de la UE con menor presión fiscal, según la Eurostat, lo que pone de manifiesto lo que le cuesta recaudar. Algo no cuadra con la nueva obsesión.