A dos años de iniciada la crisis financiera, que ha derivado en crisis global con caída del comercio y del empleo, los bancos siguen siendo el gran problema. Más allá de que se hayan convertido en gigantescos monstruos “demasiado grandes para quebrar”, lo cierto es que son colosos “demasiado grandes para manejar”. De ahí que el mundo tiemble cuando se habla de nuevas fusiones bancarias. No sólo el tema de los despidos complica. La ineficacia de sus acciones y la poca flexibilidad de movimientos los convirtió en entidades totalmente inoperativas y practicamente a la deriva.
El fracaso de estos elefantes blancos desestabilizó a todas las economías del planeta. Cortar los flujos financieros es como dejar a una ciudad sin agua o sin luz. El excesivo apalancamiento bancario y su imbricada y compleja telaraña piramidal de estilo ponzi, significó un corte en el suministro de dinero. Por ello, las inyecciones de los gobiernos y los bancos centrales buscaron restituir los flujos para normalizar la actividad económica. Algo de eso se ha logrado. Pero el daño estructural del colapso permanecerá por más tiempo. Como señala Eric Dash, en The New York Times:
Hoy, en medio de los escombros de la más grave crisis financiera desde la Gran Depresión, enfrentamos el que es uno de nuestros mayores problemas. La única razón que mantiene en pie a esos gigantes escleróticos que son los grandes bancos, los fabricantes de automóviles de Detroit, o la gigantesca aseguradora que es American International Group, es que se han considerado “demasiado grandes para quebrar”.
Quizá, con más rigor, habría que señalar “demasiado grandes para la opción al fracaso”. La magnitud de estas empresas y la forma en que están entrelazadas en todo el tejido de la economía conlleva inevitablemente a que su colapso sea catastrófico. Basta ver el impacto que tuvo la quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre del año pasado, cuando muchos que negaban la existencia de una crisis, se dieron cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo. De hecho, se habla del antes y el después de la quiebra de Lehman.
Algunos ya comienzan a señalar que los mayores bancos deben entrar a subdividirse y que, en el futuro, no debería permitirse que los bancos adquieran esos volúmenes que a la larga suponen una amenaza para la totalidad del sistema económico. La enorme concentración financiera (y sus prácticas delictivas) ha demostrado que no sólo pone en peligro a la actividad económica, sino también la estabilidad democrática de los países. El dogma “crecer o morir”, que los devotos del darwinismo económico convirtieron en ley de los negocios, se encuentra acorralado y a la espera de más socorros y asistencia de los gobiernos.
Imagen | Franco Folini