Chipre ingresó en el euro en 2008 y su economía tan sólo representa el 0,2 % del PIB de la Eurozona. Sin embargo, el rechazo en el parlamento chipriota de la quita a los depósitos propuesta por Bruselas hace pender de un hilo la estabilidad de la zona euro en su conjunto. Tal y como nos ha comentado Marco Antonio hace unas horas, la crisis de Chipre podría desatar un tsunami financiero sin precedentes y de consecuencias imprevisibles.
Las exigencias de Bruselas son claras: Chipre ha de encontrar la fórmula para recaudar 5.800 millones de euros si quiere recibir los 10.000 millones del rescate. Si el parlamento de este país no logra alcanzar un acuerdo sobre el impuesto a los depósitos, Chipre no recibirá la ayuda europea, el Banco Central Europeo dejará de proveerles de liquidez y el sistema financiero chipriota colapsará. En este contexto, el Estado tendría importantes problemas para hacer frente a sus vencimientos de deuda y no le quedaría más remedio que suspender pagos ante sus acreedores internacionales. Como consecuencia, Chipre no tendría más remedio que salir del euro, crear su propia moneda y sufrir en sus carnes un proceso de devaluación de la misma brutal.
Sin embargo, los problemas no terminan ahí. La salida de Chipre del euro abriría una brecha bastante peligrosa en la Eurozona. Nadie puede prever a ciencia cierta qué ocurriría, pero no cabe duda que las consecuencias para el resto de países, sobre todos los periféricos, serían nefastas. Un efecto dominó de consecuencias impredecibles arrasaría una castigada Eurozona y podría en entredicho la solidez de la moneda única.
Como ven, el proyecto europeo pende de un hilo en estos momentos. Los diputados chipriotas, con la presión de la ciudadanía detrás, han de elegir hoy de nuevo entre permitir un asalto a los pilares morales de su país o el caos, y de momento prefieren lo segundo. Dadas las posibles consecuencias de esa decisión, hoy más que nunca, todos somos Chipre.
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