Leo hoy en la prensa que, a pesar de que queda un mes para la recogida de la aceituna en Jaén, ya deambulan cientos de inmigrantes por la provincia a la espera de que se necesite mano de obra. Lo curioso del asunto es que no se necesita dicha mano de obra, pues ya está cubierta por parados locales y por los temporeros inscritos en el régimen agrario de la Seguridad Social.
Y es que la crisis se ceba con los que tenían empleos más precarios, inmigrantes sin papeles que no tienen derecho a subsidio por desempleo, protagonizando escenas que me recuerdan a Las uvas de la ira, novela que relata de una forma excelente la pobreza de los campesinos en los años 30 en EEUU y sus emigraciones masivas a California.
¿Cuál es la solución? En la época de bonanza había empleos para todos, tanto los legales como los ilegales. Y ahora tenemos una bolsa de personas que no logran tener un trabajo y que no cuentan con ninguna red de protección social. Muchos no se irán de vuelta a sus países, porque en Europa, incluso siendo pobre, es posible vivir mejor que algunos países de África. Se les puede intentar expulsas, pagando grandes sumas por deportación y para que sus países de origen los acepten, y se puede gastar más dinero en vigilar las fronteras, como no, pero es muy complicado luchar contra el deseo de gente desesperada para entrar en el supuesto paraíso terrenal.
No hay soluciones mágicas, pero yo creo que para evitar conflictos y situaciones como las que vemos hay que facilitar que sus países de origen se desarrollen. Y la forma más fácil es reducir los aranceles. Puede ser duro, pero si queremos que esos países salgan adelante lo mejor es que nos puedan vender sus productos. No estamos en una época en la que abrir los mercados sea popular, más bien queremos proteger a nuestra (escasa) industria y agricultura. Pero a la larga es mejor para todos. Por ellos, que no tengan que vivir situaciones penosas tan lejos de sus hogares. Y para nosotros, ya que evitaremos conflictos sociales.
Vía | El País