Esta es la conclusión a que conduce la reforma planteada, ya que no pone un techo al gasto, sino a la relación del déficit con respecto al PIB, de tal manera que, dado que el déficit no es más que una consecuencia de un desequilibrio en el cual los gastos superan los ingresos, se podrá aumentar el gasto a discreción del administrador, si se suben los impuestos en consonancia, como apuntaba ayer Cristobal Montoro.
De tal manera, un ayuntamiento, una comunidad autónoma, o el mismo estado, pueden permitirse aumentos en el gasto si aumentan la recaudación (a través de los impuestos). La parte complicada del asunto viene a la hora de hacer aumentar los ingresos vía impuestos, o sube el importe de los impuestos, o sube la cantidad (o calidad) de los pagadores.
No parece probable que, al menos en la situación en la que estamos, vaya a producirse un aumento demográfico entre los pagadores de impuestos, y es poco probable que los que ya están pagando impuestos pasen a pagar más (comprando coches que paguen impuestos más altos, o viviendas con un mayor valor catastral que pague más de IBI) de forma generalizada, nos queda sólo una vía para aumentar la recaudación vía impuestos, elevar su cuantía.
Vemos en esto que siguen todavía creyendo que el gasto debe seguir aumentando, aunque sea a costa de subir los impuestos, ¿No han aprendido nada? ¿En que mejora el gasto público descontrolado la situación? ¿La solución pasa por gastar y gastar?
Venimos de una época en que algunos ayuntamientos incrementaban año tras año las cifras en los presupuestos, recaudaban más (aparentemente) sin subir impuestos y sin aumentar la población, y esto lo hacían via créditos, haciendo figurar como ingreso lo solicitado (cantidades que sí crecían) y como gasto los pagos fraccionados de esa deuda, y esto lo vendían a sus ciudadanos como una asombrosa gestión que conseguía gastar (invertir les gusta decir a los políticos) más y más cada año en la ciudad sin subir impuestos.
Yo siempre me he preguntado: ¿Qué mérito tiene gastar más cada año? ¿No sería más razonable gastar sólo lo necesario? Entendido lo necesario como lo imprescindible en una época de crisis. ¿Para que quiero un nuevo centro social o una nueva biblioteca si el dinero que tengo no me llega para pagar las deudas que ya tengo? ¿Es tan urgente esa nueva biblioteca? ¿Es necesario un centro cívico que no va a usar nadie, cuando no hay fondos para la guardería del barrio?
Parece que nuestros políticos una vez más siguen sin querer ver cual es el problema, el déficit no es un problema, el déficit es la consecuencia de hacer mal las cuentas. Si las cuentas se hacen estimando que va a haber un déficit, probablemente haya más déficit del previsto, ya que si no recaudas lo previsto y gastas lo programado (ya no digamos si hay imprevistos que te hacen gastar más) el déficit será mayor.
Sin embargo, si en época de crisis elaboras unos presupuestos en los que el objetivo sea un superávit, si fallas, puede que tengas déficit, pero el margen que tienes para imprevistos es mayor. Hemos visto ya en estas páginas como tanto los lectores como los redactores hemos detectado gastos inútiles, supérfluos, prescindibles, en los que incurren nuestras administraciones, y que son en los que hay que meter la tijera. No hay porqué privatizar la sanidad, ni la educación, ni ir contras las prestaciones sociales.
La excusa de que gastos como las subvenciones a determinados gremios, elevados salarios de Ex-políticos (que para más inquina son compatibles con otros super salarios del sector privado, cuando un parado no puede cobrar el desempleo y un salario porque son incompatibles) y otras prebendas a las que se niegan a renunciar por ser “el chocolate del loro”, un chocolate con el que, por cada loro político que se lo toma, pasan 1000 loritos de a pie sin un onza que llevarse a la boca.
Cuando hacen falta los impuestos anuales de 10 o más trabajadores para pagar el salario mensual de un sólo político no, no hablamos del chocolate de ningún loro. Hablamos del pan de muchas familias, y por muy demagógico que suene este párrafo no es menos real.
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Imagen | Fran Carreira