Tras la negativa de los parlamentarios chipriotas a aprobar el impuesto a los depósitos bancarios propuesto por Bruselas, este país no tiene más remedio que consolidar rápidamente un plan B que le permita recaudar los 5.800 millones de euros que la Unión Europea (UE) le exige a cambio del rescate de 10.000 millones que evitaría, al menos de momento, el colapso del sistema financiero de la isla.
Ya escuchamos ayer la propuesta del jefe de la Iglesia ortodoxa chipriota, dispuesto a echar una mano y poner a disposición del país todas sus propiedades. Un gran gesto, sin duda, aunque creo que los planes del gobierno de Chipre pasan más por la ayuda de uno de sus grandes socios y aliados: Rusia. No en vano, el gobierno de Vladímir Putin ya les prestó 2.500 millones de euros en diciembre de 2011. Sin embargo, dudo que desde Moscú estén dispuestos a cargar a su presupuesto un eventual rescate de la isla a cambio de nada. El dinero ruso no sería gratis, sin duda, y entre los intereses que podrían mover a estos a rescatar Chipre podríamos encontrar la posibilidad de entrar en los consejos de administración de los bancos chipriotas, dados los intereses que miles de rusos tienen en estos.
Por otra parte, los derechos sobre el gas así como otras preferencias en el sector energético o, dada la posición estratégica de la isla, la posibilidad de instalar bases militares en la misma, seguro que son alternativas que también están sobre la mesa de negociación.
Lo único claro hasta el momento es que Chipre necesita dinero fresco y no le va a quedar más remedio que ceder ante los intereses de otros países si quiere recibir ayuda internacional, bien procedente de la UE o bien de Rusia. No hacer nada supondría la salida del país del euro, el colapso de su sistema financiero y el caos. Todas las alternativas posibles para un país que ha vivido por encima de sus posibilidades son nefastas. El futuro de Chipre no es nada esperanzador.
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