“En esta crisis, hacer muy poco es más peligroso que hacer demasiado”, señaló Lawrence Summers quien a partir de hoy ocupa una oficina en la Casa Blanca al lado del gabinete Oval del presidente Obama. Y el problema es que justamente el plan de reactivación que Obama está pidiendo al Congreso por 825.000 millones de dólares, se queda corto y puede hacer caer al avión a pocos minutos del despegue. Se ha comenzado a apagar el incendio, pero nadie puede esperar una reactivación rápida. Los más optimistas hablan del segundo semestre del 2011, principios del 2012, siempre y cuando se actúe con rapidez y precisión.
Porque una lección que recuerda Paul Samuelson sobre la Gran Depresión de los años 30 (que la vivió en carne propia) es la lenta y débil reacción del presidente Herbert Hoover para evitar que la recesión se transformara en una metástasis maligna de depresión duradera. La crisis se fue profundizando y en el intertanto no se hizo nada. Hasta ese momento los ciclos económicos habían sido moderados tanto en amplitud como en profundidad. Eso avalaba la idea del pronto retorno al equilibrio una vez que se eliminaran todos los excesos. Y esa crisis duró diez años.
La profundidad de la crisis de 1929 obligó a adoptar otras medidas y a comprender que la economía funcionando a gran escala no puede autorregularse sola. De ahí la teoría keynesiana que dio cuenta de ese vacío y señaló la necesidad de crear sólidos mecanismos de regulación para dar estabilidad al sistema y permitirle funcionar en torno a un equilibrio cercano al pleno empleo. Estos mecanismos fueron destruidos por la avalancha neoliberal y desregulatoria que dominó el mundo desde fines de los años 70, principios de los 80.
La dolorosa realidad de este desplome que se hace cada día más contundente, ha hecho actuar a los macroeconomistas en forma rápida. Una economía que ya tiene 11,2 millones de desempleados, y que amenaza con alcanzar el 9% en pocas semanas y seguir sin parar hasta el 10%, requiere un plan de reactivación urgente y centrado justamente en la creación de empleo. Cada nuevo desempleado deja de comprar y de pagar las cuentas, lo que agrava aún más el problema. Que no se piense que con este New Deal se va a frenar la tasa de desempleo que supera las 550.000 personas al mes, pero al menos puede amortiguarse.
Robert Reich, ex ministro del Trabajo en la administración de Bill Clinton, ha señalado que cuando las cosas se ponen tan malas como están hoy en los EEUU, el tradicional recelo hacia el Estado se suspende: “Cuando la economía está en una crisis grave, la gente quiere la intervención del Estado porque desconfía del sector privado mucho más de lo que desconfía del Estado”.
Tan cierto es esto que dice Robert Reich, que hoy ya nadie ataca el proyectado New Deal de Obama. Todos se han dado cuenta que no hay otra salida, que el momento actual no tiene escapatoria. Por ahora, la única disputa está en los montos y plazos que harán falta para asegurar la eficacia de la intervención. Y cuidado, que hablamos de varios años, y otros más para pagar la cuenta. Por eso que los 825.000 millones de dólares quizá deban multiplicarse por tres para asegurar una reactivación de aquí a tres años. Según Christina Romer, jefa del Consejo de Asesores Económicos de Obama a partir de hoy, el plan de Obama tendrá su máximo impacto en el cuarto trimestre de 2010, cuando el desempleo retorne al 7%. Por ahora, nadie puede asegurar que el desempleo no cruce el 9%, una cifra que es considerada desastrosa.
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